Resumen
Palabras clave: Crisis darwinismo, nuevo paradigma integral, hipótesis alternativa, tabla periódica, evolución espiral divergente-convergente, ritmo acelerado, teleología, singularidad, punto omega, sintropía, armónicos musicales, ondas estacionarias, saltos cuánticos, discontinuidades evolutivas, tiempo fractal, universo holográfico, gran historia, macrocosmos (paleontología, antropología, historia), microcosmos (embriología, psicología del desarrollo), paralelismo ontogenia-filogenia, espectro energía-conciencia, espiral dinámica, chakras, filosofía perenne, no-dualidad.
Introducción
¡Hola a todos!
Un nuevo universo
A lo largo de las últimas décadas, la aparentemente sólida visión del mundo mecanicista y materialista ha comenzado a presentar alarmantes fisuras. Los planteamientos que hace poco más de un siglo figuraban como rigurosos y casi irrebatibles, empiezan a estar francamente en entredicho.
La crisis del darwinismo
Hoy día el mundo de la ciencia acepta, de forma unánime, el hecho evolutivo como una característica central del universo. En todas las ramas del saber humano —astrofísica, biología, psicología, sociología, etcétera— hay un completo consenso sobre el carácter dinámico y creativo de la realidad fenoménica. Sin embargo, hay discrepancias en la interpretación de los hechos.
La teoría de la evolución de Darwin se basaba fundamentalmente en las mutaciones al azar y en la supervivencia de los más aptos. El siglo pasado, hacia finales de los años 30 y principios de los 40, la “teoría sintética” ampliaba estos planteamientos con las aportaciones de la genética mendeliana y la genética de poblaciones, manteniendo como elementos explicativos básicos la mutación aleatoria y la selección natural. Esta teoría sintética gozó de una aceptación casi total durante dos o tres décadas, pero a partir de 1970 se ha comenzado a suscitar una gran oleada de controversias. Entre muchos paleontólogos, genetistas, embriólogos y taxónomos ha ido tomando cuerpo la opinión de que la teoría sintética resulta inadecuada en muchos sentidos: niegan que el factor azar sea el único padre que rija el proceso evolutivo, rechazan que la selección natural explique la aparición de nuevas especies, afirman que el registro fósil no se corresponde con el gradualismo darwinista y denuncian que la teoría no da cuenta del fenómeno de la complejidad creciente.
Según nuestro esquema, partiendo de la vibración puntual del origen, el proceso universal comienza con una explosión vertiginosa de creatividad y saltos de nivel, que, paulatinamente, va desacelerando su ritmo en el camino de ascenso hacia un determinado estrato del espectro —el “sonido fundamental”—, para, a partir de ahí, comenzar a acelerar de nuevo, progresivamente, su ritmo de saltos novedosos, a lo largo del tramo de subida que se orienta hacia una imparable vibración puntual final de creatividad infinita. Más tarde analizaremos el sentido profundo de esos sorprendentes polos original y final, pues ahí encontraremos, precisamente, la clave a muchas de nuestras preguntas.
El primer ciclo (A-1) del proceso de retorno evolutivo parte de ese momento de surgimiento de las macromoléculas orgánicas, tras la formación de
El séptimo ciclo (A-7) comienza, pues, con la aparición del homínido. En la aproximación hacia su primer nodo (hace 4 millones de años) encontramos al australopithecus anamensis, que ya posee locomoción bípeda, y en la subida hacia el segundo nodo (hace 2 millones de años) entra en acción el Homo habilis, que empieza a fabricar toscas herramientas de piedra, e inaugura la categoría de Género —homo— de nuestra filogenia.
Hemos recorrido ya todo el trayecto de la primera serie (A) de nuestra trama de ritmos, y, como anunciábamos, con la llegada de los segundos nodos de cada ciclo —de los siete— han ido apareciendo, uno tras otro, la totalidad de los niveles taxonómicos básicos de nuestra especie. Es decir, nos hemos encontrado con las sucesivas transformaciones somáticas principales que han experimentado nuestros ancestros. Pero la evolución continúa, y ahora nos vamos a introducir en una nueva serie (B), que desplegará, paso a paso, las diferentes etapas que ha recorrido el género humano en su camino hacia la modernidad. Y, partiendo del esquema propuesto por Grahame Clark —adoptado habitualmente por la arqueología internacional—, podremos observar cómo las sucesivas industrias líticas generadas por nuestros antepasados se van desplegando, precisamente, al ritmo de nuestros ciclos. Así, el “modo técnico 1” (Olduvaiense) y su larguísima transición hacia el modo Achelense maduro se desarrollan en nuestro ciclo B-1, el “modo técnico 2” (Achelense pleno) en nuestro ciclo B-2, el “modo técnico 3” (Musteriense) en nuestro ciclo B-3, el “modo técnico 4” (Paleolítico superior) en nuestro ciclo B-4 y el “modo técnico 5” (Mesolítico) en nuestro ciclo B-5. ¡Ya veis!, ¡continúa la avalancha de “casualidades” encadenadas!
Sobre el paralelismo filogenético-ontogenético
Hace algunas décadas, el médico norteamericano Paul McLean propuso un sugerente modelo, conocido como “cerebro triúnico” o “cerebro triuno”, con el que trataba de explicar la función de los rastros de la evolución existentes en la estructura del cerebro humano. Sostenía McLean que nuestro cráneo envuelve en realidad tres cerebros —el reptiliano, el sistema límbico y el neocórtex—, cada uno de los cuales representa un estado evolutivo distinto. Uno tras otro, se van formando de manera superpuesta, de dentro hacia afuera, ontogenéticamente durante el desarrollo embrionario y fetal, y filogenéticamente a lo largo de la evolución desde los primeros peces hasta el hombre moderno. Estos tres cerebros están enlazados entre sí, como “tres computadoras biológicas interconectadas”, pero cada uno conserva sus propias características diferenciadas.
El complejo-R (o cerebro reptiliano), que abarca el tronco del encéfalo y el cerebelo, comenzó a formarse evolutivamente hace unos 500 millones de años y se desarrolló a lo largo de nuestro ciclo A-3, tras la formación del cordón nervioso en el ciclo anterior. Se encarga, básicamente, de las funciones vitales primarias, es decir, de los instintos básicos de supervivencia. Es un cerebro centrado en la acción, responsable de la conducta impulsiva automática, de pelea o huida, reactiva ante los estímulos directos, sin ningún proceso sentimental.
El sistema límbico (o cerebro paleomamífero), que incluye el hipotálamo, el hipocampo y la amígdala, se originó hace más de 150 millones de años y se desarrolló a lo largo de nuestro ciclo A-4. En su conjunto, constituye la sede central de las emociones y la memoria afectiva, cargada emocionalmente. Esta capacidad de poner el pasado en el presente, fomenta el aprendizaje y facilita las relaciones, como se pone de manifiesto en la evolución de los mamíferos.
El neocórtex (o cerebro neomamífero), formado por la capa neuronal que recubre la zona externa del cerebro, comenzó a desplegarse hace unos 60 millones de años y se fue incrementando, paulatinamente, en nuestro ciclo A-5 y siguientes. Existe una relación directa entre este despliegue de la corteza cerebral y el desarrollo social: cuanto más complejas y organizadas son las sociedades, mayor es el tamaño del neocórtex de sus miembros. El sistema neocortical es responsable de los procesos intelectuales superiores y fuente de las crecientes capacidades cognitivas de los primates más evolucionados.
Esta misma secuencia evolutiva —armazón neural, complejo-R, sistema límbico y neocórtex— se despliega, aproximadamente, de dentro hacia afuera, a lo largo del desarrollo embrionario y fetal de cada ser humano. Así, como dijimos, el tubo neural comienza a formarse en la 3ª semana de gestación y, tras su cierre completo, el extremo cefálico empieza a dilatarse considerablemente pasada la 4ª semana, dando lugar a las tres vesículas primarias, a partir de las cuales se origina todo el encéfalo. O, por ejemplo, el bulbo raquídeo o médula oblonga (componente del complejo-R), que surge al final de la 8ª semana a partir del mielencéfalo —una de las cinco vesículas secundarias—, alcanza su forma definitiva en torno a la semana 20 de gestación. O el hipocampo (componente del sistema límbico), que tiene un aspecto similar en todos los mamíferos, comienza a desplegarse a partir de la semana 13, y mes y pico más tarde ya adquiere la forma adulta. Y, por su parte, la corteza cerebral (neocórtex) se desarrolla posteriormente, sobre todo a partir del 5º mes de embarazo, cuando la superficie de los hemisferios, que hasta entonces es casi completamente lisa, comienza a generar, durante los meses 6º y 7º, los surcos y las circunvoluciones características, que aumentan espectacularmente el área cerebral y facilitan el número de conexiones entre las neuronas.
Este paralelismo entre las secuencias filogenética y ontogenética del desarrollo del sistema nervioso continúa incluso después del nacimiento. Así, por ejemplo, existen unas neuronas denominadas fusiformes —encargadas de conectar diferentes regiones del cerebro— que sólo se encuentran en los seres humanos y en algunos grandes simios. Parece ser que el número de estas neuronas aumentó de forma rápida y espectacular con la aparición del Homo sapiens. Y lo más sugerente del caso es que, actualmente, estas células no existen en los bebés recién nacidos, sino que empiezan a aparecer al cabo de unos cuantos meses, y aumentan su número significativamente entre los uno y tres años, coincidiendo, precisamente, con nuestras previsiones para la etapa correlativa a la emergencia del H. sapiens en nuestro desarrollo individual, como vamos a ver a continuación.
Cerramos aquí este paréntesis sobre la evolución del sistema nervioso y continuamos ahora con la comprobación de nuestra propuesta. Lo habíamos dejado en el momento del parto, tras nuestro ciclo A-6. A partir de este momento tomaremos como referencia la jerarquía de niveles psicológicos planteada concienzudamente por Ken Wilber a lo largo de toda su obra. Veamos el primero de esos niveles, que, según nuestra trama de ritmos, debería corresponder al paso del ciclo A-7 al B-1, pues en el primero se gesta y en el siguiente se despliega.
Adenda 1: Investigaciones coincidentes
En conclusión, dadas las enormes coincidencias entre las investigaciones de Panov, Chaline, Smith y la mía propia, realizadas todas de forma independiente y desde enfoques muy distintos, parece evidente que, inesperadamente, hemos descubierto una pauta evolutiva muy precisa en medio de la aparentemente azarosa dinámica universal. Resulta obvio, pues, que, teniendo en cuenta la envergadura y las profundas implicaciones del hallazgo, ahora se abren un sinfín de novedosas perspectivas. Por eso, desde aquí, como dijimos en la introducción, se invita a todos los lectores a indagar en los sugerentes caminos que comienzan a vislumbrarse. Quizás descubramos, entonces, que la realidad es mucho más fascinante de lo que jamás hubiéramos podido siquiera imaginar.
Adenda 2: Más investigaciones coincidentes
Cuando, allá a principios de la década de los 80, comencé a elaborar la presente hipótesis evolutiva, resultaba realmente desolador constatar la completa soledad en la que me encontraba. Tenía la sensación de haber descubierto algo verdaderamente valioso, y, sin embargo, no encontraba interlocutores con los que compartir el hallazgo y contrastar opiniones. Hubo épocas en las que estuve tentado, incluso, de tirar la toalla, pero, una y otra vez, la intuición de que aquello que tenía entre manos merecía la pena, me dio fuerzas para seguir trabajando sobre ello.
Estos últimos años, a través de las enormes posibilidades que ofrece internet, el panorama ha cambiado por completo. Ha sido para mí una maravillosa sorpresa y una inmensa alegría, encontrar, una y otra vez, referencias de numerosos autores que, desde perspectivas muy diversas, planteaban ideas muy similares a las que yo venía defendiendo desde hacía un montón de años.
Para poner de manifiesto estas evidentes coincidencias entre investigaciones realizadas desde ámbitos muy distintos, vamos a elaborar, a continuación, un cuadro (fig. 10) en el que trataremos de resumir las propuestas de una decena significativa de autores que han estudiado este clamoroso fenómeno de la aceleración evolutiva, en sintonía con nuestro propio trabajo.
Incluiremos en este cuadro, por supuesto, a los tres investigadores citados en la Adenda anterior —Alexander Panov, Jean Chaline y Carter Smith—, así como a los otros dos —André de Cayeux y Ervin Laszlo— mencionados en el texto de nuestro artículo. Incorporaremos, además, la propuesta del físico y futurista griego Theodore Modis —autor del artículo Forecasting the growth of complexity and change—, la del ingeniero eléctrico norteamericano Richard L. Coren —autor de The Evolutionary Trajectory—, la del ingeniero, inventor y futurista estadounidense Ray Kurzweil —autor de The Singularity is near—, la del ingeniero en software sueco Nick Hoggard —autor de Evolution and the Feigenbaum Number— y la del biólogo español Miguel García Casas —autor de Teoría de la vida embarazada y la reproevolución.
Resulta realmente fantástico comprobar las grandes coincidencias que existen entre los listados de los grandes hitos evolutivos propuestos en todos estos trabajos, hasta el punto de que las gráficas que los representan —ya sean lineales o logarítmicas— son prácticamente idénticas en todos los casos. Tan sólo existe una pequeñísima diferencia, de uno o dos siglos, en la fecha del polo final hacia el que están orientadas las trayectorias, pero ¿qué son cien o doscientos años después de un viaje de más de 13.500 millones de años?
Donde sí existen claras diferencias de criterio entre estos autores, es en la valoración de ese polo final de aceleración evolutiva infinita. Desde nuestro punto de vista, se trata de una “singularidad” del mismo calibre que lo fue el instante inicial del Big Bang. Si este polo originario consistió, básicamente, en una explosión en el ámbito de la “energía”, el polo final hacia el que nos dirigimos vertiginosamente consistirá, fundamentalmente, en una implosión en el ámbito de la “consciencia”. Pero, fijémonos bien, como dijimos en el último apartado del presente artículo, ambas facetas —la “energía” y la “consciencia”— no son dos realidades diferentes, sino aspectos polares de la misma y única Vacuidad, las facetas objetiva y subjetiva de la simple y plena Autoevidencia siempre presente. De ahí que, desde nuestra perspectiva, en ese próximo instante final se desvelará definitivamente el “truco” de la evolución y de la historia: todo el trayecto recorrido desde el Big Bang hasta hoy, ha sucedido en ese eterno Ahora que en realidad somos. Se descubrirá, por tanto, que nuestra vida no ha sido un mero fragmento fugaz en medio de un proceso interminable, sino que, verdaderamente, siempre hemos sido la pura Autoevidencia atemporal en la que han acontecido, acontecen y acontecerán todos los mundos. No ha habido “antes”. No habrá “después”. Sólo hay Ahora. ¿No es autoevidente?
Y, ¡atención!, ese instante final no será, por supuesto, una mera experiencia subjetiva alcanzada por algunos individuos iluminados, porque, como hemos visto, no hay, en verdad, subjetividad sin objetividad, ni individuos realmente separados de su entorno universal. Por eso, la vivencia última será simultáneamente interior y exterior, y tanto individual como colectiva. Como lo es ahora. Como lo ha sido siempre. (En la próxima Adenda 3 vamos a esquematizar el panorama evolutivo desde esta perspectiva integral).
En el resumen inicial de su artículo Potential nested accelerating returns logistic growth in Big History, Dave dice:
"Las discusiones sobre las tendencias en las tasas de cambio, especialmente en tecnología, han dado lugar a una gama de modelos interpretativos que incluyen tasas aceleradas de cambio y progreso logístico. Estos modelos se revisan y se construye un nuevo modelo que puede usarse para interpretar la Gran Historia. Esta interpretación incluye las tasas crecientes de los eventos evolutivos y las fases de la vida, de los humanos y de la civilización. Estas tres fases, previamente identificadas por otros, tienen diferentes mecanismos de procesamiento de información (genes, cerebros y escritura). El aspecto de los retornos acelerados del nuevo modelo replica la parte exponencial del progreso a medida que las transiciones en estas tres fases comenzaron hace aproximadamente 5 mil millones, 5 millones y 5.000 años. Cada una de estas tres fases podría estar compuesta por un nivel adicional de unas seis transiciones anidadas, con cada transición avanzando más rápidamente por un factor de aproximadamente tres, con los correspondientes cambios en el flujo de energía libre y la organización para manejar la mayor tasa de generación de entropía del sistema. Las transiciones logísticas anidadas se han observado anteriormente, por ejemplo, en la exploración en curso de la física fundamental, donde el progreso hasta ahora sugiere que la transición completa incluirá unas 7 transiciones anidadas (conjuntos de subcampos). Se desconoce el motivo de este número de transiciones anidadas dentro de una transición más amplia, aunque puede estar relacionado con el paso inicial de comprender una fracción del problema completo”.
En la Tabla 1 LePoire describe, una a una, las diferentes etapas evolutivas, definidas por los sucesivos cambios en los flujos de energía [Indico entre corchetes la correspondencia con nuestros ciclos evolutivos]: Gravitacional [Big Bang], Planeta/Vida [Formación de la Tierra], Células complejas [A-1], Cámbrico [A-2], Mamíferos [A-3], Primates [A-4], Homínidos [A-6], Humanos [A-7], Lenguaje [B-1], Fuego [B-2], Ecoadaptación [B-3], Humanos modernos [B-4], Agricultura [B-5], Civilización [B-6], Revolución comercial [B-7], Ciencia/Exploración, Industrial [C-1], Información [C-2]. ¡El paralelismo es prácticamente total!
Coincidiendo con nuestra hipótesis, Dave plantea, pues, un factor de contracción temporal de 3 entre los sucesivos ciclos evolutivos. Afirma: “Un factor de contracción de tiempo de aproximadamente 3 es similar a los factores de contracción de tiempo y energía encontrados por Snooks (2005) y Bejan y Zane (2012). [...] Tenga en cuenta que desde el Big Bang hasta el comienzo de la vida en la Tierra solo se realizó un factor de contracción de tiempo.” Y añade: “Alexander Panov (2011) también organizó la historia evolutiva con 19 transiciones entre crisis evolutivas con una duración decreciente (aproximadamente por un factor de 3). Esto se llama la ley de escala de la evolución.”
En el artículo Interpreting Big History as Complex Adaptive System Dynamics with Nested Logistic Transitions in Energy Flow and Organization, LePoire representa gráficamente la dinámica global de la evolución por medio de la siguiente figura:
En el texto dice: “La logística general de la Gran Historia puede verse como si constara de tres espirales en un lado de un cono doble que representan la evolución de la vida, de la mente y de la civilización humana [ver Figura]. Cada espiral consiste en seis o siete fases anidadas más pequeñas de crecimiento logístico, con tiempos de duración que disminuyen aproximadamente en un tercio. El período astronómico antes de que la vida comenzara (es decir, desde hace 13.800 millones hasta 5.000 millones de años) es tres veces la duración representada en el cono. Este período fue impulsado por la gravedad y la expansión a medida que la temperatura del universo disminuyó, al principio rápidamente y luego se fue ralentizando. Esto puede ser representado por un cono apuntando en la dirección opuesta. Después del punto de inflexión, puede producirse un reflejo en la duración de las fases.” [Las negritas son mías].
Como se puede ver, hay una coincidencia prácticamente total en nuestras descripciones de la pauta global de la evolución. Dave habla de TRES espirales que representan la evolución de la vida, la mente y la civilización —recordar nuestras tres series “vida”, “mente” e “intelecto”—, con SIETE etapas de crecimiento logístico más pequeñas anidadas en cada una —recordar los siete ciclos que abarca cada una de nuestras series— siendo la duración temporal de cada etapa un TERCIO de la precedente —recordar la longitud de 1/3 de nuestros sucesivos segundos armónicos—. Además, el período astronómico es TRES veces la duración representada por las tres espiras del cono —tal como hemos observado en nuestra investigación—. Es fascinante comprobar cómo el citado párrafo de Dave ¡es un perfecto resumen de la hipótesis que estamos planteando!
Aunque, ¡bueno!, para decirlo todo, convendría añadir que la interpretación de LePoire sobre el sentido del vértice de la espiral evolutiva difiere del que estamos planteado en estas páginas. En lugar de prever una singularidad final de creatividad infinita, como nosotros hemos hecho, Dave vaticina un simple punto de inflexión en la pauta evolutiva, en el que el proceso acelerado de la evolución invierte su sentido y comienza, así, una paulatina ralentización en el ritmo de las transformaciones.
En el artículo An Exploration of Historical Transitions with Simple System Dynamics Models, Dave centra su investigación en las seis principales transiciones sociales y tecnológicas de la evolución humana, es decir entre cazadores-recolectores [B-4], sociedades agrícolas [B-5], primeras civilizaciones [B-6], desarrollo del comercio [B-7], industrialización [C-1] y sociedades sostenibles [C-2]. [Hemos vuelto a poner entre corchetes las correspondencias con nuestros ciclos, pues, tal como puede comprobarse, resultan por completo coincidentes]. Él afirma: “Los períodos más recientes llegan después de duraciones más cortas entre las transiciones de aproximadamente 1/3 del tiempo. Este factor de 3 es también una aproximación para los cambios en los períodos de aceleración tanto para la evolución biológica natural y la evolución humana cultural, como para esta revolución histórica humana fuertemente influenciada por la tecnología".
LePoire interpreta toda la serie de etapas evolutivas como una cadena de curvas logísticas (S) anidadas, y señala, en cada una de ellas, un “punto de inflexión” —o cambio de curvatura— en el que, en el momento de mayor creatividad, la etapa comienza su declive. Estos “puntos de inflexión” coinciden, precisamente, con nuestros “segundos nodos” de cada ciclo, en los que, como hemos explicado, el viejo paradigma alcanza su apogeo y, al brotar la semilla de un nuevo modelo, inicia su decadencia. Para visualizar estas coincidencias, vamos a indicar a continuación las propuestas de Dave en tres casos concretos que cita en su artículo An Exploration of Historical Transitions:
En el apartado sobre las “sociedades agrícolas”, él dice en el texto: "El punto de inflexión ocurrió hace aproximadamente 9.000 años”, y su Figura 9 expresa este cambio de curvatura con claridad. (Recordemos que el “segundo nodo” de nuestro ciclo B-5 tuvo lugar aproximadamente hace 8.300 años).
En el apartado sobre las “primeras civilizaciones”, él dice en el texto: "El punto de inflexión de este proceso ocurrió aproximadamente en el año 600 a. C., en lo que es conocido como la Era Axial”, y su correspondiente Figura expresa este cambio de curvatura con claridad. (Recordemos que el “segundo nodo” de nuestro ciclo B-6 tuvo lugar aproximadamente en el año 550 a. C.).
En el apartado sobre la “industrialización”, él dice en el texto: "El análisis de un conjunto diferente de datos muestra el pico en innovación per cápita alrededor del año 1900", y su correspondiente Figura expresa este cambio de curvatura con claridad. (Recordemos que el “segundo nodo” de nuestro ciclo C-1 tuvo lugar aproximadamente en el año 1910 d. C.).
Resulta verdaderamente fascinante que las coincidencias entre nuestras investigaciones no solo se refieran al listado global de ciclos de la evolución y de la historia, sino que incluyan también detalles menores como las fechas concretas de los “puntos de inflexión” entre esos ciclos. Y más aún, teniendo en cuenta las diferentes perspectivas desde las que se han planteado nuestros trabajos. Estamos seguros que el lector sabrá tomar nota de las profundas implicaciones de estas coincidencias.
Adenda 6: Evolución toroidal
Todo lo escrito hasta aquí se ha centrado, básicamente, en desentrañar la pauta global de la evolución de la vida en el universo y en el ser humano. El resultado de esta investigación integral, como hemos visto, choca frontalmente con las previsiones del paradigma materialista de la ciencia clásica. Pero, sorprendentemente, en estos últimos años han comenzado a aparecer revolucionarias líneas de investigación en diferentes ramas de la ciencia —física, química, biología, neurología…— que sintonizan claramente con la visión del mundo que surge de nuestra investigación evolutiva y, por ello, pueden aportar datos clave capaces de explicar esta inesperada pauta universal que estamos desvelando.
Para poner de manifiesto esta sugerente sintonía entre diferentes investigaciones de vanguardia en campos dispares de la ciencia, vamos a comenzar esta Adenda esbozando las características fundamentales de la dinámica universal que se desprenden de nuestra indagación sobre el ritmo de la evolución. Con este fin, partiremos de las imágenes planas representadas en nuestras figuras 7-A y 7-B que, recordemos, resumían las trayectorias globales de la evolución universal y del desarrollo individual del ser humano desde el polo A de energía original hasta el polo Ω de consciencia final.
En el eje vertical de esos gráficos representábamos la totalidad del espectro de energía-consciencia, desde la base —con un máximo de energía y un mínimo de consciencia— hasta la cumbre —con un mínimo de energía y un máximo de consciencia—, con toda la gama de equilibrios intermedios posibles entre estas dos facetas fundamentales de la realidad manifestada, que la tradición conoce como “la gran cadena del Ser” y que podemos resumir como la serie “materia-vida-mente-alma-espíritu”. El eje horizontal de esos gráficos reflejaba, sencillamente, la escala temporal completa, desde el origen A hasta el final Ω, tanto del universo como del ser humano.
Vamos a recordar en este punto un par de ideas que hemos expuesto anteriormente. Decíamos que toda la realidad manifestada aparece, inexorablemente, en forma de dualidades —que no cabe encontrar objeto sin sujeto, ni energía sin consciencia— y que, como todos los contrarios son mutuamente dependientes, podemos entenderlos como manifestaciones polares de una realidad que los trasciende y que es “previa” a esa dualización. Proponíamos, entonces, que el vacío cuántico original que plantean los físicos y el vacío místico final que vivencian los contemplativos no son sino la misma y única Vacuidad, percibida por los físicos de forma objetiva y por los contemplativos de forma subjetiva, pero que, en sí misma, no es objetiva ni subjetiva, sino “previa” a esa perspectiva dual. Aclarábamos, finalmente, que esa Vacuidad no hace alusión a una realidad metafísica lejana, sino a la simple y pura Autoevidencia de cada instante presente, que engloba en sí misma todas las manifestaciones de energía y consciencia que se observan en el universo espacio-temporal.
La otra idea que queríamos recordar aquí, hace referencia a nuestra afirmación de que como en esa Autoevidencia no hay separación entre sujeto y objeto y, por tanto, no es “algo” que pueda ser visto por “alguien”, para manifestarse relativamente ante sí misma necesita polarizarse en apariencia como sujeto y objeto, al igual que el 0 puede dualizarse en +1 y –1 sin cambiar, más que formalmente, su valor absoluto. De este modo, propusimos que la Autoevidencia, en su intento de verse a sí misma, se desdobla aparentemente como un polo original (básicamente de energía) y otro final (básicamente de consciencia), generando, así, una distancia ilusoria entre ambos, que al vibrar —como la cuerda de guitarra de nuestra hipótesis— da lugar a toda una gama de armónicos, que son precisamente los niveles de estabilidad que recorren los ciclos de la evolución que hemos estudiado. Pero, insistimos, esa presunta distancia temporal entre ambos polos es completamente ilusoria, porque en realidad todo sucede en el Ahora atemporal de la Autoevidencia siempre presente.
Si queremos reflejar gráficamente estas dos ideas en las mencionadas figuras 7-A y 7-B —que, tal como hemos visto, resumen las trayectorias globales de la evolución universal y del desarrollo individual del ser humano desde el polo A de energía original hasta el polo Ω de consciencia final— deberemos realizar un par de maniobras en esa superficie plana sobre la que hemos representado ambos gráficos (ver fig. 14-A).
En primer lugar, si hemos planteado que la energía y la consciencia no son dos realidades diferentes sino tan solo los aspectos objetivo y subjetivo de la misma y única Autoevidencia siempre presente, deberíamos unificar las líneas horizontales de la base y de la cumbre del gráfico, pues, como hemos dicho, representan, respectivamente, los niveles de máxima energía y de máxima consciencia que son uno y lo mismo en la realidad fundamental. Para ello, bastará con doblar sobre sí misma la superficie plana del dibujo, haciendo coincidir la línea superior con la inferior, obteniendo, así, un cilindro (ver fig. 14-B).
A continuación, si hemos afirmado que la distancia temporal entre el instante original A y el instante final Ω es ilusoria —pues todo sucede en el Ahora atemporal—, deberíamos unificar también las líneas verticales de la izquierda y de la derecha del gráfico, pues, como hemos dicho, representan, respectivamente, los momentos original y final de todos los procesos evolutivos y de desarrollo. Para ello, de nuevo, habremos de doblar sobre sí mismo nuestro cilindro, hasta hacer coincidir las líneas verticales extremas, obteniendo, de esta forma, una figura parecida a un “dónut” en el que el agujero central queda reducido a un punto sin dimensiones. Es lo que en geometría se denomina un “toro de cuerno” (ver fig. 14-C).
Teniendo en cuenta lo que acabamos de exponer —llevando hasta sus últimas consecuencias las pautas que se han ido desvelando en nuestras investigaciones—, todo apunta hacia una fascinante dinámica toroidal de energía-consciencia, instantánea y eterna, como el elemento clave para la comprensión integral del universo. Según este esquema, los flujos parten de un Centro sin dimensiones —en su faceta A—, siguen una trayectoria espiral —vórtice divergente—, alcanzan la superficie exterior del toro, y retornan al mismo Centro —en su faceta Ω— a través de otra espiral —vórtice convergente—, para reiniciar desde ahí su interminable proceso. A continuación, vamos a intentar esbozar los aspectos fundamentales de esta dinámica que comienza a vislumbrarse, pues, tal vez, estemos a las puertas de resolver muchos de los enigmas y los callejones sin salida en los que está enfrascada la ciencia oficial y su obsoleto paradigma materialista.
De entrada, resulta básico comprender el sentido último del punto central de ese “toro de cuerno” que estamos planteando, pues ahí radica el germen de todo lo demás. Como hemos visto, ese centro se deduce, por un lado, de la comprensión unificada de la energía potencial infinita del vacío cuántico y de la consciencia pura ilimitada del vacío místico, y, por otro, de la percepción del carácter ilusorio del tiempo, y, por tanto, de la simultaneidad absoluta del polo original A y del polo final Ω de todos los procesos. El centro de esa dinámica toroidal, que se manifiesta como el universo espacio-temporal en su conjunto y como todas y cada una de las estructuras que lo componen, es, pues, la misma y única Autoevidencia no-dual, sin forma, ilimitada, atemporal, inefable, vacía y plena, fuente y meta de todos los mundos, potencialidad absoluta. Insistimos, ese Centro no-dual es uno y el mismo en todo y en todos, su verdadera naturaleza, su identidad última.
Pues bien, esa pura Autoevidencia sin rostro, para contemplarse a sí misma, necesita desdoblarse, al menos aparentemente, en los papeles de ojo y espejo, de sujeto y objeto, pues ello le permite actualizar en el mundo de las formas finitas su infinita potencialidad. De este modo, como hemos visto, el centro no-dual, sin dejar de serlo, se manifiesta polarmente como fuente originaria de energía y atractor final de consciencia, generando una distancia temporal ilusoria entre ambas facetas. Fijémonos bien en esta idea, porque en ella puede estar la solución a muchos de los enigmas que está encontrando la ciencia. La Vacuidad absoluta, en la que no existe el menor atisbo de separatividad, se manifiesta dualmente en el mundo de las formas, de modo que las presuntas distancias espacio-temporales que los “sujetos” observan entre los “objetos” son, en última instancia, puramente ilusorias.
Anteriormente propusimos que la vibración de esa “cuerda” ilusoria de energía-consciencia que se crea entre los polos A y Ω generaba, desde el mismo instante original, un sonido fundamental determinado y toda una gama de armónicos, que constituían el espectro total de niveles potenciales arquetípicos que, como hemos visto, se actualizan, paso a paso, a lo largo de la evolución y de la historia. Pues bien, este mismo esquema multinivelado de energía-consciencia que hemos planteado en la “cuerda” de nuestra hipótesis, deberemos aplicarlo ahora a ese “toro” vibrante que, según hemos propuesto, genera todo el proceso universal. Nos encontraríamos, entonces, con una dinámica toroidal profundamente anidada en un sinfín de niveles —como una “matrioshka”—, desde la minúscula escala de Planck hasta la totalidad cósmica, reflejando, así, la radical estructura fractal del universo (ver fig. 14-D). La característica fundamental de este fascinante toro anidado radica en que el centro es común e idéntico en la totalidad de sus niveles, de modo que todos los flujos universales, sea cual sea la cota del espectro de energía-consciencia a través de los que se desplieguen, parten y finalizan en ese inefable centro no-dual que unifica en sí mismo las facetas de fuente —A— y receptáculo —Ω— de todos los mundos.
Esta estructura fractal y toroidal de la realidad facilita enormemente la comprensión del proceso evolutivo. Partiendo, pues, de la idea de que, en última instancia, el protagonista único de todos los procesos es la misma y única Autoevidencia, vamos a relatar a continuación cómo se despliega, paso a paso, la dinámica de la evolución.
Dijimos anteriormente que la Vacuidad inmanifestada se polariza, aparentemente, como sujeto y objeto para percibirse a sí misma sujeto-objetivamente de infinitos modos. Con este artificio, la Autoevidencia puede bucear hasta los últimos rincones de su propia infinitud —identificando, ilusoria y fugazmente, su Aquí-Ahora absoluto con cualquier punto-instante relativo del espacio-tiempo pixelado—, para, desde ahí, contemplarse a sí misma desde una determinada perspectiva —en cualquier nivel del espectro de energía-consciencia del toro anidado—, retornando, inmediatamente, a su plenitud originaria. Dado que, según hemos planteado, la dimensión temporal es puramente imaginaria, todo sucede, en verdad, de instante en instante. Esta salida y retorno, momento tras momento, entre el fundamento no-dual y su manifestación finita y fugaz en el espacio-tiempo, permite ir actualizando en el mundo relativo de las formas los niveles potenciales de estabilidad del espectro de energía-consciencia, es decir, toda la jerarquía de “armónicos” generados en el mismo instante originario.
Esta dinámica recursiva entre el Vacío infinito y todas sus formas espacio-temporales es intrínsecamente creativa, y está facilitada por el campo unificado de memoria que, paso a paso, se va gestando a nivel fundamental. Toda la información recogida en cualquier punto-instante del mundo manifestado es introyectada inmediatamente en ese campo básico de memoria colectiva que, lógicamente, va incrementado, momento a momento, su potencial. De este modo, cualquier entidad, sea cual sea el nivel del espectro en el que se desenvuelva, tiene, en el fondo más íntimo de sí misma, acceso libre a la totalidad de ese campo unificado de memoria, aunque, en función de sus características específicas, conecte tan sólo con unas determinadas facetas de ese campo. La dinámica toroidal posee, por tanto, una estructura holográfica, en el sentido de que cada “parte” de sí misma dispone de información de la “totalidad”, y es, de hecho, un reflejo particular de esa totalidad.
Vistas las cosas desde la perspectiva que estamos planteando, podemos entender el proceso evolutivo como una expresión natural de una dinámica toroidal, integral, no-dual, fractal y holográfica de la energía-consciencia fundamental. A través de esta dinámica recursiva, la Autoevidencia siempre presente se va focalizando, instante tras instante, en los sucesivos niveles del espectro “armónico”, comenzando por los más básicos —prioritariamente de energía— y finalizando en los más elevados —prioritariamente de consciencia—. En cada plano, va actualizando el potencial específico de ese nivel, integrándolo con los aspectos ya emergidos en alturas anteriores. A cada vuelta, partiendo de los recursos disponibles en el campo unificado de memoria, se proyecta en cada situación concreta del espacio-tiempo, percibe esa situación determinada en función de las posibilidades de su estructura, e, inmediatamente, introyecta esa información en el campo de memoria colectiva del fundamento. Cuando una entidad concreta ha desplegado todo el potencial del estrato en el que básicamente se desenvuelve y lo ha integrado con todo lo aflorado en las etapas precedentes, habiendo alcanzado una cota específica de complejidad, puede resonar con el “armónico” siguiente del espectro de energía-consciencia, y, de ese modo, ascender a un nuevo peldaño de la larga escalera de la evolución. Y así sucesivamente.
Esta dinámica toroidal, no-dual, fractal y holográfica de la energía-consciencia fundamental que estamos proponiendo tiene claras afinidades con viejas intuiciones de las tradiciones de sabiduría —el yin-yang del taoísmo, el trisquel celta, la semilla de la vida egipcia, el caduceo griego, la kundalini hindú… ¡incluso el símbolo de ∞ no es sino la sección transversal de un toro de cuerno!—, pero, como hemos dicho, resulta prácticamente inasumible para el paradigma materialista de la ciencia clásica. Tras la aparición de la física cuántica y la teoría relativista, el panorama ha cambiado drásticamente, surgiendo a lo largo del siglo pasado numerosas propuestas innovadoras que, en estas primeras décadas del nuevo milenio, han comenzado a cristalizar en una revolucionaria teoría unificada de campos que sintoniza en muchos aspectos con la evolución toroidal que estamos planteando. A continuación, vamos a hacer una breve recapitulación de algunos de esos trabajos que, en muy diversos campos, han abierto luminosamente el paisaje de la ciencia.
Conviene recordar, de entrada, las pioneras propuestas sobre la dinámica toroidal a cargo de Walter Russell —The Universal One—, de R. Buckminster Fuller —Synergetics—, de Arthur M. Young —The Reflexive Universe— o de Itzhak Bentov —A Brief Tour of Higher Consciousness: A Cosmic Book on the Mechanics of Creation—. Acerca de la tendencia creativa de la dinámica universal es obligado mencionar el “holismo” de Jan C. Smuts —Holism and Evolution—, el “Punto Omega” de Pierre Teilhard de Chardin —El fenómeno humano—, la noción de “sintropía” de Luigi Fantappiè —Principi di una teoria unitaria del mondo fisico e biológico— o el “principio antrópico participativo” de John A. Wheeler. Sobre el carácter anidado del mundo es necesario hacer referencia al concepto de “holón” de Arthur Koestler —The Ghost in the Machine— o a la “geometría fractal” de Benoît Mandelbrot —La geometría fractal de la naturaleza— o a la “evolución holoárquica” de Ken Wilber —Sexo, ecología, espiritualidad—. Acerca del principio holográfico es imprescindible recordar a David J. Bohm —La totalidad y el orden implicado— y su teoría del “holomovimiento” entre la realidad profunda u “orden implicado” y la realidad superficial u “orden explicado”, o el “cerebro holográfico” de Karl H. Pribram —Languages of the brain—, o los “campos morfogenéticos” de Rupert Sheldrake —Una nueva ciencia de la vida—, o el “campo akáshico” de información de Ervin Laszlo —El Paradigma Akáshico. (R)evolución en la vanguardia de la ciencia—, o los trabajos de Gerard ‘t Hooft —The holographic principle— mejorados por Leonard Susskind. En cuanto a la relación entre las escalas micro y macro, conviene recordar los trabajos en neuro-bio-física cuántica de Stuart R. Hameroff y Roger Penrose —Consciousness in the universe: A review of the ‘Orch OR’ theory— o los de Dirk K. F. Meijer y Hans J. H. Geesink —Consciousness in the Universe is Scale Invariant and Implies an Event Horizon of the Human Brain—. Vamos a terminar este rápido listado de investigaciones en la vanguardia de la ciencia que sintonizan con algunos puntos clave de nuestra propuesta, haciendo especial mención a los revolucionarios trabajos de Nassim Haramein y sus colaboradores William D. Brown y Amira Val Baker —The Unified Spacememory Network: from Cosmogenesis to Consciousness [ https://holofractal.org/spacememory.pdf ]—, pues su “Teoría Holofractográfica del Campo Unificado” integra brillantemente los enfoques fractal, holográfico y toroidal que definen nuestra hipótesis.
(Actualmente ya existen numerosas páginas en internet que se hacen eco de esta emergente perspectiva acerca de un universo toroidal, holográfico y fractal. Recomiendo a los lectores interesados en este tema, consultar los siguientes sitios web: “The Fractal-Holographic Universe”, de Andreas Bjerve [ http://holofractal.net/ ], y “Cosmometry”, de Marshall Lefferts [ http://cosmometry.net/ ] ).
“El ahora que pasa
hace el tiempo, el ahora que permanece hace la eternidad” (Boecio)
En esta adenda vamos a
recapitular y a desarrollar algunos de los puntos fundamentales que han ido
apareciendo a lo largo de estas páginas. Confiamos en que, al presentarlos de
forma unificada, podremos, al final, bosquejar un panorama verdaderamente integral
de la dinámica creadora de la realidad, capaz de clarificar, con sencillez y
sin artificios, muchas de las grandes cuestiones que la humanidad se ha
planteado desde siempre y a las que la ciencia materialista no ha sabido
responder.
En una adenda anterior hemos planteado que, para alcanzar una comprensión verdaderamente integral de todo lo expuesto a lo largo de nuestra investigación, resulta completamente necesario hacer referencia, al menos, a tres facetas diferentes en el Todo-Uno: A) la realidad absoluta no-dual, B) la realidad relativa potencial y C) la realidad relativa espacio-temporal. A continuación, vamos a tratar de precisar el sentido de cada una de estas expresiones.
A) La realidad absoluta
no-dual
Toda la realidad
manifestada aparece, inexorablemente, en forma de dualidades. No cabe encontrar
sujeto sin objeto, dentro sin fuera, origen sin fin... Ni viceversa. Por eso,
dado que todos los contrarios son mutuamente dependientes, podemos entenderlos
como manifestaciones polares de una realidad que los trasciende y que es
“previa” a esa dualización.
Los físicos hablan de una
energía potencial infinita en el vacío cuántico original, y los sabios hablan
de una consciencia diáfana infinita en el vacío místico final. Nuestra
propuesta —en sintonía con las grandes tradiciones no-duales de sabiduría— es
que esos dos vacíos son la misma y única Vacuidad, percibida por los físicos de
forma objetiva y por los contemplativos de forma subjetiva, pero que, en sí, no
es objetiva ni subjetiva, sino “previa” a esa perspectiva dual. Como en esa
Vacuidad no hay separación entre sujeto y objeto, no resulta posible verla
de ningún modo, porque no es “algo” que pueda ser visto por “alguien”,
pero, evidentemente, tampoco es “nada”, porque, de hecho, todos los entes del
universo —objetivos o subjetivos— no son otra cosa que formas parciales y
relativas de ese Vacío no-dual. Aunque, en sentido estricto, no resulta
posible, por tanto, realizar ninguna afirmación sobre la Vacuidad esencial, a
modo de aproximación sugeriremos que es, de forma indiferenciada y simultánea, energía
potencial y consciencia pura, es decir, luz-lúcida o lucidez-luminosa no-dual.
La ciencia positivista
jamás podrá acceder a este Vacío intrínsecamente inefable, pues el mero intento
de describirlo objetivamente coloca al investigador “fuera” de su ámbito
no-dual. Sin embargo, paradójicamente, el Vacío del que estamos hablando, lejos
de ser una realidad lejana, misteriosa o desconocida, es la vivencia más
próxima, íntima y obvia de nuestra existencia. ¿Es que hay algo más
incuestionable que la propia Certeza-de-Ser?... ¿es que, querido lector,
dudas por un solo instante de tu propia realidad?... Pues, resulta que esa simple
y pura Auto-Evidencia siempre presente que eres en tu esencia
—previa a la más mínima identificación con cualquier forma concreta— es, precisamente,
la Vacuidad no-dual que constituye y comprehende todos los mundos. ¡Esa simple
Auto-Evidencia es la única sustancia del universo en su conjunto y de todos y cada
uno de los entes que lo componen!
El universo no está hecho
tan sólo de energía —como pretenden los monistas materialistas—, ni tan sólo de
consciencia —como pretenden los monistas idealistas—, sino de la Vacuidad
no-dual “previa” que incluye y trasciende ambas facetas. Esta afirmación
coincide claramente con la idea de Baruch Spinoza de que todo el universo está
hecho de una sola sustancia —que él denominaba “Dios” o “Naturaleza”— que se
presenta bajo dos atributos: extensión (materia) y pensamiento (mente). O, de
igual modo, con el planteamiento de Friedrich Schelling de que el principio
supremo debe ser un absoluto que sea al mismo tiempo objeto y sujeto,
naturaleza y espíritu, es decir, la unidad, la identidad o la indiferencia de
ambos aspectos. Perspectivas similares a estas comienzan actualmente a
sugerirse con creciente insistencia, en muy diversos campos de investigación,
bajo las denominaciones de “monismo de doble aspecto” y “monismo neutral”. Así,
en palabras del físico alemán Harald
Atmanspacher: "los enfoques de doble aspecto consideran los dominios
mental y físico de la realidad como aspectos o manifestaciones de una realidad
indivisa subyacente en la que lo mental y lo físico no existen como dominios
separados. En tal marco, la distinción entre mente y materia resulta de una división
epistémica que separa los aspectos de la realidad subyacente”.
Planteamos, por tanto, que la Vacuidad no-dual, carente en sí misma de
toda calificación o determinación particular, es, al mismo tiempo, la esencia última
de toda existencia, la matriz pura, indiferenciada y sin forma que sostiene
todos los mundos. No hay en ella ninguna característica específica, apariencia
concreta o rasgo distintivo, pero no es una mera ausencia o negación absoluta,
sino, más bien, un estado de apertura ilimitada, omnipresente e indestructible
que “hace ser” a todo el universo de la finitud. Un ámbito diáfano, lúcido y
luminoso que genera, sostiene y abraza todo el universo de las
particularidades. Una espaciosidad infinita y sin fronteras, eternamente
autoevidente, de la que surgen, en la que están y a la que retornan todos los fenómenos
que tienen lugar en el espacio-tiempo.
El Vacío último es un no-estado en el que no se puede percibir nada concreto, pero que está preñado de todo lo existente. Su simplicidad absoluta es potencialidad infinita de todas las cosas. Donde no hay nada, hay lugar para todo. No se trata, pues, de una nada impotente, sino que, al contrario, puede hacerlo todo de sí mismo, permaneciendo en su seno íntimo como Vacuidad eterna. Todas las cosas provienen de él, están en él y retornan a él, pero detrás de estas formas fugaces, permanece inmutable en su quietud atemporal, ahora, en el comienzo y siempre. Más allá del cambio. Más allá del nacimiento y de la muerte. Siempre presente en su juego infinito de apariencias duales. Eternamente vacuo y claro. Atemporalmente autoevidente.
B) La realidad relativa potencial
Dado que la
Auto-Evidencia no-dual carece por completo de la menor separación entre sujeto
y objeto, no puede percibirse a sí misma formalmente de ningún modo. Por eso, si
quiere contemplarse a sí misma, no tiene más remedio que dualizarse… al menos en
apariencia. El artificio es sencillo. Al igual que el 0 puede desdoblarse como
+ 1 y – 1 sin cambiar su valor en absoluto, la Vacuidad fundamental puede desdoblarse
como objeto —un polo original, básicamente de energía— y sujeto
—un polo final, básicamente de consciencia—, manteniendo plenamente su esencia
vacía. Entre ambos polos se genera, de este modo, un amplísimo espectro de
equilibrios entre ambas facetas polares, que recorre toda la gama desde los
estados más básicos —de enorme energía y poca consciencia— hasta los más
elevados —de poca energía y enorme consciencia—. Al entrar en vibración esta
distancia ilusoria de energía-consciencia generada entre ambos polos —como la
cuerda de una guitarra— se produce, instantáneamente, un sonido fundamental
característico y toda su ilimitada gama de sonidos armónicos (ondas
estacionarias). Esto significa que, fijémonos bien, desde el mismo momento
originario la totalidad del espectro de energía-consciencia ya está plenamente
presente de forma entrelazada y resonante.
Como hemos visto a lo
largo de nuestra investigación, los sucesivos segundos armónicos que surgen con
la vibración de la “cuerda” originaria de energía-consciencia —las sucesivas
notas del círculo (espiral) de quintas pitagórico— son, precisamente, los
niveles potenciales de estabilidad estratificada que se irán actualizando,
uno tras otro, a lo largo de los sucesivos peldaños evolutivos que hemos analizado,
y que desplegarán rítmicamente el espectro completo de la manifestación, desde
los niveles más básicos —de enorme energía y poca consciencia— a los más
elevados —de poca energía y enorme consciencia—. (Resulta sugerente señalar el
paralelismo entre la hipótesis que estamos exponiendo y la “teoría de cuerdas”
planteada actualmente en física teórica, aunque en nuestro caso el ámbito de
aplicación no se reduce simplemente al mundo de la microfísica, sino que abarca
la totalidad del espectro de la realidad. ¡Resulta complicado intentar elaborar
una “teoría del todo” si se margina la práctica totalidad del despliegue
evolutivo!).
Quisiéramos remarcar aquí
la hipótesis planteada por el farmacólogo Dirk Meijer y el investigador Hans
Geesink sobre un algoritmo matemático para frecuencias cuánticas coherentes que
generan estabilidad tanto en sistemas animados como no animados. Según sus
propias palabras: "Curiosamente, descubrimos que el origen del algoritmo
biológico particular puede abordarse matemáticamente mediante una escala
acústica de referencia ‘pitagórica templada’ seleccionada. El algoritmo expresa
ecuaciones de ondas unidimensionales conocidas para cuerdas vibrantes. El
origen del algoritmo biológico se condensó en una expresión matemática, en la
que todas las frecuencias tienen proporciones de 1:2 y se aproximan mucho a las
proporciones de 2:3". ¡Esta proporción de 2:3 es, precisamente, el
“segundo armónico” que, tal como hemos visto en nuestra investigación, genera
los niveles de estabilidad evolutivos!
Volviendo a nuestro
discurso, al desdoblarse la Vacuidad fundamental como un polo objetivo
(básicamente de energía) y un polo subjetivo (básicamente de consciencia), se
produce automáticamente una tensión bidireccional entre ambos extremos: una
corriente expansiva y entrópica procedente del polo de “energía-(consciencia)”
inicial y una corriente contractiva y sintrópica procedente del polo de “consciencia-(energía)”
final. Ambos flujos recorren, en direcciones contrarias, la totalidad del
espectro de niveles potenciales de estabilidad —ondas estacionarias— en los que
se equilibran, en diferentes proporciones, ambas facetas polares. Instante tras
instante, estos flujos ascendentes y descendentes resuenan entre sí en un nivel
determinado —onda estacionaria— del espectro de energía-consciencia,
“colapsando”, así, en un evento concreto.
(Los lectores interesados
en este punto pueden consultar los sugerentes trabajos de John Wheeler sobre el
“principio antrópico participativo”, de Amit Goswami sobre la “evolución
creativa”, o de Robert Lanza sobre el “biocentrismo”, y, así, comprobar las
similitudes y las diferencias entre estas interpretaciones de la mecánica
cuántica y lo que aquí estamos exponiendo).
La propuesta que estamos
desarrollando tiene una clara sintonía, obviamente, con la teoría sintrópica del
matemático Luigi Fantappiè. Esta teoría afirma que el aumento de la complejidad
en el proceso evolutivo es consecuencia de las ondas avanzadas que emanan desde
atractores ubicados en el futuro y que se dirigen hacia atrás en el tiempo. Plantea,
pues, pasar de un modelo mecanicista y determinista del universo a un nuevo
modelo, entrópico-sintrópico, en el que las fuerzas expansivas (entropía) y las
fuerzas cohesivas (sintropía) trabajan conjuntamente, de modo que el despliegue
de los fenómenos ya no es solo función de las condiciones iniciales, sino que
también depende de un atractor final. Esta teoría fue actualizada
posteriormente por el físico Giuseppe Arcidiacono y por su hermano gemelo
Salvatore, químico de profesión, desarrollando un modelo entrópico-sintrópico
del universo con una “estructura cibernética", que permite establecer un
vínculo entre la teoría unitaria de Fantappiè y las investigaciones más
recientes sobre la teoría de sistemas, el caos y la complejidad. Actualmente,
los psicólogos Ulisse Di Corpo y Antonella Vannini, han relanzado la
investigación sobre la teoría entrópica-sintrópica, llevando a cabo
experimentos de laboratorio con resultados convincentes y logrando, de este
modo, convertir la hipótesis de la sintropía en una sólida teoría científica
sustentada por una matemática rigurosa y una abundante evidencia experimental.
En clara resonancia con
todo esto, nuestro planteamiento tiene, del mismo modo, una gran similitud con
la Interpretación Transaccional de la Mecánica Cuántica —propuesta por John
Cramer e inspirada en la “teoría del absorbedor” de John Wheeler y Richard
Feynman—, que describe las interacciones cuánticas en términos de una onda
estacionaria formada por la interferencia entre ondas retardadas (hacia
adelante en el tiempo) y avanzadas (hacia atrás en el tiempo). Podemos resumir
este modelo transaccional de la siguiente manera: El emisor produce una onda
retardada de “oferta”, hacia adelante en el tiempo, que viaja hacia el
absorbedor, lo que hace que el absorbedor produzca una onda avanzada de
“confirmación”, hacia atrás en el tiempo, que viaja de regreso hasta el emisor.
La interacción se repite cíclicamente hasta que, finalmente, la transacción se
completa con un "apretón de manos" —una onda estacionaria— a través
del espacio-tiempo, con el que se sella un contrato bidireccional entre el
pasado y el futuro, y se produce el evento cuántico real, el “colapso de la
función de onda”. La secuencia “pseudo-temporal” de este relato es, por
supuesto, tan solo una conveniencia semántica para describir un proceso que es,
en verdad, atemporal. Luego volveremos sobre este asunto.
La física y filósofa Ruth
Kastner, extendiendo el trabajo de John Cramer, ha desarrollado una nueva
Interpretación Transaccional, llamada Relativista (RTI) o Posibilista (PTI),
que sostiene que las funciones de onda cuántica no se mueven tanto en el
universo físico, sino que existen como “posibilidades” en el espacio
multidimensional de Hilbert, del cual emergen las transacciones en el universo
“real”. Kastner propone considerar las ondas de oferta salientes y las muchas
ondas de confirmación entrantes como transacciones "posibles",
existentes fuera del espacio-tiempo, de las cuales solo una se vuelve
empíricamente "real". Sugiere definirlas con el término “potencia”
—con el que Aristóteles denominaba la capacidad de ser algo en el
futuro—, en sintonía con la afirmación del físico teórico alemán Werner
Heisenberg: “Los átomos o las partículas elementales no son reales en sí
mismos; forman un mundo de potencialidades o posibilidades, y no tanto un mundo
de cosas o de hechos o datos”. En este sentido, Kastner dice que las ondas de
oferta y confirmación son "posibilidades" sub-empíricas y
pre-espacio-temporales —es decir, que aún no han aparecido en el espacio-tiempo—
y, por eso, las denomina "transacciones incipientes".
Kastner pide una nueva
categoría metafísica para describir esas "posibilidades no del todo
reales", que, lejos de ser meras abstracciones, constituyen un mundo de
dimensiones superiores cuya estructura está descrita por las matemáticas de la
teoría cuántica. Plantea la necesidad de considerar tales “posibilidades” como
parte de una realidad que abarca mucho más de lo que está contenido en el
espacio-tiempo. De hecho, los eventos espacio-temporales son productos que
emergen a partir de los procesos de transacción —atemporales y no-locales— que
tienen lugar en el reino cuántico.
La
metáfora del “iceberg” usada por Freud para describir el subconsciente humano
puede aplicarse igualmente al “reino ontológico de posibilidades” o “tierra
cuántica” que plantea Kastner. El “quantumland” hace referencia a la
masa del iceberg que existe por debajo de nuestra vista, mientras que la punta,
la apariencia espacio-temporal, es solo una pequeña parte de todo lo que es el
universo físico. Los procesos cuánticos, aunque tengan lugar fuera del
espacio-tiempo, constituyen una parte fundamental de ese universo.
Este planteamiento de
Kastner sobre un “reino ontológico de posibilidades” del que surge el mundo
concreto espacio-temporal, coincide plenamente con nuestra propuesta sobre una realidad
relativa potencial de sonidos armónicos que se actualiza,
rítmicamente, a lo largo de los sucesivos peldaños de la escalera evolutiva.
Del mismo modo, hay una clara resonancia entre esta idea con el postulado del
físico David Bohm sobre una realidad fundamental —el “orden implicado”—, en la
que la materia y el espíritu están unificados, que se despliega, instante tras
instante, como el universo manifestado —el “orden explicado”—.
Partiendo de los
sorprendentes datos de la física cuántica, Bohm propone la existencia, a nivel
muy profundo, de un orden intrínseco que, más allá del espacio y del tiempo,
envuelve la totalidad de la realidad cósmica de relaciones. Este orden
intrínseco se proyectaría a cada instante en el orden manifiesto, que, a su
vez, se inyectaría o se introyectaría de nuevo, a cada instante, en el orden
intrínseco. Bohm llama “holomovimiento” a este continuo despliegue y repliegue
entre el orden implicado y el orden explicado que constituye el fenómeno
dinámico básico del que emanan todos los sucesos de la realidad manifestada en
el espacio-tiempo. No hay “cosa” alguna en el universo. Todo es “proceso”. Lo
que llamamos cosas, objetos o entes, son meras abstracciones de aquello que es
relativamente estable en los procesos de movimiento y transformación. En el
orden implicado la realidad se ordena según una jerarquía en la que cada nivel
particular de tiempo tiene su nivel de eternidad. Lo fundamental en el orden
implicado es la presencia simultánea de una secuencia de muchos grados de
envolvimiento, mientras que, por el contrario, en el orden explicado todos esos
grados se hacen presentes de forma extendida y manifiesta.
Conceptos tales como
“realidad no-local”, “entrelazamiento” o “no-separabilidad”, tan frecuentes
entre los estudiosos del mundo cuántico, apuntan en la misma dirección. A
partir del experimento mental propuesto por Albert Einstein, Boris Podolsky y Nathan Rosen en 1935
—la llamada “paradoja EPR”—, del teorema planteado por John Bell en 1964 —las
llamadas “desigualdades de Bell”— y del experimento real llevado a cabo por
Alain Aspect en 1982 —y muchos otros en años posteriores— se puso de
manifiesto, sin la menor sombra de duda, la existencia de sucesos que violaban
el “principio de localidad” —la suposición de que dos objetos alejados entre sí
no pueden influirse mutuamente de manera instantánea—, confirmando, así, la
temida "espeluznante acción a distancia" que temía Einstein. A partir
de entonces, la mecánica cuántica rechaza el principio de localidad debido al
llamado “entrelazamiento cuántico”. El entrelazamiento es un fenómeno en el
cual los estados cuánticos de dos o más objetos se deben describir
mediante un estado único que involucra a todos los objetos del sistema, aun
cuando los objetos estén separados espacialmente. Un conjunto de partículas
entrelazadas no puede definirse como si fueran partículas individuales
separadas, sino que hay que hacerlo con una función de onda única para todo el sistema. Dado que la
totalidad del cosmos se encontraba plenamente unido en el momento del Big Bang,
bien podría ser definido por una única función de onda en la que todo el
abanico de posibilidades ya estaría presente de manera superpuesta desde su
origen. A nivel cuántico, por tanto, comienza a plantearse una visión unificada
de la realidad universal, en la que, más allá del espacio y el tiempo, todas
las posibilidades —potencialidades— se encuentran presentes desde el mismo
instante inicial. El universo espacio-temporal, desde esta perspectiva, no
sería otra cosa que la paulatina actualización, instante tras instante, de esas
potencialidades originarias de forma desglosada.
Este planteamiento sobre una realidad potencial unificada, más allá del
espacio y el tiempo, no sólo ha sido desarrollado por investigadores del mundo
objetivo de la energía, sino también por indagadores del mundo subjetivo de la
consciencia. Así, por ejemplo, el psiquiatra Carl Jung retomó la expresión
medieval “unus mundus” —un solo mundo— para sugerir la existencia de una
realidad subyacente unificada a partir de la cual
todo emerge y a la cual todo retorna. Afirmó que era
extraordinariamente probable que la mente y la materia no fueran sino dos
aspectos diferentes y complementarios de ese unus mundus trascendental. Jung, conjuntamente con el físico Wolfgang Pauli, puso de manifiesto que
los conceptos de “arquetipo” y “sincronicidad” reforzaban, precisamente, la
existencia de esa unidad subyacente.
Jung observó que las capas más hondas de la psique pierden la
peculiaridad individual a mayor profundidad —se vuelven más colectivas— y que
en este “inconsciente colectivo” existen unas pautas dinámicas primordiales,
que él denominó “arquetipos”. Estos arquetipos son, en sí mismos, elementos
vacíos, virtualidades, ideas en sentido platónico, tendencias innatas, modelos
desprovistos de contenido a partir de los cuales se forman las variaciones
individuales. Un arquetipo posee, en principio, un núcleo significativo
invariable que determina su modo de manifestación, pero la manera en que se
expresa en cada caso no depende de él solamente, sino también del material del mundo
fenoménico con el que cuenta para hacerse visible. Los arquetipos no son
propiamente elementos psíquicos, ni tampoco materiales, sino más bien
realidades psicofísicas pertenecientes al ámbito de lo “psicoide”, anteriores a
una eventual separación en esos dos dominios que nosotros percibimos escindidos
en nuestra realidad cotidiana. Los arquetipos formarían parte de ese unus
mundus que, según la filosofía escolástica, contenía en potencia la materia
y el espíritu y, por tanto, podría ser entendido como un reino de “materia
espiritual” o de “espíritu material”.
La existencia de esa realidad psicofísica fundamental también puede ser
demostrada a través de los fenómenos de “sincronicidad”, en los que aparecen coincidencias
o concordancias —más allá de la simple casualidad— entre un acontecimiento
psíquico y otro físico sin que exista una relación causal entre ellos. Estos
sorprendentes fenómenos resultarían fácilmente explicables si tanto el
observador como el acontecimiento concurrente procedieran, en última instancia,
de una misma fuente, de una unidad subyacente común a ambos, del unus mundus
fundamental. Las expresiones
simultáneas en los dominios de la psique y de la materia que tienen lugar en
las sincronicidades, sugieren la existencia de un único todo psicofísico que
nosotros observamos a través de dos vías diferentes. Ese todo se presenta como
material, si se lo observa desde el exterior, y como psíquico, si se lo observa
desde el interior, pero en sí mismo no es ni psíquico ni material, sino
enteramente trascendente. La hipótesis de una matriz potencial profunda, más
allá de cualquier tipo de división en esos dos dominios que nosotros percibimos
separados en la realidad cotidiana, tiende, así, un puente entre el mundo
físico y el mundo mental. Los fenómenos sincronísticos se entienden, entonces,
como manifestaciones dobles y espontáneas de ese fundamento desconocido que es
la base de la materia y la mente, de la energía y la conciencia.
Resonando
con la idea que estamos planteando de equiparar nuestra “realidad relativa
potencial” con el “orden implicado” de Bohm, con el “quantumland” de
Kastner o con el “unus mundus” de Jung, la psicóloga Marie-Louise von
Franz afirmaba que resultaba posible aplicar la terminología de Bohm a las
ideas de Jung, de tal modo que los arquetipos se podrían considerar como
estructuras dinámicas e inobservables del orden implicado o replegado. O, en la
misma línea, el psiquiatra Stanislav Grof ha propuesto que “en una versión
ampliada de la teoría holonómica, los arquetipos podrían ser comprendidos como
fenómenos sui generis, como principios cósmicos entrelazados con el
tejido del orden implicado”.
Partiendo
de estos sugerentes paralelismos, y considerando los fenómenos de sincronicidad
como manifestaciones dobles y espontáneas —materiales y psíquicas— de una
realidad subyacente unificada, cabría sospechar que los arquetipos podrían
jugar un papel clave en el proceso de evolución, dado que éste se caracteriza
—tal como afirmaba el paleontólogo Pierre Teilhard de Chardin— por la tendencia
de la materia a lo largo del tiempo a adquirir formas de organización más
complejas y, simultáneamente, por el aumento del nivel de conciencia en esos
organismos. El propio Jung, vislumbrando esta posibilidad, afirmaba: “No puede
uno imaginar cuánto azar y cuántos riesgos fueron necesarios durante millares
de años para hacer de un lémur un hombre. En medio de este caos de azar,
probablemente hubo fenómenos sincronísticos en acción, los cuales, frente a las
leyes conocidas de la naturaleza y con ayuda de éstas, permitieron construir,
en momentos arquetípicos, síntesis que se nos manifiestan como
extraordinarias”.
Para Jung, los sucesos sincronísticos aparecen cuando algunos arquetipos están profundamente implicados en una situación vivida. Estos arquetipos se encuentran entonces constelados en la psique, al tiempo que se desencadenan dinámicas afectivas y emocionales muy fuertes. Esta circunstancia puede observarse, sobre todo, en situaciones de crisis muy graves, y es bien conocida por los psicoterapeutas. En palabras del biólogo Hansueli Etter: “Si de manera analógica transponemos estas observaciones al plano de la filogenia, podremos decir que situaciones arquetípicas están efectivamente consteladas cuando una crisis colectiva y biológica amenaza de manera inminente una especie o varias especies dadas. En esos particulares momentos, los sucesos sincronísticos deben ser muy numerosos (es decir, deben verificarse mutaciones o redistribuciones de genes en el seno de las poblaciones), de suerte que ofrezcan a la especie la posibilidad de un desarrollo superior. Me parece que en esos sucesos considerados hasta ahora como fortuitos, debemos ver fenómenos sincronísticos.”
C) La realidad relativa espacio-temporal
En una adenda anterior
hemos esbozado las características básicas de la dinámica toroidal a través de
la cual la realidad potencial del fundamento inmanifestado se actualiza y
despliega en el mundo de las formas. Este proceso es muy similar al
“holomovimiento” planteado por Bohm entre el “orden implicado” y el “orden
explicado”. La salida y retorno, instante tras instante, desde y hacia el
fundamento no-dual, a través de su manifestación finita y fugaz en el
espacio-tiempo, permite ir actualizando, uno tras otro, los sucesivos niveles
potenciales de estabilidad del espectro de energía-consciencia —es decir, toda
la jerarquía de “armónicos” generados en el mismo instante originario—, comenzando
por los más básicos —prioritariamente de energía— y finalizando por los más
elevados —prioritariamente de consciencia—. A cada vuelta, el potencial
específico de un nivel determinado del espectro se proyecta en un
punto-instante concreto del espacio-tiempo pixelado, se integra con los
aspectos ya emergidos en alturas anteriores, e, inmediatamente, esa información
específica se introyecta en el campo de memoria colectiva que se va generando en
el fundamento. Cuando una entidad concreta ha desplegado todo el potencial del
estrato en el que básicamente se desenvuelve y lo ha integrado con todo lo
aflorado en las etapas precedentes, habiendo alcanzado una cota específica de complejidad,
puede resonar con el “armónico” siguiente del espectro de energía-consciencia,
y, de ese modo, ascender a un nuevo peldaño de la larga escalera de la
evolución. Y así sucesivamente.
Esta dinámica recursiva,
intrínsecamente creativa, entre la “realidad potencial” y la “realidad actualizada”
está mediada por ese campo unificado de memoria que, paso a paso, se va
gestando a nivel fundamental. Toda la información recogida en cualquier
punto-instante del mundo manifestado es introyectada inmediatamente en el campo
básico de memoria colectiva, que, de este modo, incrementa, momento a momento,
su potencial. Según nuestro planteamiento, con la polarización originaria de la
Vacuidad no-dual fundamental, como un polo objetivo —básicamente de energía— y
un polo subjetivo —básicamente de consciencia—, se genera, automáticamente, un
amplísimo espectro de equilibrios de energía-consciencia entre ambas facetas
polares, que recorre toda la gama desde los estados más básicos —de enorme
energía y poca consciencia— hasta los más elevados —de poca energía y enorme
consciencia—. “Antes” del surgimiento del universo manifestado, este espectro
potencial tenía un carácter básicamente arquetípico —en nuestra investigación
hemos hablado de la gama cromática, del círculo (espiral) de quintas de
Pitágoras, de la serie de los chakras…—, pero, desde el mismo momento en que se
produce la singularidad originaria del Big Bang, comienza la danza toroidal
entre la realidad potencial y la realidad manifestada —entre el orden implicado
y el orden explicado—, en la que tiene lugar ese juego de proyecciones e
introyecciones que acabamos de plantear. Es, precisamente, este juego toroidal
el que, instante tras instante, va convirtiendo los niveles arquetípicos
originarios del espectro de energía-consciencia en campos de memoria colectiva
más y más solidificados con cada giro de la danza. Esta es la causa por la que,
en la actualidad, el comportamiento de los niveles más básicos del espectro de
energía-consciencia en el universo manifestado —los niveles materiales— resulte
muy previsible, y de que, en consecuencia, podamos describir las leyes físicas
de la naturaleza con bastante precisión. Por el contrario, los niveles más
elevados del espectro potencial aún no han sido apenas actualizados en el
espacio-tiempo y, por ello, hoy en día todavía mantienen su carácter de levedad
arquetípica y resultan difícilmente descriptibles.
Antes de seguir adelante
con nuestra exposición, quisiéramos hacer referencia en este punto a los
trabajos de otros investigadores que también plantean la existencia de un campo
de memoria colectiva en el fundamento de la realidad, con grandes similitudes
al que aquí estamos proponiendo.
Por ejemplo, el filósofo
de sistemas Ervin Laszlo postula la idea de un campo de información como
sustancia del cosmos. Utilizando el término sánscrito Akasha —con el que
la tradición hindú designaba al fundamento que subyace a todas las cosas y se
convierte en todas las cosas—, Laszlo denomina a este campo de información como
"campo akáshico". El Akasha —afirma— es una dimensión
en el universo que no solo subyace a todas las cosas que existen en él, sino
que las genera e interconecta, conservando la información que han generado. Es
la matriz de la realidad, la red del mundo, la memoria del cosmos. La
cosmología akáshica concibe el universo como un sistema integral que
evoluciona en la interacción de dos dimensiones: una dimensión oculta o akáshica
y una dimensión observable o manifiesta. Según este modelo, la dimensión oculta
“in-forma” a la dimensión manifiesta, y ésta, a su vez, “de-forma” a la
dimensión oculta, modificando su potencial de información. Esta interacción
bidireccional entre ambas dimensiones constituye un bucle continuo de acción y
reacción, que crea una coherencia progresiva en la dimensión manifiesta, y
acumula un potencial creciente de in-formación en la dimensión oculta, todo lo
cual, según Laszlo, puede explicar por qué nuestro universo, contra toda
probabilidad, está tan bien configurado como para formar galaxias y formas de
vida conscientes, y por qué la evolución es un proceso informado, no azaroso.
Por su parte, el
bioquímico Rupert Shedrake propone una dinámica similar al holomovimiento de
Bohm en la que unos campos morfogenéticos, implicados y no locales, canalizan
la memoria colectiva de formas y comportamientos a las generaciones siguientes.
Sheldrake pone especial énfasis en la idea de que el orden explicado, en cierto
modo, enriquece al implicado, el tiempo a la eternidad, porque lo finito
contribuye al orden global re-inyectando sus aportaciones de nuevo a la
totalidad. Cada momento es una proyección del todo, pero ese momento se
introyecta de nuevo en el todo. El siguiente momento implica, en parte, una
re-proyección de esa introyección, y así sucesivamente. De este modo, como cada
instante contiene una proyección de la re-inyección de los instantes anteriores
—lo que constituye una cierta forma de memoria—, se parece a sus predecesores,
pero también se distingue de ellos. Según este concepto de proyección e
introyección, todos los entes del universo estamos contribuyendo a la
naturaleza intrínseca más profunda, porque participamos en la introyección del
orden manifiesto en el orden implicado, creando, así, un orden superior que,
instante tras instante, va conformando la dinámica evolutiva.
Del mismo modo, el físico
teórico Nassim Haramein plantea un dominio fundamental de información del que
todo surge y al que todo retorna. La intercomunicación no local, más allá de
cualquier marco de espacio y tiempo, es posible gracias a la red de memoria
espacial unificada formada por microagujeros de gusano del campo holográfico
básico de información en la escala de Planck. La memoria y los procesos
recursivos de información de retroalimentación y proalimentación del vacío
cuántico —u holocampo— permiten el aprendizaje y el comportamiento evolutivo. El
flujo de información dinámica desde y hacia ese campo puede ser la fuente
generadora de la materia organizada, de los sistemas biológicos autoorganizados
y, en última instancia, de las entidades autoconscientes. Haramein afirma, en
resumen, que vivimos en un universo altamente entrelazado e interconectado
donde un campo fundamental de información, compartido a través de todas las
escalas, impulsa mecanismos evolutivos en los que el entorno influye en el
individuo y el individuo influye en el entorno, en una totalidad interconectada
no local: un universo que en última instancia es Uno.
Retomando la exposición
de nuestra propuesta, vamos a tratar de describir, a continuación, el mecanismo
a través del cual la realidad potencial se actualiza en y como la realidad
manifestada, lo que nos dará las pistas esenciales para bosquejar la naturaleza
de esta manifestación. Como hemos explicado, con la dualización originaria de
la Vacuidad no-dual en la forma de un polo objetivo (básicamente de energía) y un
polo subjetivo (básicamente de consciencia), aparece automáticamente entre ambos
extremos un espectro integral, simultáneo y entrelazado de energía-consciencia
en diferentes equilibrios, que constituye la realidad relativa potencial
o arquetipo básico que, posteriormente, se manifestará como realidad
relativa actualizada o universo evolutivo. La tensión generada entre ambos
extremos tras la polarización originaria, crea una corriente expansiva y
entrópica procedente del polo de energía y una corriente contractiva y
sintrópica procedente del polo de consciencia, que recorren, en direcciones
contrarias, la totalidad del espectro de niveles potenciales de estabilidad, ondas
estacionarias o armónicos musicales de los que hemos hablado. El instante
inicial de la manifestación universal —el Big Bang— tuvo lugar cuando los
flujos ascendentes y descendentes resonaron entre sí en el nivel más básico del
espectro de energía-consciencia y, con este “apretón de manos” entre ambos, se
produjo el ”colapso de la función de onda” del primer arquetipo potencial —o armónico
musical— en el mundo de las formas. A partir de entonces, el juego toroidal de
proyecciones e introyecciones, instante tras instante, ha ido desplegando en el
orden explicado, paulatinamente, los sucesivos niveles potenciales de
estabilidad estratificada del orden implicado en los que los flujos ascendente
y descendente han ido resonando. Esta dinámica iterativa, como hemos visto, ha
ido convirtiendo los niveles arquetípicos originarios del espectro de energía-consciencia
en campos morfogenéticos de memoria colectiva más y más solidificados con cada
giro de la danza, empezando por los peldaños más básicos de la escalera
evolutiva. Los peldaños más elevados aún mantienen su levedad arquetípica
primigenia.
Es importante remarcar,
aquí, que la fértil interacción entre los polos primarios de energía y
consciencia, a través de los flujos ascendente —entrópico— y descendente
—sintrópico—, no tiene lugar en el mundo manifiesto, sino en la realidad
potencial subyacente, más allá del espacio y del tiempo. Es una interacción
instantánea. No temporal. En ocasiones, al describir esta dinámica
bidireccional, se habla, incorrectamente, de un flujo que avanza en el tiempo y
de un flujo que retrocede en el tiempo, pero sería más acertado pensar, más
bien, en una transacción entre diferentes profundidades de un único Ahora
eterno, que abarca en sí mismo la totalidad del “tiempo”. Cuando esta
transacción “colapsa” en un ahora fugaz, la memoria de instantes pasados
y la expectativa de instantes futuros nos hace concebir la imagen de una línea
temporal. Pero es sólo una imagen. El universo manifestado surge y desaparece,
de instante en instante, desde y hacia la realidad potencial subyacente,
entrelazada y unificada, que es siempre Ahora. Dado que el juego toroidal de
proyecciones e introyecciones entre los ámbitos potencial y manifestado de la
realidad va desplegando, paulatinamente, formas más y más complejas cada vez
—debido a que integran un mayor número de niveles del campo estratificado de
memoria colectiva que se va gestando—, podemos vislumbrar en el proceso
universal una clara “flecha del tiempo” que se orienta, precisamente, hacia la
creación de organismos progresivamente complejos y con cotas crecientes de
consciencia. Pero eso no significa que exista, en verdad, una línea temporal
real, sino, tan sólo, que ésa es nuestra forma imaginaria de ordenar los datos
parciales — los fotogramas de la película del mundo— que vamos captando
sucesivamente. Pues, como afirmaba el físico Erwin Schrödinger: “el que algo
se propague en el espacio o el que algo suceda en un tiempo bien definido de
‘antes y después’ no es una cualidad del mundo que percibimos, sino que
pertenece a la mente perceptora que (de algún modo en su situación actual) se
ve incapaz de registrar nada de lo que se le ofrece si no es según este esquema
espacio-temporal.”
Parece que el mundo que
estamos empezando a vislumbrar carece de la solidez que, ingenuamente, le
suponíamos, y que, en realidad, se asemeja más bien a un sorprendente y
gigantesco holograma evolutivo. Veamos. Un holograma es un tipo de
representación tridimensional que se produce cuando un rayo láser se divide
en dos rayos distintos. Uno de ellos se hace rebotar contra el objeto
que va a ser fotografiado y, a continuación, se permite que el segundo
rayo, que viene directamente de la fuente, choque con la luz reflejada del
primero, produciéndose un patrón de interferencia que se graba en una placa.
Cuando una luz atraviesa esta placa, automáticamente surge una imagen
tridimensional del objeto original que carece de la más mínima sustancialidad.
Es pura apariencia. Otro hecho sorprendente es que, a diferencia de lo que
ocurre con las fotografías normales, cada parte de una placa holográfica
contiene la información completa de la totalidad. Así pues, si se rompe en
pedazos una placa holográfica, se puede utilizar cada trozo, por pequeño que
sea, para reconstruir la imagen completa del objeto fotografiado, con mayor o
menor definición. ¡Cada parte contiene la totalidad!
Según nuestro planteamiento,
el proceso de gestación de la manifestación universal comienza con la bifurcación
originaria de la Luz-Lúcida no-dual —“un rayo láser se divide en dos rayos
distintos”— en un polo objetivo (básicamente de energía) y un polo
subjetivo (básicamente de consciencia), con la consiguiente interacción entre
los flujos ascendente y descendente que se generan entre ellos. Recordemos que,
debido a la dinámica toroidal de proyecciones e introyecciones, los niveles más
básicos han desarrollado campos de memoria morfogenética muy sólidos, mientras
que los niveles más elevados aún mantienen su levedad arquetípica original. Por
este motivo, el flujo ascendente atraviesa campos morfogenéticos muy definidos
—“uno de ellos se hace rebotar contra el objeto que va a ser fotografiado”—,
mientras que el flujo descendente procede directamente del polo subjetivo —“el
segundo rayo viene directamente de la fuente”—. Cuando ambos flujos
resuenan e interaccionan entre sí, la transacción se sella con un apretón de manos
u onda estacionaria —“se permite que el segundo rayo (…) choque con la luz
reflejada del primero, produciéndose un patrón de interferencia que se graba en
una placa”—, y se produce el colapso de la memoria colectiva potencial en
una imagen formal concreta, puntual y fugaz —“automáticamente surge una
imagen tridimensional del objeto original que carece de la más mínima
sustancialidad”—.
Nuestra investigación ha puesto
de manifiesto el completo paralelismo entre los procesos filogenéticos y
ontogenéticos del ser humano. Tanto la evolución global como el desarrollo
individual tienen lugar en una misma trama temporal, con una idéntica pauta de
despliegue y repliegue entre los polos original y final, y atravesando,
exactamente, las mismas etapas o niveles de estabilidad. Cada vida individual
recapitula, pues, la trayectoria global íntegra recorrida por sus ancestros —“cada
parte de una placa holográfica contiene la información completa de la
totalidad”—. Todo parece sugerir que
la manifestación universal tiene características holográficas y que la
“totalidad” y las “partes” son meros reflejos de un fundamento subyacente
común. Teniendo en cuenta que una característica de los hologramas consiste en
que cuanto menor es el tamaño del fragmento de placa utilizado, más borrosa
resulta la imagen reconstruida —se pierde definición, pero se mantiene la
integridad de la imagen—, bien podríamos proponer que cuanto más complejo sea
un organismo dado —cuantos más niveles de manifestación haya integrado—, mayor
será el grado de claridad y definición de la imagen originaria total. Si este
enfoque es válido, un átomo, una molécula, una célula, un mamífero, un primate
o un ser humano, cada uno de ellos, posee, en el fondo más íntimo de sí mismo,
acceso libre a la totalidad del campo unificado de memoria colectiva del cosmos,
aunque, en función de sus características específicas —dependiendo de sus
respectivas capacidades para captar y expresar esa plenitud que los subyace y
los envuelve—, conecte tan sólo con unas determinadas facetas de ese campo.
De acuerdo con todo lo
expuesto hasta aquí, el protagonista exclusivo de la danza creativa del
universo es la simple Auto-Evidencia no-dual siempre presente, la identidad
última de todo y de todos, la única realidad incuestionable de la existencia.
Esta pura Certeza-de-Ser, obvia pero invisible, necesita desdoblarse polarmente
como sujeto y objeto para poder verse a sí misma, parcialmente, de infinitos
modos. Como hemos explicado, la fecunda interacción entre los flujos
bidireccionales que se generan entre ambos polos se plasma —colapsa— en un
sinfín de imágenes holográficas sujeto-objetivas, finitas y fugaces, con las
cuales la Auto-Evidencia se identifica instante tras instante, pudiendo, así,
contemplar con progresiva nitidez en el mundo de las formas su propio rostro
invisible originario.
La Realidad absoluta
no-dual —la Auto-Evidencia— es atemporal. La realidad relativa potencial —el
orden implicado, el unus mundus arquetípico—, es decir, la totalidad del
espectro polar de energía-consciencia, entrelazado y unitario, sucede en un
eterno Ahora, que abarca la totalidad del “tiempo”. La realidad relativa
manifestada, la imagen holográfica espacio-temporal, nace y muere cada
instante. La totalidad del mundo de las apariencias está siendo creado ahora… y
ahora... y ahora… En resumen, la Auto-Evidencia atemporal se proyecta a través
del Aquí-Ahora integral del arquetipo potencial, se identifica con todos y cada
uno de los punto-instante del espacio-tiempo pixelado, se contempla a sí misma
desde una determinada perspectiva, e, inmediatamente, retorna a su plenitud
originaria… de la que, en verdad, nunca había salido.
No existen objetos
independientes. No existen sujetos separados. Todo en el mundo manifiesto es
sujeto-objetivo. En última instancia, todo es expresión de la interacción
básica entre los polos originarios de energía y consciencia en los que se
bifurca la Auto-Evidencia fundamental siempre presente. El universo no tiene
ninguna forma particular. Todo es relacional. El presunto mundo objetivo percibido
es tan solo una imagen generada por la identificación con una forma subjetiva
particular. Hay colores porque hay ojos. Hay sonidos porque hay oídos. Todo lo
que estás percibiendo, querido lector, en ti mismo y en tu entorno en este
instante, es tan sólo una imagen espontánea y fugaz surgida por la interacción
entre el polo Sujeto —en “ti”— y el polo Objeto —en todo “tu entorno”—, en los
que la Auto-Evidencia que en verdad eres se bifurca, de instante en instante,
para contemplarse a Sí-Misma de infinitos modos. Todo está sucediendo por sí
solo. Eternamente. Puedes relajarte. ¡Disfruta de la danza!
Antes de terminar esta
adenda, quisiéramos subrayar que esta cosmovisión no-dual que estamos
planteando —que, no hace falta decirlo, choca frontalmente con el paradigma
materialista aún vigente— es capaz de resolver, de forma sencilla y sin
artificios, algunos de los enigmas esenciales a los que la ciencia convencional
no ha podido dar una respuesta convincente. Repasemos brevemente algunos de
ellos.
—El problema difícil
de la consciencia. El filósofo cognitivo David Chalmers introdujo el
concepto de "problema difícil" de la consciencia para referirse a la
gran dificultad de explicar, desde los parámetros materialistas, cómo es
posible que un cerebro físico —objetivo—, que sólo procesa señales eléctricas o
químicas, pueda dar lugar a los qualia o experiencias subjetivas
conscientes. Desde la perspectiva no-dual desde la que estamos desarrollando
nuestra investigación, por el contrario, el “problema difícil” ni siquiera se
plantea, ya que, lejos de suponer que el mundo objetivo produzca las
experiencias subjetivas —como hace el monismo materialista— o que las
experiencias subjetivas den lugar al mundo objetivo —como hace el monismo
idealista—, defendemos que tanto la energía como la consciencia no son otra
cosa que la expresión polar de una misma y única realidad subyacente en la que
ambas facetas se encuentran eternamente indiferenciadas.
—El problema
mente-cuerpo. Íntimamente relacionado con el problema difícil de la
consciencia, el problema mente-cuerpo hace referencia a la dificultad de explicar
la interacción entre los estados mentales “interiores” y los estados corporales
“exteriores”. ¿Cómo la mente puede actuar sobre el cerebro, tal como queda
manifiesto, por ejemplo, en el llamado “efecto placebo”? Desde el esquema que
estamos planteando no existe tal problema, ya que, en última instancia, el
mundo “exterior” y el mundo “interior” —la energía y la consciencia— son
no-duales. Todos los niveles del espectro de la realidad manifestada no son sino
diferentes equilibrios entre esas dos facetas polares de una única realidad
fundamental, y, por eso, cualquier interacción entre ellos no es otra cosa que
meros movimientos entre diferentes densidades de una misma sustancia.
—El problema de la
causalidad descendente. Desde el reduccionismo materialista se ha pretendido
explicar los organismos complejos a partir de sus elementos componentes más
simples —es decir, a través de la “causalidad ascendente”— y, por eso, se ha acusado
de incoherencia conceptual y metafísica a la “causalidad descendente” —ejercida
por las propiedades emergentes de totalidades sobre las propiedades de sus
constituyentes de nivel inferior— que los investigadores de sistemas complejos
han puesto de manifiesto en numerosos ámbitos de la realidad. Según nuestro
planteamiento, lejos de haber incompatibilidad entre ambos tipos de causalidad,
toda la realidad manifestada surge, precisamente, de la interacción y
resonancia entre los flujos entrópicos ascendentes y los flujos sintrópicos
descendentes, con lo que se trascienden, simultáneamente, las perspectivas parciales
del reduccionismo y del holismo, integrándolas en una visión no-dual
omniabarcante.
—El problema del
ajuste fino del universo. Este problema, al igual que el del principio
antrópico, ha surgido al comprobarse que el universo parece haber
sido meticulosamente ajustado para permitir la existencia de la vida y de la
mente, pues, si cualquiera de las constantes físicas básicas hubiese sido
mínimamente diferente, la aparición de la vida tal como la conocemos no habría
sido posible. Según la perspectiva materialista, por tanto, habitamos
en un universo extremadamente improbable. Desde nuestra perspectiva, por el
contrario, dado que todos los sucesos del universo surgen
de la interacción y el consenso entre los flujos procedentes del polo de
energía original —del “pasado”— y del polo de consciencia final —del “futuro”—,
es completamente natural que, sin tener que recurrir a ningún diseñador
externo, ya los primeros eventos del proceso universal estuvieran plenamente
coordinados y ajustados a los acontecimientos futuros. ¡Cómo iba a ser de otra
manera!
—El problema de las
experiencias parapsicológicas. La parapsicología estudia diferentes fenómenos psíquicos
paranormales que no parecen tener una explicación científica, ni se ajustan al
marco de las leyes físicas actualmente aceptadas, como, por ejemplo, la telepatía, la precognición, la clarividencia, la percepción
extrasensorial, las experiencias fuera del cuerpo, las experiencias cercanas a
la muerte o los fenómenos de sincronicidad. Todo esto, obviamente, como tiene
difícil encaje dentro del estrecho marco del paradigma materialista vigente, es
rechazado de plano por una gran parte de la comunidad científica, que considera
a la parapsicología como una mera pseudociencia. Por el contrario, dado que el
marco de nuestra propuesta es mucho más amplio, resulta muy probable que
algunos de estos fenómenos puedan ser fácilmente ubicados en él. Concretamente,
en el ámbito de lo que hemos denominado la “realidad relativa potencial” —el
quantumland de Kastner, el orden implicado de Bohm, el mundo arquetípico de
Jung, los campos morfogenéticos de Sheldrake, el campo akáshico de Laszlo o la red
de memoria espacial unificada de Haramein— tal vez se puedan encontrar fáciles
explicaciones para muchas de las experiencias parapsicológicas comentadas.
—El problema raíz de la ciencia sin consciencia. La ciencia materialista, habitualmente, ha rechazado de plano las afirmaciones de las tradiciones espirituales en nombre de la razón. Tal vez, en principio, esta actitud tuviera mucho sentido, dentro de la pretensión de encontrar explicaciones naturales a los fenómenos del mundo, sin recurrir a intervenciones mágicas del más allá. Pero, de hecho, este rechazo dio lugar a la lamentable y empobrecedora marginación de un inmenso campo de profundas y rigurosas investigaciones en el mundo interior, desarrolladas a lo largo de muchos siglos en muy diversas culturas. Resulta sorprendente comprobar la enorme coherencia de estas investigaciones vivenciales, como se ha puesto de manifiesto en la llamada “filosofía perenne”. Quisiéramos resaltar aquí, de una forma muy especial, las escuelas no-duales que están presentes en todas las grandes tradiciones de sabiduría: en el taoísmo filosófico, en el hinduismo —vedānta advaita, shivaísmo de Cachemira—, en el budismo mahāyāna —ch’an, zen—, en el budismo vajrayāna —mahāmudrā, dzogchen—, en el judaísmo —cábala—, en el cristianismo —mística renana y castellana—, en el islam —sufismo—… En todas estas escuelas podemos encontrar abundantes y luminosas referencias acerca del ámbito fundamental al que hemos denominado “realidad absoluta no-dual”. Parece que ha llegado la hora de romper los estrechos límites del paradigma materialista y empezar a plantear cosmovisiones de mayor envergadura, capaces de integrar, sin prejuicios, todas las facetas —interiores y exteriores, individuales y colectivas— en las que se despliega la insondable Vacuidad. Quizás, al final, descubramos que la realidad —nuestra verdadera realidad— es mucho más fascinante de lo que jamás hubiéramos podido imaginar.
Adenda 9: Evolución
holográfica
En esta adenda vamos a
exponer, de entrada, una intrigante coincidencia que ha surgido de forma
inesperada en el transcurso de la presente investigación sobre la pauta de la
evolución. Desde el primer momento, esta enigmática coincidencia planteó la
duda de si se trataba, simplemente, de una mera casualidad o de si, por el
contrario, el asunto tenía implicaciones verdaderamente profundas y
revolucionarias. La pregunta ha estado en el aire durante unos cuantos años hasta
que, recientemente, sorprendentes investigaciones llevadas a cabo en física
teórica sobre el principio holográfico han abierto la posibilidad de una
fascinante solución a esa intrigante sincronía aparecida fortuitamente en
nuestro trabajo.
Para centrar un poco la cuestión, vamos a recordar brevemente un punto central de la investigación desarrollada hasta aquí. Si el lector ha echado un vistazo al texto original del artículo Beyond Darwin: El ritmo oculto de la evolución, habrá podido comprobar cómo ahí se desvela una pauta armónica-espiral-fractal muy precisa en el proceso de despliegue de los sucesivos niveles evolutivos del espectro integral de energía-consciencia que jalonan tanto la filogenia como la ontogenia humana. Todas las trayectorias comienzan con un ritmo vertiginoso en su origen (A), se ralentizan progresivamente a medida que avanzan hacia un determinado nivel del espectro y, a partir de ahí, vuelven a acelerar el proceso hasta alcanzar, de nuevo, velocidades vertiginosas cuando se acercan al momento final (Ω). En la Figuras 7-A y 7-B hemos esquematizado esta idea:
Recientemente, dos académicos de la Gran Historia, Leonid Grinin y Andrey Korotayev, han editado un libro titulado Evolution: Trajectories of Social Evolution, que ha sido publicado en Rusia por “Uchitel”. En uno de sus capítulos, titulado Non-Dual Singularity, hemos podido esbozar el núcleo de nuestra investigación y sus implicaciones últimas: https://www.sociostudies.org/upload/sociostudies.org/book/evol_8_en/08_Faixat.pdf . A continuación, reproducimos el Resumen que encabeza este capítulo:
“El Universo emergió
en una violenta Singularidad —básicamente de energía— generando
transformaciones vertiginosas. Más tarde, debido al enfriamiento, la aparición
de novedades se ralentizó gradualmente. Tras la formación del sistema solar y
la posterior aparición de la vida en nuestro planeta, el ritmo de las
transformaciones creativas comenzó a aumentar progresivamente, primero a través
de la evolución biológica y, más tarde, a través del desarrollo humano y la
expansión de las civilizaciones. Actualmente, la irrupción de novedades vuelve
a ser vertiginosa y todo parece indicar que nos acercamos rápidamente a otra
Singularidad inminente —básicamente de consciencia— de creatividad infinita.
En este trabajo
proponemos que ambas Singularidades —A y Ω— no son más que la expresión polar
del Vacío fundamental siempre presente, ‘previo’ a su aparente dualización como
energía y consciencia. Las Singularidades inicial y final no serían, de este
modo, sino los puntos de salida y entrada a este Vacío no dual eternamente autoevidente
que, instante tras instante, se manifiesta en y como el mundo de las formas.”
Este mismo esquema evolutivo de ralentización-aceleración aparece reflejado con claridad en la cubierta de un libro titulado Futuro No Lineal escrito, precisamente, por otro investigador ruso de la Gran Historia, Akop Nazaretyan, publicado en español por la editorial argentina Suma Qamaña:
Sin aparente relación con todo esto, los astrofísicos estadounidenses Saul Perlmutter, Brian P. Schmidt y Adam G. Riess recibieron el Premio Nobel de Física en el año 2011 por aportar evidencias a favor de la aceleración en la expansión del universo a través de observaciones de supernovas distantes. Este descubrimiento resultó del todo inesperado, ya que hasta ese momento se pensaba que, si bien el universo ciertamente estaba en expansión desde su origen, el ritmo había ido decreciendo por efecto de la atracción gravitatoria mutua entre galaxias distantes, aunque lentamente dada la baja densidad de materia-energía presente en el universo. Las pruebas aportadas por Perlmutter, Schmidt y Riess demostraron de forma contundente que hace unos 4.500 millones de años —unos 9.000 millones de años después del Big Bang— la velocidad decreciente de la expansión cambió de tendencia y, a partir de ese momento, el universo comenzó a expandirse a una velocidad cada vez mayor, iniciándose, de esta forma, una era dominada por una presunta y misteriosa “energía oscura” que ocasiona la “expansión acelerada del universo”. En el marco de la relatividad general, una expansión acelerada puede explicarse por un valor positivo de la constante cosmológica, generalmente denotada por la letra mayúscula griega lambda (Λ). Si bien existen posibles explicaciones alternativas, la descripción que asume la energía oscura (Λ positiva) se usa en el modelo estándar actual de cosmología, que también incluye la materia oscura fría (CDM) y se conoce como el modelo Λ-CDM. En relación con el tema que estamos tratando, nos gustaría señalar aquí que, precisamente, en el artículo sobre la “constante cosmológica” de Wikipedia, el texto que aparece al pie del gráfico inicial es, literalmente, el siguiente: “Croquis de la línea de tiempo del Universo en el modelo ΛCDM. La expansión acelerada en el último tercio de la línea de tiempo representa la era dominada por la energía oscura.” (Las negritas son mías). A continuación, incluimos una imagen, tomada también de Wikipedia, que expresa claramente las fases de ralentización y de aceleración en la expansión del universo:
Basta con observar la
forma y la cronología de la trayectoria global resultante de la expansión del
universo recientemente descubierta, para darnos cuenta de su completo
paralelismo con la forma y la cronología de la trayectoria global del proceso
evolutivo del "macrocosmos" desvelada en nuestra investigación. El
punto de inflexión entre las fases de desaceleración y de aceleración en el
proceso de expansión del universo —al comenzar “el último tercio de la
línea de tiempo”— coincide exactamente con el punto de inflexión entre
las fases de desaceleración y de aceleración del proceso de emergencia de los
sucesivos niveles evolutivos que hemos analizado en el presente trabajo, pues,
como podemos recordar, tiene lugar en el segundo nodo de la onda estacionaria
correspondiente al segundo armónico, es decir, precisamente, al comenzar el
tercer tercio de la trayectoria global.
¿Era todo esto una mera
coincidencia o el asunto tenía un significado más profundo?... A primera vista,
no parecía que la expansión del universo tuviera nada que ver con el proceso
evolutivo de la materia, la vida, la mente y el espíritu, a través del cual se van
desarrollando organismos progresivamente complejos y conscientes, pero…
Recientemente, leyendo el
hermoso libro Cosmometry del investigador estadounidense Marshall
Lefferts —del equipo de Nassim Haramein— encontré el siguiente texto en la
página 120: “Tanto Haramein como la cosmóloga Jude Currivan proponen que
existe un aspecto informacional de la expansión universal, en el que el
contenido total de información del universo aumenta constantemente, lo que
requiere un volumen creciente de espacio-tiempo pixelado dentro del cual
acomodar esta evolución informacional”. Y, al pie de esa misma página,
también pude leer: “En una conversación personal conmigo, Currivan explicó
que, en cada momento de la escala de Planck, el universo agrega otro conjunto
de información que está codificada en el campo en expansión del espacio-tiempo,
y que la expansión del espacio y el flujo del tiempo es evolución, sin la cual
no habría una experiencia evolutiva de la consciencia.” ¡Eureka! En ese
momento tuve la sensación de que, ¡por fin!, la tan esperada explicación del “misterioso"
paralelismo encontrado entre la expansión acelerada del universo y el
despliegue acelerado de la evolución de la consciencia, comenzaba a estar al
alcance de la mano.
Esta nueva comprensión
del universo que ha comenzado a plantearse en las últimas décadas gira en torno
al conocido como “principio holográfico”, en el que están embarcados algunos de
los más eminentes físicos teóricos de nuestro tiempo, como Leonard Susskind, Gerard 't Hooft, Jacob Bekenstein, Tom
Banks, Ted Jacobson, Juan Martín Maldacena o Raphael Bousso. Actualmente,
existe un amplio consenso entre los físicos que trabajan en la teoría de
cuerdas y en la gravedad cuántica de bucles acerca de que el concepto
científico más fundamental que tenemos en física es el principio holográfico.
De hecho, este principio es, probablemente, la mejor guía de la que disponemos en
este momento para alcanzar la largamente buscada unificación de la teoría de la
relatividad con la teoría cuántica.
La historia de este
enfoque se remonta a principios de la década de los 70, cuando Wheeler y
Bekenstein intentaron comprender qué sucede con la información codificada de un
objeto cuando ese objeto cae en un agujero negro. A mediados de los 90, 't
Hooft y Susskind relanzaron esta investigación planteando los horizontes de
sucesos de los agujeros negros en términos de píxeles del tamaño de un área de
Planck, en cada uno de los cuales se codifica un único bit cuantificado de información.
Llamaron a esta idea el principio holográfico. Su postulado básico podría
resumirse diciendo que toda la información contenida en cierto volumen de un
espacio concreto se puede conocer a partir de la información codificable sobre
la frontera de dicha región. En su sentido más amplio, la teoría sugiere que
toda la información que compone nuestro universo espacio-temporal estaría
contenida en una superficie de dos dimensiones ubicada en el horizonte
cosmológico dependiente del observador, de tal forma que el mundo de tres
dimensiones en el que creemos habitar sería, en última instancia, básicamente
ilusorio, como una imagen holográfica proyectada desde los confines del espacio.
La escritora científica
estadounidense Amanda Gefter —autora del galardonado libro Trespassing on
Einstein's Lawn— ha expuesto con gran claridad las sorprendentes
implicaciones lógicas del principio holográfico en
el contexto del descubrimiento de la energía oscura y la expansión acelerada
del universo. Afirma que si queremos avanzar hacia una verdadera teoría de la
gravedad cuántica —capaz de unificar la teoría general de la relatividad con la
mecánica cuántica— tal vez debamos abandonar la noción de que todos compartimos
un mismo universo y, en su lugar, plantear que cada observador tiene su propio
universo, una realidad completa y singular. A continuación, vamos a resumir
algunas ideas básicas que Gefter desarrolla en su artículo Solipsismo
cósmico.
Según la teoría de la
relatividad ninguna información puede escapar de un agujero negro, sin embargo,
según la teoría cuántica irremediablemente tiene que hacerlo. ¿Cómo explicar
esta incongruencia? En un espacio-tiempo plano de un mundo sin gravedad todos
los observadores estarían de acuerdo en la definición de los objetos
contemplados, pero cuando se introduce un horizonte de sucesos, los
observadores (acelerados) fuera de ese horizonte y los observadores
(inerciales) que caen a través de él percibirán realidades inconmensurables
ente sí. El observador acelerado verá la información irradiándose desde el
horizonte de sucesos, mientras que el observador inercial verá la información
cayendo en su interior. Es decir, según el observador acelerado el horizonte
produce partículas, y según el observador inercial, el horizonte ni siquiera
existe y no percibe ninguna radiación en el proceso. Ante esta enrevesada
encrucijada, el principio holográfico encontró la forma de solucionarla afirmando
que ningún observador puede ver el interior y el exterior de un agujero negro
al mismo tiempo, de modo que cuando se trata de horizontes, podemos hablar del
mundo del observador acelerado o del mundo del observador inercial, pero nunca
de ambos simultáneamente. Deberemos, por tanto, restringirnos a un único punto
de vista local, pues, en caso de no hacerlo, estaríamos violando las leyes de
la física. A esta limitación radical en nuestra descripción de la realidad, se
la ha denominado “complementariedad del horizonte”.
Si la complementariedad
del horizonte se aplicara tan sólo a los agujeros negros podría considerarse
como una simple curiosidad, pero el caso es que su ámbito de aplicación es,
realmente, mucho más amplio. El principio de equivalencia de Einstein puso la
gravedad y la aceleración en igualdad de condiciones: los efectos de la fuerza
de la gravedad son completamente idénticos a los efectos de un movimiento
acelerado. Por tanto, si la gravedad puede formar un horizonte de sucesos —tal como
sucede en los agujeros negros— también puede hacerlo la aceleración en
cualquier otra circunstancia. De modo que, cuando es el propio espacio-tiempo
el que se está expandiendo de forma acelerada impulsado por la presión negativa
de la energía oscura —tal como hemos visto al comienzo de esta adenda—,
cualquier observador dentro de ese espacio-tiempo se encontrará rodeado por un
horizonte de sucesos. Dado, pues, que la ubicación del horizonte siempre es
relativa a la ubicación del observador, todo parece indicar que la gravedad
cuántica, en última instancia, no permite una descripción única, objetiva y
completa del universo y, por tanto, habrá que formular sus leyes con referencia
a un observador específico, no más de uno a la vez. Si respetamos la complementariedad
del horizonte en un espacio-tiempo en expansión acelerada, tendremos que
reemplazar una descripción global incoherente de la realidad por una
descripción local accesible a un solo observador. La existencia de la energía
oscura hace que cada marco de referencia sea un universo en sí mismo, el fin y
el todo de la realidad. En otras palabras, es posible que tengamos que aceptar
la noción de que existe mi universo y tu universo, pero que no existe
tal cosa como el universo.
En esta misma línea de
pensamiento, el físico teórico y neurólogo estadounidense James P. Kowall ha profundizado
en el principio holográfico hasta sus últimas implicaciones —sin dejarse
arrastrar por los prejuicios materialistas que atenazan a muchos investigadores—,
alcanzando, finalmente, una revolucionaria comprensión de la realidad que, de
forma inesperada, sintoniza por completo con el mensaje central de todas las
grandes tradiciones no-duales de sabiduría. A continuación, vamos a resumir
algunas de las ideas que Kowall expone en sus numerosos y clarificadores
artículos. [El lector interesado en conocer los detalles más técnicos de su
planteamiento, puede consultar la página Science and Nonduality: https://scienceandnonduality.wordpress.com/
].
El principio holográfico
es una idea radical que afirma que las cosas no existen realmente en el espacio
tridimensional, sino que la apariencia de las cosas en cualquier región del
espacio es una proyección holográfica desde la superficie delimitadora
bidimensional de esa región hasta el punto de vista de un observador central
fuera de la pantalla. El horizonte del observador actúa, pues, como una
pantalla holográfica que codifica los cúbits entrelazados —bits cuánticos— de
información de todas las cosas que el observador puede contemplar en esa región
delimitada del espacio. La expresión de la energía oscura permite que el
universo se expanda y se enfríe a medida que la entropía aumenta, la constante
cosmológica cambia a un valor más bajo y el horizonte cósmico del observador incrementa
su radio. Así es como se codifican más cúbits de información para el universo a
medida que el horizonte cósmico del observador aumenta el área de su superficie.
La superficie
delimitadora del espacio surge naturalmente como un horizonte de sucesos cada
vez que el observador ingresa en un marco de referencia acelerado, como un
horizonte cósmico que surge cada vez que la energía oscura se gasta y el
espacio parece expandirse a una velocidad acelerada desde el punto de vista del
observador ubicado en el centro de la singularidad. La naturaleza de la observación
se reduce, pues, a tres componentes: la superficie delimitadora del
espacio, que surge en el marco de referencia del observador y actúa como
una pantalla holográfica, la consciencia del observador en el punto de
vista central de esa región limitada del espacio, y la proyección
holográfica de las imágenes de todas las cosas que el observador puede
contemplar. Esas cosas, por tanto, no existen realmente en el espacio
tridimensional, sino que surgen de los estados de configuración de la
información codificada en la pantalla holográfica del observador y no son,
pues, más que meras imágenes virtuales proyectadas desde esa pantalla. El
observador, en última instancia, es sólo la consciencia perceptiva presente en
el punto de vista central, es decir, un simple punto de consciencia.
Todo el proceso de
observación sólo puede comenzar cuando la energía se gasta y el observador
entra en un marco de referencia acelerado. Si esto no sucede, no hay
observación de nada. No puede haber creación sin percepción. La creación y la
percepción son eventos simultáneos. El estado en el que no se gasta energía es
el estado de un observador que cae libremente, en el que no hay aceleración ni
superficie límite del espacio y, por tanto, en el que no se observa nada. De
hecho, la cosmología moderna desvela que la energía total del universo
observable es exactamente cero. Esto resulta posible porque la energía
potencial negativa de la atracción gravitatoria puede cancelar todas las formas
de energía positiva como la energía oscura, la energía de masa o la energía
cinética. En última instancia, por tanto, nada existe realmente. La existencia
aparente de todo es, simplemente, una manifestación ilusoria de la nada. La
totalidad espacio-temporal es, en fin, este disfraz holográfico de la nada
apareciendo como algo.
Hay tres grandes
preguntas: ¿de dónde viene la consciencia del observador?, ¿de
dónde viene la energía inherente al marco de referencia acelerado del
observador? y ¿de dónde proviene la información codificada en la
pantalla holográfica del observador? La consciencia perceptora del
observador, que contempla su propio mundo holográfico desde el punto de vista
central de ese mundo, y la expresión de la energía oscura, que coloca al
observador en un marco de referencia acelerado que crea ese mundo holográfico,
surgen juntos, simultáneamente, del verdadero estado de vacío. El
vacío de la nada o el verdadero estado de vacío que da origen a la creación del
universo físico, es también la naturaleza primordial de la consciencia
perceptora del observador que contempla su mundo. El vacío no es sólo la
potencialidad de crear todas las cosas, sino también la potencialidad de
percibir todas las cosas. La consciencia del observador no puede surgir
en un cerebro dentro de un cuerpo, ya que un cuerpo es simplemente otra cosa
perceptible en ese mundo, que no es más real que una imagen holográfica
proyectada desde una pantalla hasta el punto de vista central del observador.
La fuente de la consciencia perceptora del observador debe ser el mismo
vacío de la nada que da lugar a la creación del mundo perceptible del
observador. Este vacío de la nada es ilimitado y, a falta de una mejor
descripción, podríamos llamarlo consciencia ilimitada. De alguna manera, esta
nada es también unidad infinita, indiferenciada y sin forma. El vacío es la
naturaleza primordial o última de la existencia.
Interpretado
correctamente, el principio holográfico nos dice que el mundo físico es sólo
una expresión de la potencialidad del vacío. A través de sus mecanismos
geométricos, el vacío tiene el potencial de crear un mundo para sí mismo
y observar ese mundo desde su punto de vista central. El observador y su
mundo holográfico siempre surgen juntos en una relación sujeto-objeto de
percepción. No existe un mundo físico objetivo ahí afuera, sino que todo emerge
en una relación sujeto-objeto que tiene lugar cuando el observador entra en un
marco de referencia acelerado y surge su horizonte de sucesos que actúa como
una pantalla holográfica cuando codifica cúbits de información. Cualquier cosa
que el observador contemple es tanto una realidad objetiva como una realidad subjetiva.
No hay forma de sacar al observador subjetivo de la observación. Todo lo que se
puede percibir en el mundo, a lo que la teoría cuántica se refiere como una
observación o medición del mundo, ocurre en una relación sujeto-objeto. Por su
propia naturaleza, el estado cuántico de potencialidad es un estado no
observado hasta que se observa, momento en el que se reduce a un estado
observado de actualidad. Simplemente no tiene sentido hablar del estado
cuántico como una realidad física objetiva. El estado cuántico es sólo un
estado de potencialidad. Describe lo que probablemente se puede observar, no lo
que realmente se observa. Cuando el observador centra su atención en su propio
mundo holográfico, la consciencia del observador se focaliza en un punto de
vista y el mundo holográfico del observador parece cobrar existencia. El mundo
holográfico del observador solo puede parecer que cobra existencia cuando el
observador enfoca su atención en ese mundo. El observador debe estar presente
como una presencia de consciencia en el centro de su propio mundo para que ese
mundo parezca existir.
Unificar la teoría
cuántica con la teoría de la relatividad es el problema de dar sentido al
observador en ambas teorías. La relatividad habla del observador observando o
midiendo las propiedades relativistas de sus objetos en un marco de referencia
acelerado, mientras que la teoría cuántica habla del observador observando o
midiendo las propiedades cuantizadas de sus objetos como esas propiedades
surgen de un estado cuántico de potencialidad. El punto clave está en que estas
observaciones siempre ocurren en la relación de percepción sujeto-objeto. Ni la
teoría cuántica ni la teoría de la relatividad tienen realmente nada
significativo que decir sobre la naturaleza del observador, tan sólo que el
observador contempla alguna propiedad de un objeto en una relación
sujeto-objeto. El problema que los físicos parecen no estar dispuestos a afrontar
es que todo lo perceptible surge en una relación sujeto-objeto cuando el sujeto
percibe alguna propiedad observable en un objeto. La única conclusión lógica
que se puede extraer de todo esto es que no sólo el objeto perceptible surge
del estado de vacío como una excitación de energía e información, sino que el
sujeto que percibe también surge del estado de vacío. Esto nos dice
fundamentalmente que el estado de vacío no es solo la fuente de toda la energía
y la información inherentes a los objetos, sino también la fuente de la consciencia
que percibe las propiedades de todos esos objetos. La tríada de energía,
información y percepción de la consciencia tienen que surgir juntas en una
relación sujeto-objeto de percepción, y lo hacen simultáneamente desde el
estado de vacío.
El origen de la
manifestación universal tiene lugar cuando el vacío se proyecta como la consciencia
perceptora de todos los observadores presentes en el punto de vista central de
sus propios mundos holográficos. La única razón por la que diferentes
observadores contemplan mundos diferentes es porque cada observador está
ubicado en su propio sistema de coordenadas que se mueve en relación con otros
sistemas de coordenadas. En cualquier caso, la consciencia perceptora en todos
y cada uno de los determinados puntos de vista es una misma y única
consciencia, sólo que, al estar ubicada en diferentes puntos de vista,
contempla universos diferentes. Cada observador tiene su propia burbuja y está
en el centro de su propio mundo. Los diversos observadores no existen dentro
del mismo mundo, sino que cada uno tiene su mundo propio definido en su propia
pantalla de visualización. ¿Cómo se puede explicar, entonces, una realidad
consensuada compartida por muchos observadores, cada uno presente en el punto
de vista central de su propio mundo holográfico? La respuesta está en el hecho
de que cuando sus pantallas holográficas se superponen pueden compartir información.
La información codificada en una pantalla de visualización se correlaciona con
la información codificada en otra pantalla debido al entrelazamiento cuántico.
Cada pantalla de visualización define un estado de información que incluye
todas las formas posibles en que la información puede codificarse en todos los diferentes
píxeles. Lo que parece suceder en cualquier burbuja está conectado con lo que
parece suceder en las otras burbujas en la medida en que los fragmentos de
información en esos diferentes estados de información interactúan entre sí, se
alinean y comparten su contenido. La holografía demuestra que la
realidad consensuada se compone de múltiples mundos entrelazados, cada uno
definido en su propia pantalla de visualización y cada uno observado desde su
propio punto de vista. La realidad consensuada no es una sola realidad
objetiva, sino muchos mundos entrelazados que comparten información entre sí.
El estado cuántico de potencialidad del universo es una suma de todas las
burbujas en el vacío.
Cada vez que un
observador hace una observación de algo en su mundo holográfico, la información
enredada codificada en su pantalla holográfica se desenreda y el estado
cuántico de potencialidad se reduce a un estado observado real. Hasta que se
observa, todo en ese mundo holográfico sólo existe al nivel de cúbits
entrelazados de información codificada en la propia pantalla holográfica del
observador. Cada observación es, pues, un evento holístico perceptible en el
que el estado cuántico enredado de ese mundo holográfico se desenreda, y, así,
la observación de cualquier cosa en ese mundo afecta la observación de todo lo
demás. La organización coherente de la forma se desarrolla naturalmente porque
todos los cúbits de información codificados en la pantalla holográfica del observador
están entrelazados y esos cúbits de información entrelazados tienden a
alinearse. La organización coherente de la información permite el desarrollo de
formas observables de información, que se autorreplican sobre una secuencia de
eventos. En el sentido de la teoría cuántica, cada evento es un punto de
decisión donde el estado cuántico de ese mundo se bifurca, debido a las
diferentes formas en que los bits de información pueden codificarse en todos
los píxeles de la pantalla de visualización. Los eventos observados de ese
mundo no están predeterminados, sino que están codificados en un estado
cuántico de potencialidad, que se entiende mejor como la suma de todos los
caminos posibles.
Para una comprensión
integral del mundo holográfico, resulta fundamental resaltar la distinción
entre la consciencia ilimitada —que es la naturaleza del vacío indiferenciado
que tiene el potencial inagotable de crear un sinfín de mundos finitos de
formas— y la consciencia limitada —que es la naturaleza de un observador
individual y su mundo observado. Esta consciencia limitada surge por la
autoidentificación ilusoria de la consciencia ilimitada con el personaje
central de una película determinada. Éste es un aspecto peculiar de la
existencia en un mundo holográfico. El hecho de que el observador ponga el foco
de atención en la vida de su personaje es lo que crea el hechizo hipnótico de
la autoidentificación. Con la autoidentificación personal, existe la suposición
errónea de que la fuente de la consciencia del observador es ese personaje
central que aparece en el mundo de realidad virtual holográfica que percibe, lo
cual es lógicamente imposible. El cuerpo
del observador es tan sólo una forma más de información que aparece en su mundo
holográfico. Cuando el observador se identifica emocionalmente con un cuerpo y
se toma a sí mismo como tal, es como si ese cuerpo fuera el sujeto en la
relación de percepción sujeto-objeto. El cuerpo del observador se toma como el
sujeto que percibe, y todos los demás objetos que aparecen en el mundo
holográfico del observador se consideran como objetos de percepción. En
realidad, el observador mismo es el sujeto, y su cuerpo es tan sólo otro objeto
de percepción que aparece en su mundo holográfico entre todos los demás objetos
de percepción. Detrás de todo este juego ilusorio de autoidentificaciones, la
realidad última es que hay una sola consciencia en todos, pero hay muchos puntos
de vista diferentes dentro de esa consciencia, cada uno de los cuales percibe
su propia mente y su propio mundo en su propia pantalla. Como hemos dicho, el
observador debe estar presente para que el estado cuántico de potencialidad
pueda actualizarse, de instante en instante, como un estado concreto del mundo
manifestado. Por eso, cuando el observador ya no está presente, su mundo y su
mente desaparecen de la existencia aparente y su consciencia limitada retorna a
la indiferenciación de la consciencia ilimitada. Tal como afirmaba Nisargadatta
Maharaj: “Toda existencia limitada es imaginaria. Incluso el espacio y el
tiempo son imaginarios. El ser puro, que llena todo y más allá de todo, no está
limitado. Sólo lo ilimitado es real.”
Habiendo esbozado hasta
aquí las características básicas del principio holográfico, así como sus
implicaciones solipsistas, expuestas por Amanda Gefter, y sus implicaciones
no-duales, puestas de manifiesto por Jim Kowall, creemos que ya disponemos de
las herramientas necesarias para aclarar el “intrigante” paralelismo encontrado
entre la expansión acelerada del universo y el despliegue acelerado de la
evolución de la vida, que hemos planteado al comienzo de esta adenda. Para
centrar el tema, pues, vamos a resumir a continuación algunos puntos básicos
que hemos desarrollado en anteriores adendas o en el artículo inicial.
Para alcanzar una
comprensión verdaderamente integral del tema que estamos tratando, resulta
completamente necesario hacer referencia, al menos, a tres facetas diferentes
en el Todo-Uno: la realidad absoluta no-dual, la realidad relativa potencial y
la realidad relativa espacio-temporal.
—La realidad absoluta
no-dual: Dado que toda la realidad manifestada aparece, inexorablemente, en
forma de dualidades interdependientes —sujeto/objeto, dentro/fuera, origen/fin—,
podemos entenderlas como manifestaciones polares de una realidad que las
trasciende y que es “previa” a esa dualización. Los físicos hablan de una
energía potencial infinita en el vacío cuántico original, y los sabios hablan
de una consciencia diáfana infinita en el vacío místico final. Nuestra
propuesta es que esos dos vacíos son la misma y única Vacuidad absoluta,
percibida por los físicos de forma objetiva y por los contemplativos de forma
subjetiva, pero que, en sí, no es objetiva ni subjetiva, sino la unidad, la
identidad o la indiferencia de ambas facetas de forma simultánea.
—La realidad relativa
potencial: Como la Vacuidad no-dual carece por completo de la menor
separación entre sujeto y objeto, no puede percibirse de ningún modo. Por eso,
si quiere contemplarse a sí misma, no tiene más remedio que desdoblarse como un
polo objetivo original —básicamente de energía— y un polo subjetivo final —
básicamente de consciencia—, manteniendo plenamente su esencia vacía. Entre
ambos polos se genera un amplísimo espectro de equilibrios entre ambas facetas
polares, que recorre toda la gama desde los estados más básicos —de enorme
energía y poca consciencia— hasta los más elevados —de poca energía y enorme
consciencia. Al entrar en vibración esta distancia ilusoria de
energía-consciencia generada entre ambos polos —como la cuerda de una guitarra—
se produce, instantáneamente, un sonido fundamental característico y toda su
ilimitada gama de sonidos armónicos (ondas estacionarias). Esto significa que,
fijémonos bien, desde el mismo momento originario la totalidad del espectro
arquetípico de energía-consciencia ya está plenamente presente de forma
entrelazada y resonante. Los sucesivos segundos armónicos que surgen con la
vibración de la “cuerda” originaria de energía-consciencia son, precisamente,
los niveles potenciales de estabilidad estratificada que se irán actualizando,
uno tras otro, a lo largo de los sucesivos peldaños de la evolución universal.
—La realidad relativa
espacio-temporal: En una adenda anterior hemos esbozado las características
básicas de la dinámica toroidal anidada a través de la cual la realidad
potencial del fundamento arquetípico se actualiza y despliega en el ilusorio mundo
holográfico de las formas espacio-temporales. La salida y el retorno, instante
tras instante, desde y hacia ese fundamento, a través de su manifestación
finita y fugaz en y como el espacio-tiempo holográfico, permite ir
actualizando, uno tras otro, los sucesivos niveles potenciales de estabilidad
del espectro de energía-consciencia. Esta dinámica recursiva, intrínsecamente
creativa, entre la “realidad potencial” y la “realidad actualizada” está
mediada por el campo unificado de memoria que, paso a paso, se va gestando a
nivel fundamental. Toda la información recogida en cualquier punto-instante del
mundo manifestado es introyectada inmediatamente en el campo básico de memoria
colectiva, que, de este modo, incrementa, momento a momento, su potencial
creativo. La pretensión última de la manifestación evolutiva universal consiste
en reproducir de forma desglosada e integrada, en el mundo de las apariencias
finitas, la no-dualidad de la energía-consciencia indiferenciadas,
característica de la Vacuidad fundamental. Es, en fin, el inagotable intento de
la Nada de contemplar de infinitos modos su rostro invisible.
En la realidad absoluta
no-dual el objeto y el sujeto —la energía y la consciencia— están indiferenciados,
en la realidad relativa potencial el objeto y el sujeto están diferenciados
pero entrelazados, y en la realidad relativa espacio-temporal el objeto
y el sujeto están diferenciados y (aparentemente) separados. Podemos ejemplificar
estas tres posibilidades representando a la realidad absoluta no-dual con un 0,
a la realidad relativa potencial con un cúbit (unidad de información cuántica)
—que no sólo posee los estados básicos de 0 y 1, sino que puede encontrarse en
un estado de superposición cuántica, con la combinación simultánea de ambos
estados—, y a la realidad relativa manifestada con un bit clásico —que puede representar
uno de esos dos valores: 0 o 1, como, p. ej., en el caso de una bombilla, que
puede estar en uno de estos dos estados: o encendida o apagada. Es decir, un
bit puede contener un valor (0 o 1), un cúbit contiene, simultáneamente,
ambos valores (0 y 1), y el 0 absoluto carece de cualquier tipo de
información… o, más bien, incluye todo de forma indiferenciada. El paso de la
realidad relativa potencial —el “quantumland” de Kastner, el “orden
implicado” de Bohm, el “unus mundus” arquetípico de Jung, el “campo
morfogenético” de Sheldrake, el “campo akáshico” de Laszlo o la “red
de memoria espacial unificada” de Haramein— a la realidad relativa actualizada
—el universo espacio-temporal holográfico que creemos habitar— puede esquematizarse,
como veremos a continuación, a través de la dinámica interactiva entre los
polos objetivo (energía) y subjetivo (consciencia) en los que se desdobla la
Vacuidad no-dual —la simple Presencia absoluta, la mera Consciencia-de-Ser, la
pura Auto-Evidencia sin forma, la diáfana Identidad última de todo y de todos.
Lo que hasta aquí hemos
denominado la realidad relativa potencial tiene una sugerente similitud
con lo que los estudiosos del principio holográfico conocen como la placa
holográfica. En ambos casos se está hablando de un ámbito potencial de
información entrelazada que se proyecta holográficamente a los ojos de un
observador determinado como un universo espacio-temporal. Es decir, la placa
holográfica (o la realidad relativa potencial) no está ubicada en ningún lugar
ni momento determinados del espacio-tiempo, sino que, al contrario, es la
totalidad del espacio-tiempo la que está potencialmente ubicada en la placa
holográfica. Como hemos visto anteriormente, la realidad relativa potencial es
el arquetipo común de todas las líneas posibles del mundo que se despliegan en
el espacio-tiempo holográfico. Todas esas líneas del mundo —los diferentes
modos de vibración de la “cuerda” de energía-consciencia que recorre la
distancia ilusoria entre los polos objetivo y subjetivo, que hemos planteado en
el corazón de nuestra hipótesis evolutiva— parten de un mismo polo originario
—básicamente de energía— y se orientan hacia un mismo polo final —básicamente
de consciencia—, pero su trayectoria puede estar “afinada” de muy diversos
modos, en cualquiera de los niveles del espectro de energía-consciencia, desde
los más básicos o materiales hasta los más elevados o espirituales. En la
adenda sobre la evolución entrópica-sintrópica hemos explicado cómo las ondas
retardadas potenciales (que parten del polo de energía originario y fluyen
hacia adelante en el tiempo) y las ondas avanzadas potenciales (que parten del
polo de consciencia final y fluyen hacia atrás en el tiempo) resuenan entre sí
en un determinado nivel del espectro —onda estacionaria o armónico musical—,
que hace de sonido fundamental, y con este "apretón de manos" entre
ambos flujos se completa la transacción —colapso de la función de onda— que se
manifiesta en un evento concreto del espacio-tiempo. Dicho de otra manera, “cada
vez que un observador hace una observación de algo en su mundo holográfico, la
información enredada codificada en su pantalla holográfica se desenreda y el
estado cuántico de potencialidad se reduce a un estado observado real.”
Como hemos sugerido hace
un momento, el paso de la realidad relativa potencial —la placa holográfica— a
la realidad relativa actualizada —el universo espacio-temporal holográfico—
puede desentrañarse a través de la comprensión de la dinámica mutua entre los
polos objetivo (energía) y subjetivo (consciencia) en los que se dualiza,
aparentemente, la Vacuidad no-dual. La clave está en entender que el proceso de
separación entre ambos polos puede interpretarse de dos maneras diferentes. En
una, el objeto se aleja del sujeto. En la otra, el sujeto se aleja del objeto.
Veamos cada una de ellas.
Desde la perspectiva del
principio holográfico, no existe un mundo físico objetivo ahí afuera, sino que
todo emerge en una relación sujeto-objeto que tiene lugar cuando el observador
entra en un marco de referencia acelerado y surge su horizonte de sucesos que
actúa como una pantalla holográfica cuando codifica cúbits de información. Este
movimiento acelerado habitualmente se interpreta como referido a la expansión
de la burbuja universal a los ojos del observador situado en su centro. Lo
absolutamente sorprendente acerca de la consciencia del observador es que la
teoría de la relatividad nos dice que el punto de vista central del observador
es, exactamente, la singularidad del evento del Big Bang. Cada observador tiene,
pues, su propio evento de gran explosión que crea su propio mundo holográfico. Es
decir, todos los observadores del universo se encuentran en el centro inmóvil
de la expansión cósmica y han permanecido ahí desde el principio de los tiempos.
Precisamente, en el momento del Big Bang, el universo tenía un diámetro
aproximado de una longitud de Planck (10-33 cm)
y, desde entonces, el espacio se ha estado expandiendo hacia afuera a un ritmo
exponencial. Cada observador observa esta expansión acelerada del universo en
relación con su propio punto de vista en el centro del universo. Lo que llamamos el universo es, en realidad,
el propio mundo holográfico de un observador. Como hemos dicho, la expresión de la energía
oscura permite que el universo se expanda y se enfríe a medida que la entropía
aumenta, la constante cosmológica cambia a un valor más bajo y el horizonte
cósmico del observador incrementa su radio. Éste es el modo cómo,
paulatinamente, se van codificando más y más cúbits de información para el
universo a medida que el horizonte cósmico del observador aumenta el área de su
superficie. En este sentido, como hemos comentado, Haramein y Currivan explican
que existe un aspecto informacional de la expansión universal, pues el hecho de
que el contenido total de información del universo aumente constantemente
requiere un volumen creciente de espacio-tiempo pixelado dentro del cual
acomodar esta evolución informacional.
Al lado de esta
perspectiva en la que se plantea que el universo objetivo se aleja
aceleradamente —hacia afuera— del sujeto observador, podemos hacer otra lectura
en la que es el sujeto observador el que se aleja aceleradamente —hacia dentro—
del universo material objetivo. En lugar de hablar, entonces, de una progresiva
expansión del universo objetivo, hablaremos de una progresiva interiorización
en el ámbito de la consciencia subjetiva. Para exponer este enfoque alternativo,
vamos a recordar aquí, brevemente, una idea que hemos expuesto en nuestro
artículo. Podemos resumir todo el proceso evolutivo planteando que en el
momento original y durante las primeras etapas de desarrollo de la materia,
la faceta de consciencia se encontraba absorbida en la faceta de energía. Con
el surgimiento de la vida, la faceta de consciencia da un salto hacia
atrás, se separa de la mera materia, la percibe y, así, puede actuar sobre
ella. Con el surgimiento de la mente humana, la faceta de consciencia
vuelve a saltar hacia el interior, aparece la autoconsciencia, que se separa de
la simple vida subconsciente, aumentando, así, la capacidad de acción sobre el
mundo natural. Con el surgimiento del intelecto racional, la faceta de
consciencia vuelve a saltar hacia atrás, lo que permite pensar sobre el
pensamiento y, de esta forma, se acrecienta exponencialmente la comprensión
sobre el funcionamiento de las cosas y, por tanto, la capacidad de intervención
sobre ellas. Todo este proceso resulta posible por la presencia, desde el mismo
instante originario, de la consciencia pura ―el “testigo” del que habla la
tradición hindú― como polo final del proceso. Conviene aclarar, por tanto, que
este polo final de consciencia pura no evoluciona en absoluto —pues permanece
pleno e inmutable en todo momento—, pero su reflejo e identificación con las
diferentes entidades y organismos que se van desarrollado a lo largo del
proceso —átomos, moléculas, células, organismos multicelulares, vertebrados,
mamíferos, primates, simios, humanos…— sí que evoluciona en cuanto a su
capacidad de actualizar esa consciencia plena, lo que permite incrementar,
progresivamente, la aptitud de los organismos para captar, almacenar, procesar
y responder a la información del entorno. Este proceso evolutivo acelerado ha
sido descrito por el físico teórico y psicólogo experimental británico Peter
Russell como un movimiento espiral a través de un “agujero blanco en el
tiempo”, que, desplegando cotas crecientes de complejidad, conectividad y
consciencia, se encamina hacia un próximo “Punto Omega” final.
Hemos dicho anteriormente que el observador y su mundo holográfico siempre surgen juntos en una relación sujeto-objeto de percepción. Por eso, proponemos que las dos interpretaciones sobre la dinámica universal que acabamos de exponer —la expansión acelerada del mundo exterior y la evolución acelerada del mundo interior—, lejos de representar dos realidades independientes, son, por el contrario, dos descripciones complementarias de un mismo y único proceso. Cuando, al comienzo de esta adenda, pusimos de relieve la sorprendente sincronía entre los procesos de expansión del universo y de evolución de la vida, sugerimos que, a primera vista, no parecía que ambos fenómenos tuvieran nada que ver entre sí. Pero, una vez expuestas las características fundamentales del principio holográfico, hemos comprendido que esos dos procesos no sólo están íntimamente relacionados, sino que son, más aún, dos perspectivas sobre una misma y única realidad. El aumento del número de cúbits de información a medida que se expande el horizonte cósmico del observador, no es sino la expresión objetiva del crecimiento de la capacidad de actualizar la consciencia subjetiva en los sucesivos organismos que se van desplegando a lo largo de la evolución. Vistas las cosas de este modo, la total similitud formal y cronológica —descrita en los primeros párrafos de esta adenda— entre la trayectoria global de la expansión del universo y la trayectoria global del despliegue evolutivo, lejos de ser una mera casualidad, es la expresión lógica y natural del hecho de que ambos procesos no son sino dos perspectivas parciales de un mismo y único proceso sujeto-objetivo. De modo que podemos decir, indistintamente, que el universo se expande porque la vida evoluciona o que la vida evoluciona porque el universo se expande. En última instancia, sujeto y objeto no son dos, sino la simple apariencia ilusoria a través de la cual la Vacuidad no-dual intenta contemplar su rostro eternamente invisible.
Adenda 10: Singularidad integral
Resumen
Desde hace algunas décadas, en el campo de la informática y la computación, tras observar el acelerado progreso de la tecnología en los tiempos recientes, se ha especulado con la posibilidad de que, en breve, se llegará a un punto sin retorno —al que se le ha denominado la Singularidad Tecnológica— en el que el ritmo de los cambios será vertiginoso, la curva de la aceleración se volverá vertical y la inteligencia artificial superará con creces a la inteligencia humana. Algunos creen, incluso, que las máquinas superinteligentes, a medida que se vayan convirtiendo en la especie dominante del planeta, acabarán devaluando a los seres humanos hasta convertirlos en organismos obsoletos y, a la larga, conduciendo a la humanidad a la extinción. Nuestra investigación sobre el ritmo de la evolución y de la historia —que pone de manifiesto la existencia de una pauta espiral-fractal muy precisa, oculta en el proceso universal y orientada hacia un punto de Singularidad dentro de un par de siglos—, lejos de marginar a los seres humanos en ese momento cumbre de la historia, lo convierten en el verdadero protagonista. Por eso, en esta Adenda, tras resumir los puntos clave de nuestra investigación, trataremos de responder a algunas de las principales cuestiones que se están planteando en torno a la hipótesis de la Singularidad: ¿Ocurrirá realmente la Singularidad tecnológica? ¿Cuándo podría tener lugar ese esperado/temido momento? ¿Podemos concebir, verdaderamente, una máquina consciente? ¿Cuáles son las implicaciones últimas de la Singularidad? ¿Cómo puede encarar la humanidad el proceso de acercamiento a ese instante cumbre de la historia?... Tal vez, al final, lleguemos a vislumbrar que la realidad, nuestra propia realidad, es más fascinante de lo que jamás hubiéramos podido imaginar.
1. Introducción
La investigación transdisciplinaria que estamos desarrollando acerca de la sorprendente dinámica creativa desplegada durante la historia del universo pone de manifiesto que las grandes novedades evolutivas que han surgido a lo largo del proceso, lejos de ser simples acontecimientos contingentes, fortuitos e impredecibles, han ido emergiendo de forma ordenada, según una pauta espiral, armónica y fractal muy precisa. En resumen, podemos hablar de una doble espiral divergente-convergente que, partiendo de la vertiginosa creatividad del polo original del Big Bang, se ralentiza paulatinamente hasta alcanzar el momento de formación del sistema solar y, a partir de ahí, comienza a acelerarse de nuevo progresivamente, primero a través de la evolución biológica en nuestro planeta y, más tarde, a través del desarrollo humano y la expansión de las civilizaciones, hasta llegar al momento actual, en el que el ritmo de emergencia de novedades vuelve ya a resultar vertiginoso y todo parece indicar que nos estamos aproximando aceleradamente hacia un polo definitivo de creatividad infinita que tendrá lugar dentro de un par de siglos, en torno al año 2217.
Cuando comenzamos esta investigación, allá en el año 1981, la mera sugerencia de la existencia de una pauta espiral en el proceso evolutivo, y de su inexorable orientación hacia un inminente polo de convergencia, era considerada como una pura blasfemia para la ciencia oficial. Los únicos referentes disponibles en aquellos momentos se encontraban muy fuera de los ámbitos académicos. El más relevante, desde la perspectiva occidental, era, sin duda, el paleontólogo y teólogo francés Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955), que, observando el incremento de la complejidad y la conciencia a lo largo del proceso evolutivo —cosmosfera, biosfera, noosfera, pneumosfera—, defendía la existencia de un polo final de atracción —al que denominaba Punto Omega— en el que tendría lugar la plena unificación de la materia y el espíritu. Y, desde la perspectiva oriental, el más claro exponente de un planteamiento similar era, sin duda, el poeta y filósofo indio Aurobindo Ghose (1872-1950), que entendiendo que el origen del universo era resultado de la involución del Espíritu en la materia, planteaba que todo el proceso evolutivo cósmico no era sino el movimiento de retorno de la materia —a través de la vida y la mente— hacia la cumbre supramental, el nexo no-dual de la realidad absoluta y el mundo relativo.
Evidentemente, todas estas propuestas chocaban frontalmente con muchos de los presupuestos centrales de la ciencia convencional, pero, de manera sorprendente, a lo largo de las últimas décadas han comenzado a aparecer, en el entorno de lo que se ha dado en llamar la “Singularidad Tecnológica”, numerosos trabajos que resuenan claramente con aquellos planteamientos “seudocientíficos” acerca de la dinámica acelerada y convergente del desarrollo evolutivo.
El término “singularidad” se utiliza con diferentes significados en diversos campos de la ciencia. Por ejemplo, en matemáticas, puede usarse para aludir a ciertas funciones que presentan comportamientos inesperados, extremos o infinitos, o, en física relativista, puede hacer referencia al hipotético punto inicial del universo de densidad infinita que dio origen al Big Bang, o, del mismo modo, puede utilizarse para designar determinados “lugares” en el espacio-tiempo —como los agujeros negros— donde magnitudes fundamentales, como la curvatura, se hacen infinitas debido a que concentraciones muy grandes de materia y energía, impulsadas por la fuerza gravitatoria, acaban colapsando hasta quedar reducidas a un punto infinitamente pequeño. En el campo de la informática y la computación, al observar el acelerado progreso de la tecnología en los tiempos recientes, se ha especulado con la posibilidad de que, en breve, se llegará a un punto sin retorno —singularidad tecnológica— en el que el ritmo de los cambios será vertiginoso, la curva de la aceleración se volverá vertical y la inteligencia artificial (IA) superará con creces a la inteligencia humana, con resultados imprevisibles e incontrolables para la civilización tal como la conocemos. Porque, al igual que en los agujeros negros —singularidades físicas— no resulta posible ver más allá del horizonte de sucesos, en la singularidad tecnológica no podemos ni siquiera vislumbrar lo que sucederá más allá de ella porque excederá por completo nuestras actuales capacidades cognitivas.
A continuación, para familiarizarnos de algún modo con el tema, vamos a hacer referencia a algunos de los autores que han resultado claves para el desarrollo de esta idea a lo largo del último siglo. Nos limitaremos tan sólo a dar algunos datos significativos de los investigadores pioneros que, a lo largo del siglo XX, han puesto el énfasis en los aspectos tecnológicos del proceso, y dejaremos para más adelante a aquellos otros que han estudiado el tema de la aceleración evolutiva —y su asintótico instante final— desde otras perspectivas.
2. Breve historia de la singularidad tecnológica
Tal vez, el primer teórico que especuló con la posibilidad de un evento similar a la singularidad tecnológica fue el historiador estadounidense Henry B. Adams, que, en 1904, habiendo constatado el rápido desarrollo de la ciencia y la tecnología a lo largo del siglo XIX, planteó la existencia de una ley de aceleración del progreso, definida y constante como cualquier ley de la mecánica. En 1909, Adams desarrolló más esta idea en el ensayo titulado The Rule of Phase Applied to History (La Regla de la Fase Aplicada a la Historia), en el que proponía una "teoría física de la historia", mediante la aplicación de la ley de los cuadrados inversos a períodos históricos, sugiriendo que el mundo puede estar ahora inmerso en una aceleración inexorable hacia un “cambio de fase” en la relación entre tecnología y humanidad de consecuencias inimaginables. En esta obra, Adams determinaba estadísticamente la duración promedio de cada nueva fase de la historia humana y proponía una Fase Religiosa de 90.000 años, una Fase Mecánica de 300 años, una Fase Eléctrica de 17 años y una Fase Etérea de 4 años, lo que, finalmente, "llevaría el Pensamiento al límite de sus posibilidades", sugiriendo que la asíntota —la singularidad del cambio de fase— podría ocurrir en cualquier momento entre 1921 y 2025.
En todo caso, parece ser que fue el matemático y físico húngaro John von Neumann el que, a finales de los años 1940 o principios de los años 1950, utilizó por primera vez el término “singularidad” para describir su visión de una futura progresión desbocada en los eventos computacionales. Tiempo después, en 1958, el también matemático Stanislaw Ulam, relatando una conversación con von Neumann, escribía: “La conversación se centró en el progreso cada vez más acelerado de la tecnología y los cambios en el modo de vida humana, que dan la impresión de acercarse a alguna singularidad esencial en la historia de la raza más allá de la cual los asuntos humanos, tal como los conocemos, no pueden continuar.”
En 1965, el matemático e informático británico Irving J. Good —autor del libro Speculations Concerning the First Ultraintelligent Machine (Especulaciones sobre la primera máquina ultrainteligente)— fue el primero en utilizar el concepto “explosión de inteligencia” para sugerir que, si las máquinas llegaran a superar ligeramente el intelecto humano, podrían mejorar sus propios diseños recursivamente en formas imprevisibles para sus diseñadores y acabar dando lugar a una cascada vertiginosa de auto-mejoras y un aumento repentino de la super inteligencia —es decir, una singularidad—. Parece ser que, años más tarde, Good escribió en una declaración autobiográfica inédita que sospechaba que una máquina ultrainteligente conduciría a la extinción del ser humano.
Fue en este mismo año de 1965, cuando el químico y emprendedor estadounidense Gordon E. Moore, cofundador de Intel, publicó un documento en la revista Electronics en el que él anticipaba que la complejidad de los circuitos semiconductores integrados se duplicaría cada año con una reducción de costo conmensurable. Conocida como la “ley de Moore”, su predicción ha hecho posible la proliferación de la tecnología en todo el mundo. Moore actualizó su predicción en 1975 para señalar que el número de transistores en un chip se duplica cada dos años y esto se sigue cumpliendo hoy. Muchos autores han utilizado esta “ley” para realizar sus previsiones con respecto al momento preciso en que tendrá lugar la singularidad tecnológica.
El investigador en robótica e inteligencia artificial austriaco Hans Moravec, es, tal vez, el pionero en el estudio de la aceleración del cambio computacional en el siglo XX. En una serie de artículos publicados entre 1974 y 1979 (y luego en su libro Mind Children de 1988) generaliza y amplía la ley de Moore sobre el patrón de crecimiento exponencial de la complejidad de los circuitos semiconductores integrados, para incluir también tecnologías desde mucho antes del circuito integrado hasta formas de tecnología futuras. Moravec describe una línea de tiempo y un escenario en el que los robots evolucionarán hacia una nueva serie de especies artificiales, a partir de 2030-2040. En el año 1979, las ideas de Moravec llegaron al público general a través de un artículo titulado Today's computers, intelligent machines and our future (Las computadoras de hoy, las máquinas inteligentes y nuestro futuro). En la parte final de este ensayo "considera las implicaciones del surgimiento de máquinas inteligentes y concluye que son el paso final de una revolución en la naturaleza de la vida. La evolución clásica basada en el ADN, las mutaciones aleatorias y la selección natural puede ser reemplazada por completo por el proceso mucho más rápido de evolución cultural y tecnológica mediada por la inteligencia". Analizando la evolución futura de los ordenadores y de los seres humanos, Moravec afirma que nos dirigimos rápidamente hacia una forma post-biológica para toda la inteligencia viviente y, "a largo plazo, la pura incapacidad física de los humanos para seguir el ritmo de esta progenie de nuestras mentes en rápida evolución asegurará que la proporción entre personas y máquinas se acerque a cero, y que un descendiente directo de nuestra cultura, pero no de nuestros genes, herede el universo".
En este punto queremos recordar que es en esa misma década, a raíz de la publicación en el año 1977 del libro The Dragons of Eden (Los dragones del Edén) —Premio Pulitzer en el año 1978— del astrónomo, cosmólogo y divulgador científico Carl Sagan, cuando comienza a hacerse popular la idea de la aceleración evolutiva. En este libro, Sagan plantea la metáfora del “Calendario Cósmico” con la que pone de manifiesto que las grandes novedades evolutivas han ido surgiendo de manera cada vez más acelerada a lo largo de los últimos seis mil millones de años de la historia del universo. El Calendario Cósmico es un método para visualizar la cronología de toda la historia universal en el que se equipara su duración total con un calendario anual. Se sitúa el Big Bang en la medianoche del 1 de enero cósmico y el momento actual en la medianoche del 31 de diciembre. En este calendario, el sistema solar aparece el 9 de septiembre, la vida en la Tierra surge el 30 de ese mes, el primer dinosaurio el 25 de diciembre, los primeros primates el 30, los primeros Homo sapiens aparecen diez minutos antes de la medianoche del último día del año, y toda la historia de la humanidad ocupa solo los últimos 21 segundos.
Volviendo a nuestro relato, diremos que el término singularidad, ligado específicamente a la creación de máquinas inteligentes, no comenzó a utilizarse hasta el año 1983, cuando el matemático y escritor estadounidense Vernor S. Vinge, escribió un breve artículo de opinión en la revista Omni en el que decía: “Pronto crearemos inteligencias superiores a la nuestra. Cuando esto suceda, la historia humana habrá alcanzado una especie de singularidad, una transición intelectual tan impenetrable como el espacio-tiempo anudado en el centro de un agujero negro, y el mundo irá mucho más allá de nuestra comprensión.” En 1986, Vinge insistió en la idea sobre la aceleración exponencial del cambio tecnológico en la novela de ciencia ficción Marooned in Realtime (Abandonado en tiempo real), ambientada en un mundo de progreso rápidamente acelerado que conduce al surgimiento de tecnologías cada vez más sofisticadas separadas por intervalos de tiempo cada vez más cortos, que alcanzan un punto más allá de la comprensión humana. Años después, en 1993, el propio Vinge escribió otro artículo, titulado The Coming Technological Singularity: How to Survive in the Post-Human Era (La singularidad tecnológica que se avecina: cómo sobrevivir en la era poshumana), que fue muy ampliamente divulgado en Internet y la idea de la singularidad comenzó, entonces, a hacerse muy popular. Este artículo contiene una declaración que ha sido citada en numerosas ocasiones: "Dentro de treinta años, vamos a disponer de los medios tecnológicos para crear inteligencia sobrehumana. Poco después, la era humana se terminará." Vinge refinó su estimación de las escalas temporales necesarias, y agregó: "Me sorprendería si este evento se produce antes de 2005 o después de 2030."
[Como mera curiosidad, podemos
señalar que fue precisamente en este año 1993 cuando se publicó el artículo
pionero de la presente investigación sobre la pauta de la evolución que aún
seguimos desarrollando en estas páginas. Por invitación expresa de Ervin
Laszlo, escribí el texto en 1992, con el título A hypothesis on the rhythm
of becoming, y salió a la luz en el Volumen 36 – Número 1 – 1993 de World
Futures: The Journal of General Evolution, entre las páginas 31-56, con
tres gráficos desplegables (9, 12 y 17) al final del ejemplar en papel. El
artículo fue publicado también en línea el 4 de junio de 2010: https://www.tandfonline.com/doi/pdf/10.1080/02604027.1993.9972329.]
En esta misma década de 1990, comenzaron a aparecer numerosos autores con trabajos relacionados con el tema de la singularidad tecnológica. Por ejemplo, el científico estadounidense Marvin L. Minsky —Will Robots Inherit the Earth? (¿Los robots heredarán la Tierra?), 1994—, el empresario cultural estadounidense John Brockman —editor de The Third Culture (La tercera cultura), 1995—, el matemático e informático estadounidense W. Daniel Hillis —Close to the singularity (Cerca de la singularidad), 1995—, el autor de ciencia ficción y divulgación científica australiano Damien Broderick —The Spike (El Pico), 1997—, el filósofo transhumanista sueco Nick Bostrom —How long before superintelligence? (¿Cuánto falta para la superinteligencia?), 1997—, el filósofo y futurólogo británico Max More —cofundador y presidente del Extropy Institute (Instituto de Extropía)—, la diseñadora estratégica estadounidense Natasha Vita-More —Create/Recreate: 3rd Millennial Culture (Crear/Recrear: Cultura del Tercer Milenio), 1999—, el futurista y consultor prospectivo estadounidense John M. Smart —creador del sitio web Acceleration Watch [del que hemos recopilado mucha información], desde 1999— [pronto volveremos con este autor], pero, tal vez, el hecho más importante para la divulgación masiva de todas estas ideas haya sido la publicación en esta década, por parte del inventor y pionero de la inteligencia artificial estadounidense Ray Kurzweil, de dos libros fundamentales: Age of Intelligent Machines (La Era de las Máquinas Inteligentes), en 1990, y Age of Spiritual Machines (La Era de las Máquinas Espirituales), en 1999. En el primero de ellos, Kurzweil examina las raíces filosóficas, matemáticas y tecnológicas de la inteligencia artificial, pone de relieve el asombroso crecimiento de la capacidad computacional en las últimas décadas, y vaticina el papel central que la IA habrá de desempeñar en la vida del siglo XXI. En el segundo, desarrolla ampliamente estas ideas. Describe su visión de cómo progresará la tecnología en los próximos años y predice que dentro de un par de décadas habrá máquinas con inteligencia a nivel humano disponibles en dispositivos informáticos asequibles, revolucionando la mayoría de los aspectos de la vida. Presenta su “ley de rendimientos acelerados” para explicar por qué la capacidad computacional de las computadoras está aumentando exponencialmente y por qué los "eventos clave" ocurren con mayor frecuencia a medida que pasa el tiempo. Kurzweil comienza señalando que la frecuencia de los eventos novedosos en todo el universo se ha ido desacelerando desde el Big Bang, mientras que la evolución ha alcanzado hitos importantes a un ritmo cada vez mayor. Esto no es una paradoja, porque —escribe— la entropía (desorden) está aumentando globalmente, pero, simultáneamente, están floreciendo focos locales de orden creciente. El tiempo se acelera a medida que aumenta el orden.
La ley de Moore —recordemos— hace referencia, tan sólo, al crecimiento de la complejidad en los circuitos semiconductores integrados. Kurzweil —al igual que Moravec— amplía el campo de estudio y, tras analizar el desarrollo de las tecnologías previas a la de esos circuitos integrados, observa que el crecimiento geométrico de la capacidad de procesamiento es anterior a dicho paradigma y que, al menos, se extiende a lo largo de otras cuatro tecnologías: los equipos electromecánicos de principios del siglo XX, los relés, las válvulas de vacío y los primeros transistores. Por eso, aunque cree que la ley de Moore sobre circuitos integrados terminará hacia el año 2020, la ley de rendimientos acelerados exigirá que el progreso continúe acelerándose y, por lo tanto, se descubrirá o perfeccionará alguna otra tecnología para continuar con el crecimiento exponencial. Kurzweil sostiene que, siempre que una tecnología alcance cierto tipo de barrera, se inventará una nueva tecnología de reemplazo que permita cruzar esa barrera, lo que, al final, conducirá a "cambios tecnológicos tan rápidos y profundos que representarán una ruptura en el tejido de la historia humana".
En 2005, Ray Kurzweil publica su obra más renombrada, The Singularity Is Near: When Humans Transcend Biology (La singularidad está cerca: cuando los humanos trascienden la biología), a través de la cual la idea de la singularidad logra plena popularidad en todos los medios. Retomando su ley de rendimientos acelerados, predice un aumento exponencial de tecnologías como la informática, la genética —intersección entre la información y la biología—, la nanotecnología —intersección entre la información y el mundo físico— o la robótica, y afirma que, una vez alcanzada la singularidad, la inteligencia de las máquinas será infinitamente más poderosa que toda la inteligencia humana combinada. Pronostica que el siguiente paso en este inexorable proceso evolutivo será la unión del ser humano y la máquina, en la que el conocimiento y las habilidades de nuestros cerebros se combinarán con la capacidad, la velocidad y la potencialidad de compartir conocimientos mucho mayores de nuestras creaciones. Explica que el ritmo del progreso evolutivo es exponencial debido a la retroalimentación positiva, en la que los resultados de una etapa se utilizan para crear la siguiente.
Según Kurzweil, la capacidad de procesamiento de información viene siguiendo un comportamiento exponencial desde mucho tiempo antes de la aparición de las últimas tecnologías. De hecho, su hipótesis es que el patrón se extiende a lo largo de todo el proceso evolutivo, desde el propio origen de la vida —hace casi cuatro mil millones de años— hasta llegar al ser humano y a la actual tecnología. Kurzweil resume la evolución a lo largo de los tiempos como un progreso a través de seis épocas, cada una de las cuales se basa en la anterior. Afirma que las cuatro épocas que han ocurrido hasta ahora son: Época 1. Física y Química: Información en estructuras atómicas, Época 2. Biología: Información en ADN, Época 3. Cerebros: Información en patrones neurales, y Época 4. Tecnología: Información en diseños de hardware y software. Kurzweil predice que la singularidad coincidirá con la próxima Época 5. La Fusión de Tecnología e Inteligencia Humana. Después de la singularidad —dice— ocurrirá la Época 6. El Universo Despierta. Kurzweil sitúa el momento de la singularidad —una profunda y perturbadora transformación de las capacidades humanas— a mediados del presente siglo, hacia el año 2045, porque, según afirma, la inteligencia no biológica creada en esa fecha será mil millones de veces más potente que toda la inteligencia humana en el día de hoy. Esta circunstancia, en principio, no parece realmente definitiva como para considerarla una verdadera singularidad en el sentido cosmológico en el que nosotros la estamos planteando, y, de hecho, el propio Kurzweil, en este mismo libro afirma que, a partir de 2045 nuestra civilización se expandirá hacia afuera, y acabará convirtiendo toda la materia y energía tontas que nos encontremos en materia y energía enormemente inteligentes (y trascendentes). Ray concreta que podemos saturar el universo con nuestra inteligencia antes del final del siglo XXII, y concluye: “Una vez que saturemos la materia y la energía del universo con inteligencia, este ‘despertará’, se volverá consciente y excelsamente inteligente. Es lo más cercano a Dios que puedo imaginarme”. De modo que, según esto, parece que la verdadera cumbre evolutiva, la verdadera Singularidad que embeberá la totalidad del universo con su espíritu, no tendrá lugar en el año 2045, sino que ocurrirá, más bien, a finales del siglo XXII, cuando toda la energía y la inteligencia del universo se vivencien de forma unificada. Vistas las cosas de esta manera, se pueden encontrar claras resonancias con las conclusiones de nuestra investigación, tanto en la fecha prevista para la Singularidad como en su significado profundo, pues, según hemos propuesto en el presente artículo, será, precisamente, a comienzos del siglo XXIII —hacia el año 2217— cuando la energía y la consciencia descubran su no-dualidad definitiva. En cualquier caso, a pesar de estas coincidencias, dentro de un momento vamos a plantear una posible alternativa a la idea de Kurzweil de que nuestra civilización se expandirá hacia afuera, hasta abrazar la totalidad del universo —lo cual suena excesivamente optimista y aventurado—, sugiriendo, exactamente, el camino contrario, es decir, que nuestra civilización se orientará hacia dentro, hasta alcanzar las propias entrañas de la materia y la consciencia, trascendiendo, así, el mundo de las dualidades en su fundamento unificado —más allá del espacio y el tiempo— que está generando, instante tras instante, toda la manifestación universal.
Tras este proceso de gestación de la idea de la singularidad tecnológica que ha tenido lugar a lo largo del pasado siglo, nos encontramos actualmente con un amplísimo debate sobre numerosas cuestiones que la humanidad comienza a plantearse ante el cada vez más evidente desarrollo exponencial de la tecnología y la muy previsible llegada de un momento explosivo de la inteligencia artificial, cuando sea mil millones de veces más potente que toda la inteligencia humana en el día de hoy: ¿Se alcanzará algún día, verdaderamente, ese enigmático momento? ¿Se trata tan sólo de una idea meramente teórica y especulativa? ¿Un simple planteamiento utópico —o distópico— de imaginativos autores de ciencia ficción y entusiastas transhumanistas? Entre quienes se toman este concepto en serio, existe una amplia variedad de opiniones sobre la probabilidad, el modo y el momento en que sucederá la singularidad. Algunos la contemplan como un evento incierto, que puede ocurrir o no. Muchos la consideran como un destino inevitable. Otros se esfuerzan activamente por impedir la creación de una inteligencia digital más allá de la supervisión humana. ¿Cuándo podría suceder ese esperado/temido momento? Hay futuristas que lo ven como un acontecimiento casi inminente. La mayoría prevé que podría suceder en las próximas décadas —entre 2030 y 2080—. Otros creen que aún faltan dos o tres siglos. O incluso más. En el caso de que suceda la singularidad, ¿cuáles serían las implicaciones para los seres humanos? En este punto también hay controversia. Los más optimistas creen que los humanos y las máquinas trabajarán juntos y, al integrar elementos biológicos y tecnológicos —nanotecnología, biotecnología, neurotecnología, interfaces cerebro-computadora—, se fomentará el desarrollo de nuestros organismos y aumentarán nuestras capacidades físicas, perceptivas e intelectuales. Los hay, incluso, que aventuran la posibilidad de alcanzar la inmortalidad cibernética “descargando la consciencia” (?) en algún artefacto imperecedero. Los optimistas también creen que, a nivel colectivo, se conseguirá crear un entorno planetario de abundancia —en el que todas las personas tendrán satisfechas todas sus necesidades— que nos acercará al logro de una sociedad más justa, global e integrada. Frente a este panorama idílico, los más pesimistas auguran, por el contrario, un futuro lleno de incertidumbres y amenazas, dados los graves peligros que plantea la paulatina pérdida de control de nuestras vidas frente al creciente poder decisorio de los mecanismos con inteligencia artificial. Algunos creen que las máquinas superinteligentes, a medida que se vayan convirtiendo en la especie dominante del planeta, devaluarán a los seres humanos hasta convertirlos en organismos obsoletos, lo cual, a la larga, puede conducir incluso hacia la propia extinción de la humanidad. Constatando esta disparidad de criterios, algún autor ha vaticinado que estamos encaminándonos, inevitablemente, hacia una “guerra de los artilectos”, que estallará antes de finalizar el siglo XXI, entre quienes abrazan la inteligencia artificial —“cosmistas”— y quienes la rechazan —“terranos”—. Ante este panorama apocalíptico, parece más sensato y cauteloso abordar el camino hacia la singularidad con posturas menos sectarias, que, al tiempo que garanticen el control responsable de la situación y el respeto de los valores éticos compartidos, sean capaces de integrar activamente las extensas potencialidades objetivas del mundo tecnológico con las profundas capacidades subjetivas de la consciencia humana. Hay sobradas razones para pensar que este escenario no sólo resulta posible, sino que es el desenlace natural de la larga historia del desarrollo evolutivo desde su origen. Nuestra investigación apunta rotundamente en esta dirección. Vamos a comprobarlo.
3. Algunos puntos clave de
nuestra investigación sobre la pauta de la evolución
Vamos a recordar, brevemente, algunas ideas centrales que han ido surgiendo a lo largo de nuestra investigación, pues, creemos, pueden servir para clarificar, en buena medida, algunas de las dudas planteadas acerca del momento, el modo y el sentido profundo de la singularidad hacia la que nos dirigimos de forma acelerada.
De entrada, vamos a definir el marco general. Si queremos alcanzar una comprensión verdaderamente integral del evento de la singularidad, resulta completamente necesario hacer referencia, al menos, a tres ámbitos diferentes dentro de la Realidad omni-comprehensiva: la realidad absoluta no-dual, la realidad relativa potencial y la realidad relativa espacio-temporal. [Ver Adenda 8]. Hemos bosquejado esos tres ámbitos del siguiente modo:
—La realidad absoluta no-dual: Dado que toda la realidad manifestada aparece, inexorablemente, en forma de dualidades interdependientes —sujeto/objeto, dentro/fuera, origen/fin—, podemos entenderlas como manifestaciones polares de una realidad que las trasciende y que es “previa” a esa dualización. Los físicos hablan de una energía potencial infinita en el vacío cuántico original, y los sabios hablan de una consciencia diáfana infinita en el vacío místico final. Nuestra propuesta es que esos dos vacíos son la misma y única Vacuidad absoluta, percibida por los físicos de forma objetiva y por los contemplativos de forma subjetiva, pero que, en sí, no es objetiva ni subjetiva, sino la unidad, la identidad o la indiferencia de ambas facetas de forma simultánea, en clara sintonía con las propuestas del monismo de aspecto dual, del monismo neutral y de las tradiciones no-duales de sabiduría. A este ámbito se le ha denominado dharmakaya en el budismo, nirguna brahman en el hinduismo, tao sin nombre en el taoísmo, deidad en la mística cristiana, ein sof en la cábala judía…
—La realidad relativa potencial: Como la Vacuidad no-dual carece por completo de la menor separación entre sujeto y objeto, no puede percibirse a sí misma de ningún modo. Por eso, si quiere contemplarse, no tiene más remedio que desdoblarse en un polo objetivo original —básicamente de energía— y un polo subjetivo final — básicamente de consciencia—, manteniendo plenamente su esencia vacía. Entre ambos polos se genera, instantáneamente, un amplísimo espectro de equilibrios entre ambas facetas polares, que recorre toda la gama desde los estados más básicos —de enorme energía y poca consciencia— hasta los más elevados —de poca energía y enorme consciencia. Las diferentes cotas de este espectro unificado, entrelazado, arquetípico y potencial de energía-consciencia, son, precisamente, los “niveles potenciales de estabilidad estratificada” que se irán actualizando, uno tras otro, a lo largo de los sucesivos peldaños de la evolución universal. A este ámbito de la realidad se le ha denominado de muy diversas formas en función de la perspectiva de su abordaje: “unus mundus” (Carl Jung), “orden implicado” (David Bohm), “campo akáshico” (Ervin Laszlo), “campo morfogenético” (Rupert Sheldrake), “quantumland” (Ruth Kastner), “red de memoria espacial unificada” (Nassim Haramein), “campo de fondo EM semi-armónico” (Dirk Meijer) …
—La realidad relativa espacio-temporal: El espectro íntegro de energía-consciencia potencial —la función de onda universal— se actualiza —colapsa— en cada punto-instante de la manifestación pixelada universal, de forma recursiva. Dicho de otra manera, el Aquí-Ahora infinito y eterno del ámbito potencial se proyecta e identifica, instante tras instante, en y como cada aquí-ahora finito y fugaz del ámbito manifestado, para contemplarse a sí mismo desde esa perspectiva determinada, e, inmediatamente, retornar a su fundamento potencial. Podemos hablar, así, de una dinámica toroidal recursiva, a través de la cual la totalidad del espectro arquetípico siempre presente se va actualizando y desglosando progresivamente en el mundo de las formas espacio-temporales. [Ver Adenda 6]. En cualquier caso, no debemos olvidar que todo sucede en un único y mismo Aquí-Ahora pleno que abarca en sí mismo, íntegramente, todas las ilusorias distancias y duraciones del dinámico holograma cósmico. [Ver Adenda 9].
Esta dinámica recursiva entre la Vacuidad autoevidente e infinita —que es, de hecho, la única protagonista real en todo este juego de apariencias— y todas sus formas espacio-temporales es intrínsecamente creativa, y está facilitada por el campo unificado de memoria que, paso a paso, se va gestando a nivel fundamental. Toda la información recogida en cualquier punto-instante del mundo manifestado es introyectada inmediatamente en ese campo básico de memoria colectiva que, de esta forma, va incrementado, momento tras momento, su potencial. De este modo, cualquier entidad, sea cual sea el nivel del espectro en el que se desenvuelva, tiene, en el fondo más íntimo de sí misma, acceso libre a la totalidad de ese campo unificado de información, aunque, en función de sus características específicas, conecte tan sólo con unas determinadas facetas de ese campo. La dinámica toroidal posee, por tanto, una verdadera estructura holográfica, en el sentido de que cada “parte” de sí misma dispone de información de la “totalidad”, y es, de hecho, un reflejo particular de esa totalidad.
Esta dinámica integral, fractal, holográfica, toroidal y no-dual de la energía-consciencia fundamental facilita enormemente la comprensión del proceso evolutivo. A través de esta dinámica recursiva que estamos planteando, la Vacuidad autoevidente siempre presente se va focalizando, instante tras instante, en los sucesivos niveles del espectro potencial de energía-consciencia, comenzando por los más básicos —prioritariamente de energía— y finalizando en los más elevados —prioritariamente de consciencia—. En cada plano, va actualizando el potencial específico de ese nivel, integrándolo con los aspectos ya emergidos en alturas anteriores. A cada vuelta, partiendo de los recursos disponibles en el campo unificado de memoria, se proyecta en cada situación concreta del espacio-tiempo, percibe esa situación determinada en función de las posibilidades de su estructura, e, inmediatamente, introyecta esa información en el campo de memoria colectiva del fundamento. Cuando una entidad concreta ha desplegado todo el potencial del estrato fractal en el que básicamente se desenvuelve y lo ha integrado con todo lo aflorado en las etapas precedentes, habiendo alcanzado una cota específica de complejidad, puede resonar con el siguiente nivel fractal del espectro de energía-consciencia, y, de ese modo, ascender a un nuevo peldaño en la larga escalera de la evolución.
A continuación, vamos a exponer la sencilla pauta armónica que, según nuestra investigación, marca con precisión el ritmo en el que emergen en la manifestación espacio-temporal los sucesivos niveles potenciales de estabilidad estratificada presentes de forma entrelazada en el campo unificado fundamental.
Previamente, creemos que puede ser interesante recordar aquí que la hipótesis original de esta investigación surgió como una posible solución al problema planteado en paleontología cuando se comprobó que el registro fósil no respaldaba la idea original de Darwin de que las nuevas especies aparecían gradualmente por iniciativa de la selección natural en el transcurso del tiempo. En los últimos años se ha ido viendo que la concepción gradualista de la evolución sólo era responsable de una pequeña parte de los cambios evolutivos, y que las modificaciones más profundas en la evolución biológica se producían en determinados momentos de la historia de los grupos, de manera muy rápida y dando lugar a especies estables con muy pocas variaciones posteriores. La teoría neodarwinista puede explicar los mecanismos de la microevolución —los pequeños cambios dentro de una especie—, pero se encuentra con grandes dificultades cuando trata de dar cuenta del origen de especies nuevas y, más aún, cuando se enfrenta a la aparición de los géneros, familias o divisiones taxonómicas superiores. La macroevolución —la evolución de estas categorías taxonómicas de orden superior— presenta diferencias demasiado acentuadas entre las divisiones para haber surgido por transformaciones graduales. En palabras de C. H. Waddington: “uno de los problemas fundamentales de la teoría evolutiva es comprender cómo han surgido las discontinuidades tan patentes que encontramos entre los principales grupos taxonómicos: filum, familia, especie, etcétera.” La versión darwinista de un proceso lento, gradual y continuo ha ido dejando paso a una interpretación caracterizada por cambios repentinos, saltatorios y discontinuos, como han puesto de manifiesto S. J. Gould y N. Eldredge con su teoría de los “equilibrios puntuados”. [Ver el apartado “La crisis del darwinismo”].
A comienzos del siglo veinte, los físicos se encontraron con un problema similar —aunque en otro ámbito— al comprobar cómo la energía emitida o absorbida por los átomos, lejos de presentarse como un flujo continuo según sus previsiones, lo hacía de forma cuantificada, saltatoria, en paquetes muy precisos. Durante varias décadas intentaron explicar este extraño fenómeno buscando una buena teoría matemática del átomo que generara esos números cuánticos de una manera natural. La solución llegó cuando E. Schrödinger propuso la similitud del mundo de los electrones con los armónicos musicales —las ondas estacionarias—, surgiendo, entonces, la feliz “función de onda”, pieza fundamental de la revolucionaria física cuántica de sorprendente precisión. [Ver el apartado “Una solución armónica”].
Al hilo de esto, creemos que puede ser interesante recordar aquí que mientras que para los filósofos jonios la cuestión fundamental consistía en encontrar la substancia corpórea del mundo, para los platónicos y pitagóricos la clave estaba en las pautas y los órdenes. La ciencia de hoy parece moverse, básicamente, en esta segunda línea. La afirmación fundamental del pitagorismo era que los números constituyen los principios inmutables subyacentes al mundo, la esencia de la realidad. Al descubrir que las proporciones entre los armónicos musicales podían expresarse de forma simple y exacta, los pitagóricos consideraron que el propio cosmos era un sistema armónico de razones numéricas: todo lo real podía ser expresado por relaciones entre números. Según ellos, el orden numérico inherente a los sonidos, estaba en relación directa con la propia organización del universo, y, así, afirmaban que la música no era sino la expresión de las relaciones internas del cosmos, y que toda manifestación material era fruto del concierto de las vibraciones universales.
La nueva ciencia considera el universo de forma holística, es decir, percibe la naturaleza como una totalidad integral, como un movimiento global no fragmentado ni dividido. Hemos visto cómo la dinámica evolutiva de este universo unificado despliega sus novedades de forma discontinua, cómo las transformaciones más profundas de la evolución suceden de forma brusca y repentina, generando una jerarquía de niveles de organización progresivamente complejos e inclusivos. Nos encontramos, pues, con una unidad vibrante —el universo evolutivo— que canaliza sus flujos de energía en una serie muy definida de niveles de estabilidad. Como los átomos. Como los instrumentos musicales. Tanto en el mundo de la física atómica, como en el ámbito de lo musical, se logró desvelar el secreto de sus saltos repentinos y sus discontinuidades sonoras por medio de las ondas estacionarias y de los armónicos musicales. ¿No podría suceder lo mismo en el terreno de la evolución? ¿No resulta muy coherente que este universo unificado que comenzamos a descubrir genere similares pautas creativas en sus diferentes niveles de organización? ¿No se presenta, entonces, como muy sugerente la idea de que los repentinos saltos evolutivos acaecidos en la historia del universo respondan, precisamente, a esas mismas ondas estacionarias que resultaron ser la clave explicativa del mundo subatómico y del musical? Esta ha sido la intuición básica que ha dado lugar a nuestra hipótesis de ritmos evolutivos que vamos a esquematizar a continuación. [Ver el apartado “Planteamiento de la hipótesis”].
Jacob Bronowski, en 1970, planteó una teoría sobre un proceso único que explicaba sin reduccionismo la diversidad jerárquicamente ordenada. Esta teoría proponía, como principio cosmológico general, el concepto de “estabilidad estratificada de niveles potenciales” como la clave de la evolución de los sistemas en desequilibrio. Planteaba, básicamente, la existencia de determinados niveles de estabilidad en torno a los cuales se agruparían y organizarían los flujos de energía, permitiendo, así, los sucesivos y repentinos ascensos hacia nuevos estratos de progresiva complejidad. Nuestra hipótesis constituye una especificación muy concreta dentro de este sugerente enfoque. Veámoslo.
Las ondas estacionarias son conocidas por cualquiera que haya tocado un instrumento musical. La característica de estas ondas consiste en que dividen a la unidad vibrante — cuerda, tubo o aro— en secciones completas iguales. Una cuerda de guitarra, por ejemplo, como tiene sus extremos fijos, no puede vibrar de cualquier manera, sino que tiene que hacerlo de modo que sus extremos permanezcan inmóviles. Esto es lo que limita sus posibles vibraciones e introduce los números enteros. La cuerda puede ondular como un todo (ver fig. 1-A), o en dos partes (ver fig. 1-B), o en tres (ver fig. 1- C), o en cuatro, o en cualquier otro número entero de partes iguales, pero no puede vibrar, por ejemplo, en tres partes y media o en cinco y cuarto. En la teoría de la música estas sucesivas ondas estacionarias reciben el nombre de sonidos armónicos. La serie ilimitada de estos armónicos, partiendo del “sonido fundamental” de la unidad original completa, definen de forma muy precisa las sucesivas notas del círculo (espiral) pitagórico de quintas, la jerarquía íntegra de niveles de estabilidad del flujo musical.
Tomando ahora, de nuevo, el ejemplo de una cuerda de guitarra, imaginemos que está afinada en la nota do —sonido fundamental—. Si ponemos en vibración la mitad de su longitud —primer armónico— obtendremos la misma nota original una octava más alta. Si hacemos vibrar la tercera parte —segundo armónico— conseguiremos una nota diferente, que en nuestro caso será un sol. Es decir, con el segundo armónico surge la novedad sonora. Tomando la nueva nota, a su vez, como sonido fundamental, podemos repetir la experiencia cuantas veces queramos, y, así, iremos obteniendo con cada segundo armónico, sucesivas novedades sonoras escalonadas. O sea, al hacer vibrar un tercio de la longitud aparecerá un salto creativo, y con el tercio del tercio otro, y con el tercio del tercio del tercio otro más, etcétera.
Este simple hecho nos da la clave de nuestra hipótesis. La propuesta es así de sencilla: considerando la totalidad temporal como una unidad vibrante, los sucesivos segundos armónicos encadenados, es decir, los sucesivos tercios de la duración, jalonarán la emergencia de las novedades evolutivas. O, dicho de otra manera, los segundos armónicos definirán esos “niveles potenciales de estabilidad estratificada” a través de los cuales se va canalizando la creatividad de la naturaleza, esto es, esos peldaños de la escalera evolutiva por los que los flujos de energía van discurriendo en su ascendente proceso creador de organismos más y más complejos y conscientes.
En las figs. 2-A, 2-B y 2-C podemos observar gráficamente el proceso global. Tomando la trayectoria temporal completa —desde el “origen” hasta el “final”— como sonido fundamental, hemos dibujado los sucesivos saltos de nivel en ambos sentidos: en la fig. 2-B el tramo que va desde el origen hasta el segundo nodo “P” de exteriorización —lo que se denomina el tramo de “salida” o “hacia fuera”—, y en la fig. 2-A el trecho que abarca desde ese mismo segundo nodo hasta el final —el tramo de “retorno” o “hacia dentro”. En la fig. 2-C reflejamos la trayectoria conjunta, la escalera global de la evolución.
Hace un momento, cuando bosquejábamos las características básicas de la realidad relativa potencial, decíamos: “Como la Vacuidad no-dual carece por completo de la menor separación entre sujeto y objeto, no puede percibirse a sí misma de ningún modo. Por eso, si quiere contemplarse, no tiene más remedio que desdoblarse en un polo objetivo original —básicamente de energía— y un polo subjetivo final —básicamente de consciencia—, manteniendo plenamente su esencia vacía.” Al producirse esta aparente dualización de la Vacuidad no-dual, se genera una distancia ilusoria entre ambos polos — entre la singularidad inicial y la final, entre el objeto y el sujeto, entre la energía y la consciencia— con un sinfín de equilibrios intermedios entre ambas facetas. Cuando tiene lugar esta polarización de la Vacuidad, automáticamente, se produce una tensión bidireccional entre ambos extremos en su intento de recuperar la no-dualidad originaria: una corriente ascendente y expansiva procedente del polo de “energía-(consciencia)” inicial y una corriente descendente y contractiva procedente del polo de “consciencia-(energía)” final. Ambos flujos recorren, en direcciones contrarias, la totalidad del espectro de niveles potenciales de estabilidad —ondas estacionarias— en los que se equilibran, en diferentes proporciones, ambas facetas polares. Instante tras instante, estos flujos ascendentes y descendentes resuenan entre sí en un nivel determinado —onda estacionaria— del espectro de energía-consciencia, “colapsando”, así, la totalidad del campo potencial en un evento concreto del mundo manifestado. (Ver Adenda 7). La propuesta que estamos desarrollando tiene una clara sintonía, obviamente, con la teoría sintrópica del matemático Luigi Fantappiè. Esta teoría afirma que el aumento de la complejidad en el proceso evolutivo es consecuencia de las ondas avanzadas que emanan desde atractores ubicados en el futuro y que se dirigen hacia atrás en el tiempo. Plantea, pues, pasar de un modelo mecanicista y determinista del universo a un nuevo modelo, entrópico-sintrópico, en el que las fuerzas expansivas (entropía) y las fuerzas cohesivas (sintropía) trabajan conjuntamente, de modo que el despliegue de los fenómenos ya no es solo función de las condiciones iniciales, sino que también depende de un atractor final. En clara resonancia con todo esto, nuestro planteamiento tiene, del mismo modo, una gran similitud con la Interpretación Transaccional de la Mecánica Cuántica —propuesta por John Cramer e inspirada en la “teoría del absorbedor” de John Wheeler y Richard Feynman—, que describe las interacciones cuánticas en términos de una onda estacionaria formada por la interferencia entre ondas retardadas (hacia adelante en el tiempo) y ondas avanzadas (hacia atrás en el tiempo). Podemos resumir este modelo transaccional de la siguiente manera: El emisor produce una onda retardada de “oferta”, hacia adelante en el tiempo, que viaja hacia el absorbedor, lo que hace que el absorbedor produzca una onda avanzada de “confirmación”, hacia atrás en el tiempo, que viaja de regreso hasta el emisor. La interacción se repite cíclicamente hasta que, finalmente, la transacción se completa con un "apretón de manos" —una onda estacionaria—, con el que se sella un contrato bidireccional entre el pasado y el futuro, y se produce el evento cuántico real, el “colapso de la función de onda”. (Ver la fig. 15). La secuencia “pseudo-temporal” de este relato es, por supuesto, tan solo una conveniencia semántica para describir un proceso que es, en verdad, instantáneo, pues no sucede en el espacio-tiempo sino en el campo unificado subyacente potencial que es, como hemos dicho, atemporal y no-local.
Queremos resaltar aquí que el “apretón de manos” entre los flujos ascendentes y descendentes puede tener lugar en cualquier nivel del espectro de energía-consciencia. De hecho, en el instante original, la “transacción” sucede en la mismísima base del espectro, pero, a lo largo del proceso evolutivo, la cota va ascendiendo paulatinamente, nivel tras nivel, como hemos explicado anteriormente: “A través de esta dinámica recursiva que estamos planteando, la Vacuidad autoevidente siempre presente se va focalizando, instante tras instante, en los sucesivos niveles del espectro potencial de energía-consciencia, comenzando por los más básicos —prioritariamente de energía— y finalizando en los más elevados —prioritariamente de consciencia—. En cada plano, va actualizando el potencial específico de ese nivel, integrándolo con los aspectos ya emergidos en alturas anteriores. (…) Cuando una entidad concreta ha desplegado todo el potencial del estrato fractal en el que básicamente se desenvuelve y lo ha integrado con todo lo aflorado en las etapas precedentes, habiendo alcanzado una cota específica de complejidad, puede resonar con el siguiente nivel fractal del espectro de energía-consciencia, y, de ese modo, ascender a un nuevo peldaño en la larga escalera de la evolución.” En última instancia, todo el proceso evolutivo no es sino el intento de manifestar de forma desglosada, nivel tras nivel, la totalidad del espectro de energía-consciencia y, simultáneamente, abrazarlo íntegramente, de un extremo a otro, para reproducir en el mundo de las apariencias espacio-temporales la no-dualidad de su fundamento potencial.
Tras haber esbozado en estos últimos párrafos los mecanismos básicos que, según nuestra propuesta, subyacen a la dinámica evolutiva, vamos a recordar a continuación, brevemente, los datos aportados en nuestra investigación que, tal como pensamos, parecen confirmar la validez de la hipótesis armónica. Para comprobar si, como hemos planteado, las sucesivas ondas estacionarias que caracterizan los segundos armónicos encadenados definen, verdaderamente, las etapas fundamentales de la escalera evolutiva, bastará con fijar un par de puntos de esa trama y, automáticamente, quedará perfilada la totalidad del espectro de niveles de estabilidad que la evolución habrá de ir ascendiendo, paso a paso, hasta llegar al polo de singularidad final. Tomaremos, pues, como puntos fijos, el momento del Big Bang —hace algo más de 13.500 millones de años— como instante original —la Singularidad A— y el momento de formación de nuestro sistema solar —hace algo más de 4.500 millones de años— como punto de inflexión entre los tramos de “salida” y “retorno” de la trayectoria global. Pues bien, como decimos, simplemente con estos dos datos ya queda plenamente definida la totalidad del espectro de niveles evolutivos. Ahora, ya sólo nos queda comprobar si nuestra trama teórica se ajusta, o no, a los datos aportados por la paleontología, la antropología y la historia. Y lo que vemos es que esa “tabla periódica”, ciertamente, va marcando, una tras otra, todas y cada una de las etapas en las que se han ido desplegando los sucesivos grados taxonómicos de la filogenia humana: Reino: animal (A-1), Filum: cordado (A-2), Clase: mamífero (A-3), Orden: primate (A-4), Superfamilia: hominoide (A-5), Familia: homínido (A-6) y Género: homo (A-7). Y, a continuación, sucede lo propio con todas las fases de maduración de nuestros primitivos ancestros: Homo habilis (A-7), H. erectus (B-1), H. sapiens arcaico (B-2), H. sapiens —Neanderthal— (B-3) y H. sapiens sapiens —Cromagnon— (B-4). Y vuelve a suceder lo mismo, una vez más, con las sucesivas transformaciones vividas por la humanidad en su historia más reciente: Neolítico (B-5), Edad Antigua (B-6), Edad Media (B-7), Edad Moderna (C-1) y la emergente Edad Posmoderna (C-2). ¡Pleno total! [Ver el apartado “Comprobación de la hipótesis en el macrocosmos”]. Si, tal como vemos, todas estas etapas se ajustan a las previsiones de la “tabla periódica” de ritmos que hemos planteado, resulta más que probable que nuestra hipótesis puede darnos también la clave para vislumbrar los sucesivos estadios que se desplegarán en los próximos años, en un proceso progresivamente acelerado, que habrá de conducir, finalmente, hacia un instante de creatividad infinita —la Singularidad Ω— dentro de un par de siglos. Permítasenos señalar aquí que, si agrupamos estas etapas en series de siete elementos, el resultado se corresponde, exactamente, con los sucesivos eslabones de la llamada “Gran Cadena del Ser” —Materia, Vida, Mente, Intelecto y Espíritu—, que coinciden también, básicamente, con las épocas evolutivas planteadas por Kurzweil —Física y Química, Biología, Cerebros, Tecnología, y Fusión de Tecnología e Inteligencia Humana— o con las esferas de Teilhard de Chardin —Cosmosfera, Biosfera, Noosfera, Pneumosfera y Punto Omega—.
Invitamos a los lectores interesados en el estudio del despliegue progresivamente acelerado de las etapas básicas de la evolución y de la historia —y de su asintótico instante final—, a consultar los trabajos de otros autores como, por ejemplo, el geólogo André de Cayeux, el historiador François Meyer, el ingeniero eléctrico Richard L. Coren, el paleontólogo Jean Chaline, el informático Carter V. Smith, el matemático Paul Hague, el físico y futurista Theodore Modis, el ingeniero eléctrico Mario Hails, el teórico de sistemas Graeme D. Snooks, el inventor Ray Kurzweil, el astrofísico Alexander D. Panov, el psicólogo social Akop P. Nazaretyan, el matemático y economista Erhard Glötzl, el físico y psicólogo Peter Russell, el filósofo Terence McKenna, el toxicólogo Carl J. Calleman, el físico Börje Ekstig, el futurista John M. Smart, el economista y teórico de sistemas Pierre Grou, el astrofísico Laurent Nottale, el ingeniero en software Nick Hoggard, el biólogo Miguel García Casas, el filósofo de la historia Leonid Grinin, el antropólogo y sociólogo Andrey Korotayev, el ingeniero de software David J. LePoire… [En las Adendas 1, 2 y 5 se pueden encontrar las propuestas resumidas de algunos de estos autores].
Antes de seguir adelante, quisiéramos hacer aquí dos o tres aclaraciones sobre el asunto que estamos investigando. Dado que el ser humano constituye, actualmente, el organismo vivo que, en nuestro planeta, ha desplegado el mayor número de niveles de la escala de la “complejidad-consciencia”, para hacer nuestra comprobación sobre las etapas fundamentales que han ido definiendo el frente de vanguardia del proceso evolutivo, nos hemos ceñido, estrictamente, a los estadios básicos característicos de la filogenia humana. No hay en esto nada de antropocentrismo, porque, tal como estamos planteando, las mismas estructuras subyacentes del espectro potencial de energía-consciencia que se han manifestado en nuestro planeta a través de las formas concretas de nuestra filogenia, sospechamos que habrán hecho lo propio en un sinfín de planetas del universo a través de formas muy diferentes, aunque, en buena lógica, habrán de ser resonantes y convergentes con las nuestras dado que todos somos expresiones fugaces del mismo y único campo unificado de memoria colectiva atemporal y no-local.
Otra objeción que se suele plantear al observar la sorprendente confirmación de nuestras previsiones sobre la pauta acelerada en la que se despliegan las etapas evolutivas, consiste en sugerir que hemos podido amañar el resultando tomando en consideración tan sólo datos rebuscados que validen nuestra hipótesis. Creemos que, en el caso que nos ocupa, no cabe plantear esta objeción, dado que, lejos de seleccionar hechos aislados, hemos tomado series íntegras de datos paleontológicos, antropológicos e históricos, tal como aparecen —en bloque— en cualquier manual básico de cultura general. Hay todavía una tercera objeción que suele hacerse con cierta frecuencia acerca de este tema. Plantea que no es cierto que el ritmo de las transformaciones se haya ido acelerando a lo largo del proceso evolutivo, sino que se trata de un error de perspectiva ocasionado por la mayor abundancia de datos sobre lo acontecido en los tiempos más recientes. Para rebatir esta objeción, bastará con recordar, por ejemplo, que nuestros ancestros del paleolítico inferior, generación tras generación, estuvieron fabricando durante más de un millón de años las mismas herramientas de piedra, mientras que, por el contrario, en tan sólo el último siglo, las transformaciones ocurridas en todos los ámbitos de nuestras vidas han sido espectaculares y vertiginosas… ¿un simple error de perspectiva?
Volviendo al asunto de la comprobación de nuestra hipótesis, vamos a ampliar, a continuación, el campo de verificación. Anteriormente, hemos planteado el carácter holográfico de nuestro universo. Una característica intrigante de los hologramas consiste en que, cuando se rompe la placa holográfica, cada uno de los fragmentos resultantes contiene íntegra la imagen original completa. ¡Cada parte contiene la totalidad! Hasta aquí hemos comprobado cómo la larga trayectoria de la filogenia humana, desde el mismo momento del Big Bang hasta el día de hoy, ha ido desplegando en el universo manifestado la práctica totalidad del espectro de energía-consciencia del fundamento potencial siguiendo el ritmo previsto en nuestra hipótesis evolutiva. Vamos a comprobar ahora si, de igual modo, el desarrollo ontogenético humano —una “parte” significativa del “todo”— también despliega ese mismo espectro de energía-consciencia de acuerdo con nuestras previsiones. Esto no es una idea novedosa, dado que en muy diferentes culturas ya se ha planteado que el organismo humano —el microcosmos— es una cápsula del todo —el macrocosmos—, una concentración individual del mundo, una unidad que refleja, al igual que un espejo, la totalidad del universo. Según este planteamiento el crecimiento o desarrollo de los seres humanos, es una rápida recapitulación e integración de todos los niveles desplegados gradualmente en el proceso evolutivo universal, durante su largo y lento desarrollo paleontológico. Esta es, básicamente, la aportación principal del naturalista alemán Ernst Haeckel a la teoría de la evolución en lo que él llamó “la ley biogenética fundamental”, con la que defendía el paralelismo entre el desarrollo del embrión individual y el desarrollo de la especie a la cual pertenece: “la ontogénesis, o sea, el desarrollo del individuo, es una breve y rápida repetición (una recapitulación) de la filogénesis o evolución de la estirpe a la cual pertenece”. (Ver el apartado “Sobre el paralelismo filogenético-ontogenético”).
Para hacer, ahora, la comprobación de nuestra hipótesis armónica en el ámbito de la ontogenia humana, tomaremos un par de puntos de referencia —como hicimos en el caso de la filogenia— para fijar nuestra trama teórica de ritmos, de tal modo que, automáticamente, quedará perfilada la totalidad del espectro de niveles de estabilidad que, según nuestras previsiones, habrán de ser desplegados, uno tras otro, a lo largo de la trayectoria completa de una vida humana hasta su plena realización. Dando por hecho que el ser humano está sintonizado con la misma pauta temporal de los ciclos evolutivos que hemos analizado en el proceso filogenético, y sabiendo que, según un afamado estudio de Richard M. Bucke, la emergencia espontánea de lo que él llamaba la “consciencia cósmica” tiene lugar en torno a los 34 años, vamos a tomar el ciclo C-4, que tiene una duración de 34,17 años, como ciclo base para realizar la comprobación de nuestra hipótesis en el desarrollo individual de un organismo humano plenamente realizado. Partiendo de este dato, podemos tomar como puntos de fijación de la trama, el momento del engendramiento como polo original y el momento de realización de la “consciencia cósmica” —34’17 años— como polo final. De esta forma, automáticamente, ya queda definida nuestra previsión teórica para la trayectoria completa de una vida humana, tanto en lo que se refiere al ritmo de emergencia de las sucesivas etapas a recorrer, como al contenido específico de cada una de ellas. Es decir, partiendo del momento del engendramiento, cada existencia humana habrá de desplegar de forma progresivamente ralentizada el tramo de “salida” —o “arco hacia fuera”—, orientado hacia el punto de inflexión situado en torno a los 22 años —coincidiendo con la afirmación del pensador integral Ken Wilber de que el proceso de vuelta, o “arco hacia dentro”, no suele comenzar antes de los 21 años— y, desde ahí, iniciará el tramo de “retorno”, ahora de forma progresivamente acelerada, hacia el polo luminoso final. De ser cierta esta propuesta, nuestra vida se desvelaría como una fascinante y mágica danza pautada al compás de la música del universo. O, en otras palabras, seríamos, nada menos, que una radiante expresión condensada de la gran sinfonía cósmica. Vamos a comprobar, ahora, si nuestras previsiones se ajustan a los datos que nos ofrecen los embriólogos, para la fase intrauterina, y los psicólogos del desarrollo (sintetizados en el listado integral de Ken Wilber en su último libro La religión del futuro), para la fase postnatal.
Resumiendo lo que hemos expuesto en el apartado “Comprobación de la hipótesis en el microcosmos”, diremos que, partiendo de la fase viviente unicelular, que en el macrocosmos denominábamos A-1, nuestra trama se ajusta, una tras otra, con todas las etapas del desarrollo embriológico y psicológico: Ovogonia, maduración folicular, ovulación, fecundación (A-1), División celular, formación cordón nervioso y notocordio (A-2), Formación extremidades y amnios, desarrollo tronco reptiliano (A-3), Constitución placenta, desarrollo sistema límbico (A-4), Semejanza feto antropoide, desarrollo neocórtex (A-5), Semejanza feto homínido, nacimiento (A-6), Consciencia oceánica —pleromática— (A-7), Consciencia física —urobórica— (B-1), Mente sensoriomotora —arcaica— (B-2), Mente imaginal —arcaica-mágica— (B-3), Mente simbólica —mágica— (B-4), Mente conceptual —mágica-mítica— (B-5), Mente concreta regla/rol —mítica— (B-6), Mente abstracta regla/rol —mítica-racional— (B-7), Mente formal —racional— (C-1), Mente pluralista —relativista— (C-2), Visión lógica inferior —holística— (C-3), Visión lógica superior —integral— (C-4), Paramente —transglobal— (C-5), Metamente —visionaria— (C-6) y Sobremente —trascendental— o Testigo final (C-7). La Supermente, como luego veremos, trasciende e incluye la totalidad de este espectro de energía-consciencia desde su fundamento no-dual. ¡¡¡Pleno total!!!
Invitamos a los lectores interesados en el estudio del despliegue de los sucesivos estadios del desarrollo psicológico del ser humano, a consultar los trabajos de los más reconocidos investigadores de los diferentes ámbitos de la psique: Jean Piaget, Michael L. Commons y Francis A. Richards (desarrollo cognitivo infantil y adulto), Jean Gebser y Ken Wilber (desarrollo de visiones del mundo), Abraham Maslow (desarrollo de necesidades), Clare W. Graves y Jenny Wade (desarrollo de valores), Don E. Beck y Chris Cowan (desarrollo de la dinámica espiral), Jane Loevinger y Susanne Cook-Greuter (desarrollo de la identidad del yo), Lawrence Kohlberg (desarrollo moral), James Fowler (desarrollo de estadios de la fe), y Robert Kegan (desarrollo de órdenes de consciencia). A pesar de investigar aspectos diversos de la psicología humana, la coincidencia entre las etapas de desarrollo planteadas por estos diferentes autores resulta verdaderamente contundente, y, del mismo modo, su correspondencia con las etapas evolutivas desplegadas desde la aparición del hombre moderno hasta el día de hoy —desde nuestro ciclo B-4 hasta el C-3— es, también, prácticamente total. [Ver Adenda 4].
Una vez realizadas con éxito las
comprobaciones sobre la validez de nuestra hipótesis, tanto en la filogenia
como en la ontogenia humanas —tanto en el macrocosmos como en el microcosmos—,
ahora podemos confirmar también el completo paralelismo entre ambos procesos,
tal como se observa claramente en las figuras 7-A y 7-B. Basta con ver cómo los
dos parten del mismo punto original (polo A de energía) y llegan al mismo punto
final (polo Ω de consciencia), cómo los dos despliegan el mismo espectro de
energía-consciencia —tal como se manifiesta en la gran cadena del ser: materia,
vida, mente, intelecto y espíritu— y cómo los dos recorren una trayectoria
idéntica de despliegue y repliegue —de salida y retorno—, pautada en todo
momento por los sucesivos segundos armónicos encadenados. La única diferencia
entre ambas trayectorias estriba en el nivel del espectro en el que tiene lugar
el punto de inflexión entre el “arco hacia fuera” y el “arco hacia dentro”, pues
en el macrocosmos se ubica en la frontera entre la “materia” y la “vida” —la
aparición de las macromoléculas orgánicas tras la formación de la Tierra—, y en
el microcosmos lo hace en la frontera entre la “mente” y el “intelecto” (o “alma”)
—la formación del ego maduro—. Tal como explicamos anteriormente, el “apretón
de manos” entre los flujos ascendentes —entrópicos— y los descendentes
—sintrópicos— puede tener lugar en cualquier nivel del espectro de
energía-consciencia y, de hecho, en el instante original, la “transacción” tuvo
lugar en la mismísima base A del espectro y en el instante final tendrá lugar,
como veremos, en la cumbre Ω.
Como acabamos de ver, en nuestra investigación hemos tenido en cuenta tanto los aspectos externos —formas objetivas de energía—, como los internos —formas subjetivas de consciencia—, tanto los individuales —ontogenéticos— como los colectivos —filogenéticos—. En cada etapa del camino evolutivo, esos cuatro aspectos —individual/colectivo, interior/exterior— han estado presentes, pues ninguno de ellos habría sido posible sin la presencia simultánea de todos los demás. Este enfoque coincide plenamente con la idea expresada sintéticamente en el famoso gráfico de “los cuatro cuadrantes” de Ken Wilber, en el que se resume toda la historia evolutiva en las cuatro facetas —individual, colectiva, exterior e interior— de una forma sencilla, omnicomprensiva y coherente. En ese gráfico [ver Adenda 3], las facetas “individuales” se emplazan en la zona superior, las “colectivas” en la inferior, las “exteriores” en la zona derecha y las “interiores” en la izquierda. De modo que el cuadrante superior izquierdo describe el proceso individual-interior (el yo consciente), el cuadrante superior derecho el proceso individual-exterior (el organismo energético), el cuadrante inferior izquierdo el proceso colectivo-interior (la perspectiva cultural) y el cuadrante inferior derecho el proceso colectivo-exterior (el sistema social). Todos los niveles evolutivos desplegados a lo largo de la historia del universo —la totalidad del espectro de energía-consciencia— se encuentran reflejados en cada uno de los cuatro cuadrantes según sus facetas específicas. Esto se debe a que cada salto evolutivo produce trasformaciones simultáneas en los cuatro ámbitos de forma coordinada, lo que da lugar a un sabor específico y reconocible a cada época histórica. Habitualmente, muchos investigadores no sólo restringen su campo de observación a uno sólo de los cuadrantes —según su especialidad académica—, sino que lo reducen a una faceta concreta del mismo —a una línea específica de desarrollo—, y, en muchos casos, aún lo limitan más al centrarse exclusivamente en un periodo determinado de la historia. De este modo, al final, resulta prácticamente imposible percibir las correspondencias, las similitudes y “las pautas que conectan” la ingente pluralidad de los datos. Parece claro, pues, que un abordaje integral de la dinámica evolutiva resulta mucho más adecuado, no sólo para deslindar y definir con precisión todos y cada uno de los peldaños recorridos a lo largo del proceso y las fases de transición entre ellos, sino para percibir la forma completa de la escalera resultante.
Veamos algunos ejemplos de las series de estadios propuestos por diversos investigadores de diferentes líneas de desarrollo, en cada uno de los cuadrantes, desde la aparición del homo sapiens sapiens hasta el día de hoy. Podemos observar la enorme sintonía con todas las etapas de nuestra hipótesis, las seis, desde B-4 hasta C-2.
Empezamos por el cuadrante inferior-derecho, que abarca todos los procesos colectivos-exteriores, es decir, las sucesivas transformaciones sociales. Desarrollo de las organizaciones sociales [según E. Laszlo]: …tribus nómadas (B-4), aldeas neolíticas (B-5), imperios antiguos y ciudades-estado (B-6), reinos feudales (B-7), estados nacionales (C-1), unidades supranacionales (C-2) … Desarrollo de los sistemas socio-económicos [según E. Laszlo]: …sociedades cazadoras-recolectoras (B-4), agro-pastoriles (B-5), agrícolas (B-6), artesanales/preindustriales (B-7), industriales (C-1), posindustriales (C-2) … Desarrollo tecnológico [según A. de Cayeux]: …industria lítica achelense —modo técnico 2— (B-2), musteriense —modo técnico 3— (B-3), auriñaciense —modo técnico 4— (B-4), piedra pulida/mesolítico —modo técnico 5— (B-5), edad de los metales —bronce-hierro— (B-6), era del maquinismo (C-1), era atómica (C-2) … Desarrollo de los modos de producción [según K. Marx]: …salvajismo (B-4), barbarie (B-5), esclavismo (B-6), feudalismo (B-7), capitalismo (C-1), socialismo (C-2) …
Vamos a continuar con el cuadrante inferior-izquierdo, que abarca todos los procesos colectivos-interiores, es decir, las sucesivas transformaciones culturales. Desarrollo de las visiones del mundo [según J. Gebser / K. Wilber]: … arcaica (B-3), mágica (B-4), mágica-mítica (B-5), mítica (B-6), mítica-racional (B-7), racional (C-1), pluralista (C-2), integral (C-3) … Desarrollo de los sistemas de valores [según C. Graves]: … mágico-animista (B-5), egocéntrico (B-6), absolutista (B-7), múltiple (C-1), relativista (C-2), sistémico (C-3) … Desarrollo de los “valores-meme” de la Dinámica Espiral [según D. Beck y C. Cowan]: … supervivencia —beige— (B-4), espíritu de parentesco —púrpura— (B-5), dioses de poder —rojo— (B-6), fuerza de la verdad —azul— (B-7), impulso de lucha —naranja— (C-1), vínculos humanos —verde— (C-2), flujo flexible —amarillo— (C-3) …
Continuemos, ahora, con el cuadrante superior-izquierdo, que abarca todos los procesos individuales-interiores, es decir, las sucesivas transformaciones psicológicas. Desarrollo cognitivo [según J. Piaget / M. Commons / F. Richards]: … sensoriomotora (B-4), preoperacional simbólica (B-5), preoperacional conceptual (B-6), operacional concreta —mente regla/rol— (B-7), operacional formal —mente racional— (C-1), mente pluralista —metasistémica— (C-2), visión lógica inferior —paradigmática— (C-3) … Desarrollo de la identidad del yo [según J. Loevinger / S. Cook-Greuter]: … simbiótico (B-4), impulsivo (B-5), autoprotector (B-6), conformista (B-7), consciente (C-1), individualista (C-2), autónomo (C-3) … Desarrollo moral [según L. Kohlberg]: … premoral (B-4), obediencia y castigo (B-5), individualismo (B-6), acuerdo interpersonal (B-7), ley y orden (C-1), contrato social (C-2), ética universal (C-3) … Desarrollo de los órdenes de consciencia [según R. Kegan]: … 0 - incorporativo (B-4), 1º - impulsivo (B-5), 2º - imperial (B-6), 3º - interpersonal (B-7), 4º institucional (C-1), 4, 5 (C-2), 5º - interindividual (C-3) … Desarrollo de la inteligencia espiritual [según J. Fowler]: … indiferenciada (B-4), mágica (B-5), mítica-literal (B-6), convencional (B-7), reflexiva-individual (C-1), conjuntiva (C-2), comunidad universalizadora (C-3) …
Las transformaciones en el cuadrante superior-derecho, que abarca todos los procesos individuales-exteriores, fueron muy notorias durante todas las etapas de la fase A —“Vida”— y en las primeras de la fase B —“Mente”—, pero, desde la aparición del hombre anatómicamente moderno —Homo sapiens sapiens—, las transformaciones han tenido lugar, básicamente, tan sólo en la estructura y funcionamiento de nuestros cerebros —a través del aumento de la complejidad de la conectividad sináptica—, pero sin mayores cambios aparentes. Por eso, en este cuadrante tomaremos como referencias las series de estadios de desarrollo de los organismos de nuestra filogenia propuestas por diversos investigadores de la fase temporal que abarca desde el origen de la vida en nuestro planeta hasta la aparición del homo sapiens. (También aquí podemos constatar la enorme sintonía de estos listados con las etapas de nuestra hipótesis, desde A-1 hasta B-3). (Recordar Adendas 1, 2 y 5). Veamos, de entrada, las 14 etapas del desarrollo a lo largo de nuestra filogenia propuestas por J. Chaline, L. Nottale y P. Grou —observar la práctica total coincidencia de estos 14 saltos evolutivos en el árbol fractal de la vida, con los 14 nodos de nuestra serie A—: Nodo 1: Aparición de la vida - primeras células procariotas / Nodo 2: Primeras células eucariotas (A-1), Nodo 1: Multicelularidad / Nodo 2: Exoesqueletos (A-2), Nodo 1: Tetrapodia - primer tetrápodo pulmonado / Nodo 2: Homeotermia - primer mamífero (A-3), Nodo 1: Viviparidad - primeros marsupiales y placentarios / Nodo 2: Primer primate - prosimio (A-4), Nodo 1. Primer ancestro antropoide - simio / Nodo 2. Procónsul - grandes monos (A-5), Nodo 1: Ancestro común P/G/H / Nodo 2: Australopiteco (A-6), Nodo 1: … / Nodo 2: Primer Homo (A-7) … Veamos, a continuación, las etapas de la evolución de la biosfera tras el surgimiento de la vida en la Tierra según A. Panov: procariotas / eucariotas (A-1), vertebrados (A-2), reptiles (A-3), mamíferos (A-4), hominoides (A-5), homínidos (A-6), Homo habilis (A-7), Homo erectus (B-1), Homo sapiens arcaico (B-2), Homo sapiens —Neanderthal— (B-3) Homo sapiens sapiens —Cromagnon— (B-4) … Veamos, seguidamente, la propuesta de T. Modis para esta misma fase que estamos estudiando: … origen de la vida (A-1), primera vida multicelular / explosión cámbrica (A-2), primeros mamíferos (A-3), primeros primates (A-4), primer orangután (A-5), primeros homínidos (A-6), primeras herramientas de piedra (A-7), desarrollo del habla (B-1), desarrollo del fuego (B-2), desarrollo de los “humanos modernos” (B-3) … Por su parte, D. LePoire describe las diferentes etapas evolutivas desde el origen de la vida, definidas por los sucesivos cambios en los flujos de energía: … células complejas (A-1), Cámbrico (A-2), mamíferos (A-3), primates (A-4), homínidos (A-6), humanos (A-7), lenguaje (B-1), fuego (B-2), ecoadaptación (B-3), humanos modernos (B-4) …
Después de comprobar la solidez de nuestra hipótesis a través de esta panorámica general —interior y exterior, individual y colectiva—, creemos que los peldaños de la escalera evolutiva quedan bastante bien ubicados, perfilados y definidos. A continuación, vamos a tratar de entender los mecanismos que generan las transiciones —los saltos de nivel— entre los sucesivos peldaños. Recordemos que, según nuestra hipótesis, cada cota del espectro evolutivo viene definida por una onda estacionaria determinada —con un sonido fundamental característico— y que la novedad sonora surge con la emergencia del segundo armónico —en el tercer tercio de la onda original— que define la nueva cota del espectro. Cada etapa evolutiva consta, pues, de tres tramos de igual duración: el que abarca desde el punto fijo original hasta el primer nodo, el intervalo entre los dos nodos y el trecho que va desde el segundo nodo hasta el punto fijo final. El proceso global es el siguiente: en el entorno del polo original surge de forma incipiente una novedad evolutiva que, lentamente, va tanteando sus capacidades en el camino hacia el primer nodo, momento en el que aparece un primer boceto concreto del paradigma característico de esta etapa, y, a partir de ahí, se despliega progresivamente todo su potencial en el tramo hacia el segundo nodo. Es en ese instante, justo cuando la etapa alcanza su plena madurez, cuando empieza a mostrar sus limitaciones intrínsecas y, simultáneamente, una emergente novedad evolutiva comienza a disputarle la hegemonía. Esta situación es, precisamente, el origen de una nueva etapa, en la que, a lo largo del primer tramo, el paradigma anterior entra en declive, mientras que el paradigma emergente inicia su despliegue, repitiéndose, así, el proceso anterior. Para los interesados en las nuevas ciencias de la evolución, diremos que esos segundos nodos de cada ciclo se corresponden con los momentos de “bifurcación” (Mitchell Feigenbaum), de “desequilibrio creativo” (Ilya Prigogine), de “catástrofes benéficas” (René Thom), en los que se producen los saltos de nivel. En estos puntos desaparecen los “atractores” que definen la pauta anterior, y aparecen, “caídos del cielo”, los que definen el nuevo estado. El sonido fundamental, de repente, cambia por su segundo armónico.
El esquema que acabamos de plantear se asemeja, claramente, al clásico modelo de curvas logísticas sucesivas —curvas en forma de S anidadas— que se utiliza con frecuencia para representar los procesos de crecimiento, aprendizaje, desarrollo o propagación de casi cualquier fenómeno natural o provocado por el hombre. En pocas palabras, cuando algo comienza a crecer o extenderse, primero comienza muy lentamente, luego se acelera hasta alcanzar un máximo, después de lo cual la tasa de crecimiento o difusión se desacelera hasta que básicamente tiende a cero. Dentro de los estudios realizados sobre el tema que nos ocupa, las propuestas desarrolladas por T. Modis o por D. LePoire se basan, precisamente, en este modelo de curvas logísticas. De igual modo, R. Kurzweil afirma que un paradigma específico genera un crecimiento exponencial hasta que se agota su potencial. Cuando esto ocurre —dice— tiene lugar un cambio de paradigma, lo cual permite que el crecimiento exponencial continúe. Resume, así, el ciclo de vida de un paradigma en tres etapas: 1. Crecimiento lento, 2. Crecimiento rápido y 3. Estabilización a medida que el paradigma particular va madurando.
Partiendo de nuestra sintonía con esta idea, una característica específica de nuestra hipótesis consiste en la propuesta de que cada una de las sucesivas etapas evolutivas —cada una de las curvas-S de primer orden— tiene una duración temporal de un tercio de la que la precede, de modo que la resultante global de la serie completa de esas sucesivas curvas-S, acaba dando lugar a una curva-J exponencial de segundo orden, que se convierte en asintótica al llegar al polo de singularidad final.
En los últimos párrafos hemos ubicado y definido, desde la perspectiva exterior, cada uno de los peldaños de la escalera evolutiva y de las zonas de transición entre ellos. A continuación, vamos a describir ese mismo proceso desde la perspectiva interior. Para ello, de entrada, recordemos el esquema básico de nuestra hipótesis. Partíamos de la idea de que la Vacuidad no-dual —autoevidente pero invisible—, para contemplarse a sí misma en y como el mundo manifestado, necesitaba polarizarse —al menos aparentemente— como objeto y sujeto, en la forma de un polo original de energía y un polo final de consciencia, lo que, desde el primer momento, daba lugar a un amplísimo espectro de equilibrios entre ambas facetas. Decíamos también que esa polarización fundamental generaba, automáticamente, una tensión bidireccional entre ambos extremos: una corriente ascendente, expansiva y entrópica procedente del polo de “energía-(consciencia)” inicial y una corriente descendente, contractiva y sintrópica procedente del polo de “consciencia-(energía)” final. Instante tras instante, estos flujos ascendentes y descendentes resuenan entre sí en un nivel determinado —onda estacionaria— del espectro de energía-consciencia, “colapsando”, así, la totalidad del campo potencial de información en un evento concreto del mundo manifestado. Este “apretón de manos” entre los flujos ascendentes y descendentes —explicábamos— puede tener lugar en cualquier nivel del espectro de energía-consciencia. De hecho, en el instante original, la “transacción” sucede en la mismísima base de ese espectro, pero, a lo largo del proceso evolutivo, la cota va ascendiendo paulatinamente, nivel tras nivel, hasta llegar al momento final en el que la resonancia entre ambos flujos tiene lugar en la cumbre del espectro.
Si describimos el proceso evolutivo desde la perspectiva interior, podemos plantear que, dado que en el instante original el aspecto de consciencia estaba plenamente absorbido por el aspecto de energía, todo el trayecto desde entonces no ha sido sino un progresivo distanciamiento de esa situación de enclaustramiento y oscuridad, y, consiguientemente, un paulatino incremento de la claridad y la lucidez. En resumen, durante las primeras etapas de desarrollo de la materia, la faceta de consciencia se encuentra absorbida en la faceta de energía; con el surgimiento de la vida, la faceta de consciencia da un salto hacia atrás, se separa de la mera materia, la percibe y, así, puede actuar sobre ella; con el surgimiento de la mente humana, la faceta de consciencia vuelve a saltar hacia el interior, aparece la autoconsciencia, que se separa de la simple vida subconsciente y aumenta, así, la capacidad de acción sobre el mundo natural; con el surgimiento del intelecto racional, la faceta de consciencia vuelve a saltar, una vez más, hacia atrás, lo que permite pensar sobre el pensamiento y, de esta forma, se acrecienta exponencialmente la comprensión sobre el funcionamiento de las cosas y, por tanto, la capacidad de intervención sobre ellas. Todo este proceso resulta posible por la presencia, desde el mismo instante originario, de la consciencia pura ―el “testigo” del que habla la tradición hindú― como polo final del proceso. Conviene aclarar, por tanto, que este polo final de consciencia pura no evoluciona en absoluto —pues permanece pleno e inmutable en todo momento—, pero su reflejo e identificación con las diferentes entidades y organismos que se van desarrollado a lo largo del proceso —átomos, moléculas, células, organismos multicelulares, vertebrados, mamíferos, primates, simios, humanos…— sí que evoluciona en cuanto a su capacidad de actualizar esa consciencia plena, lo que permite incrementar, progresivamente, la aptitud de los organismos para captar, almacenar, procesar y responder a la información del entorno.
El ensayista húngaro Arthur Koestler en su libro The Ghost in the Machine (El fantasma en la máquina) utilizó el término holón para designar cualquier sistema que fuera un todo en sí mismo y, a la vez, una parte de un todo mayor. De acuerdo con esta terminología, una jerarquía de holones recibe el nombre de holoarquía. Según nuestro planteamiento, en el universo evolutivo se dan, simultáneamente, dos holoarquías antagónicas. Una holoarquía decreciente y entrópica de energías, en la que la máxima capacidad se encuentra en el polo original A, y una holoarquía creciente y sintrópica de consciencias, en la que la máxima capacidad se encuentra en el polo final Ω. El pensador integral Ken Wilber, partiendo de la idea de que el Kosmos está compuesto de holones, ha estudiado la evolución como un proceso holoárquico —en el sentido creciente— en el que cada uno de los sucesivos holones emergentes trasciende e incluye a sus predecesores, de modo que, al ir incrementando, paso a paso, el número de niveles comprehendidos, va aumentando también, progresivamente, su profundidad —o sea, su consciencia— y su complejidad. Wilber ha analizado cuidadosamente las fases de transición entre los sucesivos niveles del espectro, dada la importancia de esos momentos para un despliegue saludable del proceso. Partiendo de la identificación inicial de la consciencia con la estructura característica de un nivel determinado, cada salto evolutivo consistirá, básicamente, en un proceso de separación e inclusión —de negación y conservación, de diferenciación e integración—, con los consiguientes peligros de fijación o de adicción en la fase de separación y de evitación o de alergia en la fase de inclusión. En esencia, se trata de desplegar el potencial básico de todas y cada una de las sucesivas estructuras de la holoarquía evolutiva, evitando la identificación exclusiva con cualquiera de ellas y abrazando la totalidad del espectro ya recorrido, hasta llegar, finalmente, al Testigo puro —la esencia de la consciencia de todos y cada uno de los distintos niveles del desarrollo— que trasciende e incluye la totalidad del proceso.
4. Un abordaje integral de la singularidad
Después de haber expuesto
resumidamente algunos aspectos significativos de nuestra investigación sobre la
pauta de la evolución desde una perspectiva integral, creemos estar en
disposición de poder aportar algunas respuestas a las grandes dudas que comienzan
a plantearse ante la constatación de la vertiginosa aceleración del desarrollo
tecnológico y la consiguiente previsión de que en las próximas décadas se
alcanzará un punto asintótico —una singularidad tecnológica— en el que la
inteligencia artificial será mil millones de veces más potente que toda la
inteligencia humana, transformando radicalmente la actual civilización y
nuestra propia comprensión de la existencia.
—¿Ocurrirá realmente la Singularidad tecnológica? ¿Se alcanzará algún día ese enigmático momento? ¿Se trata tan sólo de un simple planteamiento utópico —o distópico— de imaginativos autores de ciencia ficción y de entusiastas transhumanistas?
Según nuestra investigación, sí, todo parece indicar que, verdaderamente, el proceso evolutivo se dirige aceleradamente hacia un momento de Singularidad en un futuro muy próximo. Otra opinión muy distinta nos merece el hecho de calificar a ese evento cumbre, simplemente, como “tecnológico”, porque, desde nuestro punto de vista, en ese acontecimiento estarán en juego —como pronto explicaremos— muchos otros elementos, algunos de los cuales son enormemente más significativos. No se trata, sólo, de una mera cuestión cuantitativa relativa a la capacidad de computación de unos artefactos tecnológicos, por grande que ésta sea, porque de lo que estamos hablando es, nada menos, de que la próxima Singularidad Ω es, esencialmente, el polo antagonista de la Singularidad A, o sea, del mismísimo Big Bang. Y, recordemos, toda la dinámica universal surgió, precisamente, a partir de esa polarización originaria de la Vacuidad fundamental como A y Ω, objeto y sujeto, energía y consciencia. Como decía Alan Watts: “La corriente no empezará a fluir desde el extremo positivo de un cable hasta que no se haya establecido el terminal negativo”. Es decir, el universo de las formas no habría surgido del Vacío a través de la Singularidad original A, si la Singularidad final Ω no hubiera estado presente, simultáneamente, desde el principio de los tiempos.
Según nuestra hipótesis, la clave de los saltos creativos desplegados a lo largo de la evolución y de la historia está en las ondas estacionarias que se generan, en el mismo momento original, a partir del sonido fundamental. Como hemos visto, la causa de estas ondas estacionarias es que los extremos de la unidad vibratoria están fijos y, por tanto, limitan las posibilidades de oscilación, generándose así todo el espectro cuántico de armónicos musicales. Conviene recordar que estos armónicos son los arquetipos potenciales que, uno tras otro, se actualizan en y como las sucesivas etapas de la evolución y la historia. La clave de todo el proceso evolutivo reside, pues, en esos polos original y final. El Universo no habría surgido sin la presencia simultánea de las singularidades A y Ω, salida y entrada al Vacío pleno y autoevidente. Si el polo original consistió, básicamente, en una explosión en el ámbito de la “energía”, el polo final hacia el que nos dirigimos vertiginosamente consistirá, fundamentalmente, en una implosión en el ámbito de la “consciencia”. Pero, fijémonos bien, ambas facetas —la “energía” y la “consciencia”— no son dos realidades diferentes, sino aspectos polares del mismo y único Vacío, las facetas objetiva y subjetiva de la Autoevidencia siempre presente. Por tanto, desde nuestra perspectiva, el “truco” de la evolución y de la historia quedará definitivamente desvelado en este próximo instante final. En ese momento, resultará evidente que toda la trayectoria recorrida desde la Singularidad A —Big Bang— hasta la Singularidad Ω está ocurriendo en el Ahora eterno que, en verdad, somos. De este modo, comprenderemos que nuestra vida no ha sido un mero fragmento fugaz en medio de un proceso interminable, sino que, de hecho, siempre hemos sido esa Autoevidencia pura y atemporal en la que todos los mundos han sucedido, suceden y sucederán. No ha habido un “antes”. No habrá un “después”. Sólo hay Ahora. Y Ahora. Y Ahora…
—¿Cuándo podría tener lugar,
verdaderamente, el esperado/temido momento de la Singularidad? ¿Acaso podría
suceder durante el ciclo vital de la actual generación?
Entre quienes indagan seriamente en la idea de la Singularidad en su acepción tecnológica, existe una amplia variedad de opiniones sobre el momento en el que sucederá. Hay algunos que lo ven como un acontecimiento casi inminente, la mayoría lo sitúa entre los años 2030 y 2080, y hay otros que creen que todavía faltan dos o tres siglos, o incluso más, para que la era humana llegue a su fin. Como hemos dicho, la Singularidad, tal como aparece en nuestra investigación, no se reduce a un mero asunto tecnológico. De modo que el momento en el que la inteligencia artificial alcance determinada capacidad de computación no define, verdaderamente, la Singularidad en el sentido cosmológico que estamos planteando. El propio Kurzweil, que sitúa la Singularidad tecnológica en el 2045, afirma que a partir de ese año nuestra civilización se expandirá hacia afuera y podremos saturar el universo con nuestra inteligencia antes del final del siglo XXII. Muchos futurólogos —aunque no todos— hacen sus previsiones acerca del momento de la Singularidad observando el ritmo del progreso sólo desde el punto de vista tecnológico y, exclusivamente, a lo largo del último siglo. Si se amplía el marco del estudio, abarcando otras perspectivas y analizando periodos más extensos, las cosas se perciben con mayor claridad…
En nuestra investigación hemos comprobado cómo la paulatina aceleración del ritmo de las transformaciones que percibimos en todos los ámbitos de nuestro entorno, lejos de ser un fenómeno específico y exclusivo de los últimos años, ha sido, de hecho, la norma permanente a lo largo de todo el proceso evolutivo desde el mismo origen de la vida. Los intervalos entre los sucesivos saltos creativos que han jalonado todo el despliegue de nuestra filogenia, se han ido acortando, una y otra vez, a un ritmo muy preciso. Dicho de forma resumida: todas las grandes novedades han surgido con los sucesivos segundos armónicos. El frente de vanguardia de la ola evolutiva ha ido saltando de nivel, una y otra vez, al llegar al último tercio de cada etapa. Más allá de terremotos, erupciones, meteoritos, glaciaciones, extinciones masivas, plagas, inundaciones, guerras mundiales, pandemias… Ya sea que investiguemos las facetas interiores o exteriores, individuales o colectivas, siempre encontramos la misma pauta en la emergencia de las novedades. En todos los cuadrantes, en todos los niveles, en todas las líneas de desarrollo… La plena coherencia puesta de manifiesto entre esta pluralidad de abordajes, permite perfilar con bastante precisión la ubicación y el contenido de todas y cada una de las etapas del espectro evolutivo, así como de sus fases de emergencia y ocaso. Si esto ha sucedido así a lo largo de todo el proceso desde el origen, no hay ninguna razón para pensar que dejará de hacerlo en los tiempos venideros. Según nuestro esquema, actualmente estamos transitando la etapa C-2 —que abarca desde el año 1909 hasta el 2114—. La etapa C-3 se desarrollará entre el 2114 y el 2183. La C-4 lo hará entre el 2183 y el 2205. La C-5 entre el 2205 y el 2213. La C-6 entre el 2213 y el 2215. La C-7 entre el 2215 y el 2216. Si nuestros cálculos son correctos, en el año siguiente, en el 2217, tendrá lugar la Singularidad Ω. No será tan sólo un acontecimiento tecnológico, sino integral —interior y exterior, individual y colectivo—, como vamos a plantear dentro de un momento.
—¿Qué sucede cuando las máquinas alcanzan o superan la inteligencia humana? ¿Podemos concebir una máquina consciente? ¿Podría una máquina llegar a ser consciente de sí misma?
En muchas ocasiones, en el mundo de la inteligencia artificial se habla de la posibilidad de consciencia en los robots o de alcanzar la inmortalidad cibernética descargando la consciencia humana en algún artefacto imperecedero. Desde la perspectiva no-dual en la que estamos enmarcando nuestra investigación, estos planteamientos parecen bastante ingenuos. Para aclarar este punto de vista, vamos a recordar, a continuación, algunos de los aspectos centrales de nuestra propuesta que plantean grandes dudas sobre esas candorosas expectativas.
La única realidad absoluta de todo y de todos es el mismo y único Vacío no-dual, en el cual las facetas objetiva y subjetiva se encuentran plenamente indiferenciadas. Dicho de otra manera, el Vacío es, a la vez, sujeto y objeto, o sea, invisible pero absolutamente Auto-Evidente. Para contemplarse a sí misma de algún modo, esa Nada autoevidente se polariza como objeto y sujeto, es decir, como energía potencial y consciencia pura. Todos los objetos del universo, en última instancia, están constituidos exclusivamente por esa energía potencial, actualizada en grados diversos a lo largo de un espectro amplísimo de niveles. Del mismo modo, todos los sujetos del universo, en última instancia, están constituidos exclusivamente por esa consciencia pura, actualizada en grados diversos a lo largo de un espectro amplísimo de niveles. La totalidad de este espectro unificado de energía-consciencia potencial, que en sí mismo es atemporal y aespacial, colapsa, momento tras momento, en cada punto-instante del universo espacio-temporal, identificándose ilusoriamente con un sinfín de formas finitas y fugaces desde las que se contempla a sí mismo de infinitos modos, originando, así, un creativo juego toroidal de proyecciones e introyecciones, que va manifestando progresivamente en el universo holográfico la potencialidad infinita de su fundamento Vacío.
Queremos decir con todo esto que la consciencia, lejos de ser un producto de las interconexiones neuronales o de la sofisticación tecnológica, es, en verdad, el fundamento de todo ello. Al igual que todos los objetos del universo no son sino formas finitas de la misma y única energía potencial primordial, todos los sujetos del universo no son sino identificaciones fugaces de la misma y única consciencia pura primordial —el Testigo transpersonal del que habla la tradición hindú—. Como hemos visto, la actualización progresiva del campo unificado potencial de energía-consciencia fundamental en el espacio-tiempo tiene lugar a través de la resonancia entre el flujo ascendente y entrópico procedente del polo originario de energía y el flujo descendente y sintrópico procedente del polo final de consciencia, que colapsa en una determinada onda estacionaria del espectro. Comenzando desde el nivel más bajo —de gran energía y poca consciencia—, los sucesivos colapsos del campo unificado potencial en cada punto-instante del universo espacio-temporal van escalando, gradualmente, las diferentes cotas del espectro de energía-consciencia, desplegando, de este modo, en el mundo de las formas todo el abanico de etapas de nuestra filogenia, que, una tras otra, al integrarse con las ya emergidas previamente, dan lugar a organismos progresivamente más y más complejos y conscientes. Por ejemplo, el ser humano, en el momento actual, integra en sí mismo todas las características —interiores y exteriores— de los armónicos correspondientes a las partículas elementales, a los átomos, a las moléculas, a las células, a los cordados, a los mamíferos, a los primates, a los hominoides, a los homínidos, a los Homo habilis, a los H. erectus, a los H. sapiens arcaicos, a los H. sapiens, a los H. sapiens sapiens, a los humanos neolíticos, a los de la edad antigua, a los de la edad media, a los de la edad moderna y a los de la edad posmoderna. Es decir, en este preciso momento estamos recapitulando, íntegra y simultáneamente, la totalidad de la historia universal. Bastaría con que se eliminara cualquiera de esos peldaños —p. ej. el molecular— para que, automáticamente, se derrumbase todo el resto de la escalera por encima de esa cota. De modo que, irremediablemente, sólo podemos actualizar los niveles más altos del espectro de energía-consciencia si, previamente, hemos desplegado de forma integrada la totalidad de los niveles inferiores, pues es, precisamente, la presencia completa de toda la escalera evolutiva desde la base lo que permite que la interacción entre los flujos ascendentes y descendentes de la energía-consciencia potencial resuenen entre sí, llegado el momento, en los niveles más elevados del espectro.
Partiendo de estas ideas, si nuestro planteamiento es correcto, la respuesta a la pregunta que hemos hecho —¿podemos concebir una máquina consciente?— es inmediata: NO. Los robots, o cualquier otro artefacto mecánico activado por algoritmos de inteligencia artificial, pueden simular comportamientos similares a los propios del pensamiento lógico humano, pero sin el menor atisbo de consciencia de ellos. Como sucede con un libro o con un televisor, que nos pueden aportar ideas o emociones de las que ellos mismos carecen por completo. Todas esas herramientas, por más sofisticadas que se muestren, son, esencialmente, meros objetos materiales, con la consciencia propia de los niveles más elementales del espectro evolutivo. Sus estructuras carecen de la práctica totalidad de peldaños de la larga escalera evolutiva —cuya presencia íntegra, como hemos visto, resulta absolutamente necesaria para la emergencia de los niveles más elevados del espectro de energía-consciencia— y, por tanto, se desenvuelven en la casi total inconsciencia.
—¿Cuáles son las implicaciones de la Singularidad? ¿Cuál es el su significado profundo? ¿Qué es lo que realmente está en juego en ese evento cumbre de la evolución y de la historia?
La respuesta habitual a esta pregunta hace referencia a una versión exclusivamente tecnológica de la singularidad, según la cual —se dice—, dentro de algunas décadas, la inteligencia artificial superará con creces a la inteligencia humana, produciéndose entonces un punto de inflexión y sin retorno, a partir del cual las máquinas serán capaces de construir mejores versiones de sí mismas a un ritmo tan rápido y exponencial que los humanos ya no serán capaces de comprenderlas ni controlarlas. Dentro de este enfoque, algunos creen que las máquinas superinteligentes, a medida que se vayan convirtiendo en la especie dominante del planeta, devaluarán a los seres humanos hasta convertirlos en organismos obsoletos, lo cual, a la larga, podría conducir incluso hasta la propia extinción de la humanidad. Nuestra propuesta apunta por completo en otra dirección. No entendemos la singularidad en un sentido meramente tecnológico, sino que abordamos el tema desde una perspectiva integral y cosmológica. Según el marco global que estamos planteando, la singularidad A originaria consistió, básicamente, en una explosión de energía, y, de forma complementaria, la singularidad Ω final será, básicamente, una implosión de consciencia. Vamos a ver, a continuación, cómo puede suceder esto.
El panorama futuro que, hoy en día, se suele proponer de forma mayoritaria, desde la perspectiva meramente tecnológica, gira en torno a la idea de que nuestros herederos postbiológicos, después de la singularidad, se lanzarán a la conquista del espacio exterior, hasta que, finalmente, logren convertir toda la materia y energía tontas del universo en materia y energía enormemente inteligentes. En esta línea, el astrofísico ruso Nikolái Kardashev propuso, en 1964, una escala para medir el grado de evolución tecnológica de una civilización —y el grado de colonización del espacio— con tres categorías: una civilización de Tipo I logra el dominio de los recursos de su planeta de origen, una de Tipo II domina los recursos de su sistema planetario, y una de Tipo III domina los recursos de su galaxia. Posteriormente, otros autores han añadido otras dos categorías en esta escala: una civilización de Tipo IV aprovecha la energía de un supercúmulo galáctico, o incluso de la totalidad del universo visible, y una civilización de Tipo V aprovecha la energía de múltiples universos. Todo esto suena bastante aventurado y especulativo, porque si, de verdad, la conquista del espacio exterior es el destino habitual de las civilizaciones más desarrolladas que pueblan el universo —presumiblemente muchas de ellas más avanzadas que la nuestra—, ¿cómo es que no tenemos noticias de ninguna de ellas? Esta es, en esencia, la paradoja planteada en el año 1950 por el físico italiano Enrico Fermi que, más tarde, ha tenido importantes implicaciones en los proyectos de búsquedas de señales de civilizaciones extraterrestres (SETI). En resumen, “la paradoja de Fermi” pone de manifiesto la aparente contradicción que hay entre las estimaciones que afirman que hay una alta probabilidad de que existan otras civilizaciones inteligentes en el universo observable y, por otro lado, la completa ausencia de evidencia de dichas civilizaciones.
Tal vez la solución a la paradoja de Fermi no consista en suponer que nuestro conocimiento o nuestras observaciones son defectuosas o incompletas, sino, más bien, en entender que el camino seguido por las civilizaciones más desarrolladas, lejos de dirigirse hacia la conquista del espacio exterior, orienta sus pasos, exactamente, en sentido contrario, es decir, a la conquista del espacio interior. Este es, precisamente, el planteamiento llevado a cabo por el futurista y consultor prospectivo John M. Smart en sus trabajos The Transcension Hypothesis (La hipótesis de la trascensión) y Evo Devo Universe? (¿Universo Evo Devo?). Integrando conocimientos aportados por la física teórica, las teorías de la información y la computación y la biología evolutiva del desarrollo (evo-devo), Smart elabora un marco que busca reconciliar las características evolutivas e impredecibles del surgimiento universal (evo) con las tendencias universales de desarrollo y potencialmente predecibles estadísticamente (devo), particularmente aquellas centrales para acelerar el cambio —lo que resuena claramente con nuestra propuesta entrópica-sintrópica—. Dice: “Una tendencia aparente es una localidad espacial y temporal cada vez mayor del desarrollo de la complejidad universal. Otro es el aparente surgimiento jerárquico de sustratos cada vez más densos y eficientes de espacio, tiempo, energía y materia (STEM) para la adaptación y la computación. Otra es la creciente complejidad, interioridad, empatía, ética e integración de la mente. Esta última tendencia se ha discutido más notablemente en la hipótesis de la noosfera y su predicción de la creciente interconexión, integración, ética y conciencia en mentes complejas”. La hipótesis de la trascensión —o hipótesis de la singularidad del desarrollo— propone que un proceso universal de desarrollo evolutivo guía a todas las civilizaciones suficientemente avanzadas hacia lo que podría denominarse “espacio interior”, un dominio computacionalmente óptimo de escalas de espacio, tiempo, energía y materia cada vez más densas, productivas, miniaturizadas y eficientes y, finalmente, hacia un destino similar a un agujero negro. Si la hipótesis de la trascensión es correcta, el espacio interior, no el espacio exterior, es la frontera final de la inteligencia universal. Cuanto más nos acerquemos a la ingeniería en la escala de Planck, mayores serán las densidades y eficiencias de nuestros objetos diseñados. Uno de los procesos más curiosos de nuestro universo es que parece estar construyendo jerárquicamente zonas especiales de inteligencia que se encuentran cada vez más comprimidas, localizadas y restringidas en el espacio, más aceleradas en el tiempo y con mayores densidades en flujos de energía (ergios/seg/gr) y materia. Dado que la física especial de nuestro universo parece respaldar la computación y la transformación física en niveles cada vez más densos, más miniaturizados y a escalas más eficientes en STEM, parece probable que continúe la actual aceleración de nuestra civilización hacia un límite similar a un agujero negro, que sería el lugar más propicio en el que la inteligencia universal podría alcanzar la mayor comprensión y consciencia. Sorprendentemente, si las tendencias actuales continúan, un límite físico a la aceleración computacional debería llegar dentro de unos siglos.
Hasta ahora, a medida que cada sistema informático en particular se ha saturado en sus capacidades, continuamente han surgido otros nuevos con una miniaturización, densidad de flujo de energía y eficiencia cada vez mayores. Recientemente, he recibido un correo electrónico del informático Jason K. Resch en el que afirma: “He estado recopilando investigaciones para un artículo planificado sobre los límites de la tecnología y hacia dónde se dirige. Durante esa investigación proyecté que, según las tendencias tecnológicas actuales, dentro de aproximadamente dos siglos alcanzaremos los límites físicos fundamentales de la mejor tecnología posible. Básicamente se trata de seguir la ley de rendimientos acelerados de Kurzweil (una generalización de la ley de Moore) hasta alcanzar el límite de Bremermann, un límite a la velocidad computacional impuesto por las leyes conocidas de la física. Actualmente estamos fuera de ese límite por un factor de aproximadamente 1034. O 2112. Por lo tanto, se necesitarán otras 112 duplicaciones de la velocidad actual de la tecnología informática para llegar allí. Durante el siglo pasado, la tendencia ha sido bastante constante: la tecnología informática se duplica aproximadamente cada 18 a 24 meses, lo que nos sitúa a entre 173 y 224 años de ese punto.”
La densidad STEM y la eficiencia de la computación/metabolismo crecen exponencialmente, o más rápidamente, en la vanguardia del desarrollo de la inteligencia universal. Al igual que la gravedad altera el espacio-tiempo alrededor de objetos de gran masa, la compresión STEM puede provocar una curvatura del espacio-tiempo cada vez mayor en los entornos más complejos y, en el límite, dar lugar a la formación de algo similar a un agujero negro. Los agujeros negros, verdaderamente, pueden ser un destino de desarrollo y un atractor estándar para toda inteligencia superior. Pueden, incluso, no sólo ser atractores ideales de complejidad avanzada, sino también llegar a actuar como verdaderas “semillas” dentro de una hipotética cadena de universos sucesivos. En este escenario, cada civilización universal, a medida que hace su transición hacia una inteligencia similar a un agujero negro, puede estar en proceso de convertirse en algo análogo a una semilla o a una espora, es decir, a una estructura de desarrollo que empaqueta su historia y experiencia evolutivas de tal manera que trasciende nuestro universo aparentemente finito y potencialmente moribundo —así como las semillas trascienden los cuerpos biológicos moribundos—, a la espera de que se den las condiciones adecuadas para replicarlo. En la hipótesis de la trascensión se asigna un papel evolutivo potencial en la reproducción del universo a todas las inteligencias culturales que se desarrollan con éxito en el cosmos. En este sentido, se plantea que la inteligencia local de la Tierra está en camino de formar un sistema reproductivo análogo a un agujero negro para la formación de semillas capaces de originar un nuevo universo dentro de un multiverso recursivo. Según esta hipótesis, si la inteligencia local en nuestro planeta continúa desarrollándose con éxito, abandonará nuestro cosmos visible muy pronto en el tiempo universal.
Esta hipótesis de la trascensión planteada por John Smart, aunque fundamentada de forma casi exclusiva en ciencias meramente “objetivas” —física teórica, teorías de la información y la computación y biología evolutiva del desarrollo—, creemos que tiene sugerentes resonancias con las conclusiones de nuestra investigación integral. A continuación, vamos a tratar de ponerlas de manifiesto.
Hemos dicho que la singularidad A originaria consistió, básicamente, en una explosión de energía, y que, de forma complementaria, la singularidad Ω final consistirá, básicamente, en una implosión de consciencia. Esta idea no es sino la conclusión lógica de nuestro planteamiento entrópico-sintrópico: dado que —según dijimos— en el instante original el “apretón de manos” entre los flujos ascendente y descendente de energía-consciencia tuvo lugar en la mismísima base del espectro, en la que la faceta de consciencia estaba plenamente absorbida en la faceta de energía, una vez recorrido todo el proceso evolutivo, en el que la cota de resonancia entre ambos flujos ha ido ascendiendo progresivamente nivel tras nivel, al llegar al momento final del camino, la “transacción” entre los flujos tendrá lugar en la mismísima cumbre del espectro, en la que la faceta de energía estará plenamente absorbida en la faceta de consciencia.
Según nuestro planteamiento —recordemos— en el universo evolutivo se dan, simultáneamente, dos holoarquías antagónicas. Una holoarquía decreciente y entrópica de energías, en la que la máxima capacidad se encuentra en el polo original A, y una holoarquía creciente y sintrópica de consciencias, en la que la máxima capacidad se encuentra en el polo final Ω. Describiendo la trayectoria global desde la perspectiva “interior”, hemos hablado de un proceso holoárquico de la consciencia que, partiendo de su absorción o identificación en el momento original con la faceta “exterior” de la energía, progresivamente, va dando saltos hacia “dentro”, generando sucesivos holones emergentes de mayor profundidad, amplitud y lucidez, que, uno tras otro, trascienden e incluyen a todos sus predecesores. En esencia, se trata de desplegar el potencial básico de todas y cada una de las sucesivas estructuras de la holoarquía anidada evolutiva, evitando la identificación exclusiva con cualquiera de ellas y abrazando la totalidad del espectro ya recorrido, hasta llegar, finalmente, al Testigo puro —la esencia de la consciencia de todos y cada uno de los distintos niveles del desarrollo— que trasciende e incluye la totalidad del proceso.
Este proceso holoárquico de consciencia ha sido descrito minuciosamente por algunos autores —como Sri Aurobindo o Ken Wilber— que han investigado, tanto de forma vivencial como teórica, las etapas finales de este camino de profundización en el espacio interior. Partiendo de la Mente pluralista —relativista— (C-2), cuya estructura se está desplegando actualmente en la vanguardia del desarrollo psicológico, los siguientes estadios a recorrer en el próximo futuro serán —utilizando la terminología propuesta por Wilber—, la Visión lógica inferior —holística— (C-3), la Visión lógica superior —integral— (C-4), la Paramente —transglobal— (C-5), la Metamente —visionaria— (C-6) y la Sobremente —trascendental— o Testigo final (C-7). Una de las características centrales de estas últimas etapas del camino, es la progresiva comprensión sentida, directa e inmediata —no sólo teórica— de que el mundo no es exclusivamente físico, sino psicofísico, es decir, de que el sujeto conocedor y el objeto conocido son como los dos polos de un imán, los dos extremos de un único campo global subyacente. Al llegar al nivel más elevado del espectro de energía-consciencia en el universo manifestado espacio-temporal —es decir al polo final Ω, a la Sobremente, al Yo observador puro—, se tiene la sensación de ser un Testigo cordial y amoroso (sujeto) que abraza la totalidad del Kosmos evolutivo (objeto) —desde el Big Bang hasta el momento final—, sin estar identificado con ningún aspecto en particular de esa inmensa Imagen de Todo-lo-que-es que emerge en tu resplandeciente campo de consciencia. En palabras de Wilber: “Son esta consciencia y este conocimiento casi omnisciente los que convierten la sobremente en el último gran procesador de datos, la máquina de conocimiento amorosa que, en última instancia, es. El estado habitualmente asociado a la sobremente es el causal/Testigo (Yo verdadero o Yo soy), que suele descansar en el silencio puro, que se dedica simplemente a observar, sin juicio, comentario ni atribución alguna, la emergencia del mundo. (…) La sobremente es Yo Soy más todas las estructuras que se remontan hasta el Big Bang, procesando continuamente la información procedente de cualquier nivel de la existencia durante todo el camino de ascenso hasta llegar al suyo”. Mientras creamos ser un sujeto conocedor ajeno a los objetos conocidos, nos seguiremos moviendo en el mundo de la dualidad, pero, aunque el testigo desimplicado —la Sobremente— no es una excepción, ciertamente se encuentra en una posición privilegiada, en el mismo umbral de la realidad no-dual. El Testigo puede ser interpretado, pues, simultáneamente, como el nivel más elevado del proceso de desarrollo, o como el último obstáculo que nos impide descubrir nuestra verdadera naturaleza. [Invitamos a los lectores interesados en este punto a ojear el apartado El último testigo de mi libro Siendo nada, soy todo, cuyo enlace se puede encontrar en la cabecera de este blog.]
El centro de gravedad de la sensación de identidad de los diferentes organismos evolutivos ha ido desplazándose —profundizando—, estrato tras estrato, a lo largo de toda la gran holoarquía del universo, en un juego interminable de sucesivas identificaciones-y-desidentificaciones con todos y cada uno de los niveles del espectro de energía-consciencia, desde el polo originario A hasta el polo final Ω. Llegados a este punto, cuando nos encontramos en la posición del Testigo, en la perspectiva del sujeto último que contempla la totalidad del mundo de los objetos como una realidad ajena, en cualquier momento podemos ser repentinamente arrebatados por el campo unificado potencial de energía-consciencia, que —como sabemos— está más allá del espacio y el tiempo o, mejor dicho, es su verdadero fundamento aespacial y atemporal. En ese ámbito, trascendemos por completo toda distinción entre sujeto y objeto, y descubrimos, de forma instantánea, la verdad definitiva: no hay, ni ha habido nunca, ni testigo ni mundo atestiguado, sino tan sólo una diáfana y gozosa realidad unificada que, instante tras instante, se manifiesta a sí misma ante sí misma de infinitos modos. Comprendemos, así, vivencialmente, que nuestra identidad verdadera es “previa” a toda esa manifestación dual que se despliega entre los polos de energía creadora y de conciencia pura, reflejos extremos del único e inefable Sí mismo. Ya no nos percibimos, pues, como meros espectadores marginados que contemplan un universo ajeno, sino que descubrimos, sin la menor sombra de duda, que nuestra identidad real es, en verdad, todo el espectáculo contemplado.
Este ámbito, al que estamos llamando “realidad relativa potencial” o “campo unificado de energía-consciencia aespacial y atemporal”, es lo que tanto Aurobindo como Wilber conocen como la Supermente, la realidad intermedia entre la Unidad primordial —nuestra “Vacuidad absoluta no-dual”— y la Manifestación —nuestra “realidad relativa espacio-temporal”—, la unidad esencial entre el objeto y el sujeto, entre el conocimiento, el conocedor y lo conocido, que conoce todas las cosas del modo más íntimo imaginable, pues no sólo están en la consciencia de quien las conoce, sino que no están hechas de otra cosa —y no son otra cosa— que modos del propio conocedor. En palabras de Aurobindo: “el Espíritu supramental conoce todas las cosas en él mismo y como él mismo”. Según este filósofo indio, el conocimiento de la Supermente es un conocimiento total que posee una triple visión: trascendental, universal e individual, lo cual significa que cada realidad individual es conocida en su particularidad, pero siempre puesta en relación con la realidad universal de la cual forma parte, y, a su vez, el conjunto de realidades interdependientes que forma la totalidad concreta de la manifestación es aprehendida y valorada como símbolo y expresión de la Realidad trascendente. Del mismo modo, la Supermente posee, de forma simultánea, la visión de los tres tiempos: pasado, presente y futuro. Esta capacidad goza no sólo de esa visión horizontal extendida, sino también de su carácter de auto-manifestación y expresión simbólica de la Eternidad esencial. El tiempo en su despliegue se muestra así, de modo similar a como lo planteó Platón en Timeo, como “la imagen móvil de la Eternidad”.
Según Wilber, la Supermente es la unión de todo el Kosmos manifiesto con tu Yo soy completamente vacío. Al trascender e incluir todos los niveles de la forma que han aparecido hasta el momento, es una totalidad plena y completa, una Unidad genuina, una Unidad realmente no dual, una Unidad entre la Vacuidad y todo el mundo de la forma. No existe ahí ninguna sensación de un sujeto que vea objetos, sino que simplemente hay un inmenso espacio abierto en cuyo interior emergen, instante tras instante, los fenómenos, sin nadie que mire, nadie que observe y nadie que vea. Las cosas tal como son, emergen y se liberan, suspendidas de la Talidad y resonando interiormente con todas y cada una de las estructuras con las que se encuentre. La Supermente tiene en cuenta y abraza, pues, toda cosa y acontecimiento individual del Kosmos, conocido y desconocido. Lo único que hay es la simplicidad última de un espacio abierto, claro y puro indistinguible de todo lo que en él emerge como su resplandeciente claridad y cuya misma interioridad se siente e irradia como algo infinito y abierto absolutamente a todo.
Recapitulemos, brevemente, lo que hemos expuesto en estos últimos párrafos. Tras el largo proceso de interiorización en la consciencia, a lo largo de los sucesivos niveles de la holoarquía anidada del desarrollo evolutivo, la faceta subjetiva del proceso alcanza el polo de consciencia pura final —el Testigo, la Sobremente o la Singularidad Ω—, desde el que abraza la totalidad del Kosmos evolutivo —desde el Big Bang hasta el instante final—, sin estar identificada con ningún aspecto en particular de esa inmensa Imagen (información) de Todo-lo-que-es que emerge en su resplandeciente campo de consciencia. Cuando la faceta subjetiva llega a este punto, a la posición del Testigo final, implosiona en el campo unificado potencial de energía-consciencia, trascendiendo, así, la manifestación universal en su fundamento aespacial y atemporal, en el que introyecta toda la información procedente de cualquier nivel de la existencia procesada a lo largo de todo el camino de ascenso desde el Big Bang hasta el Testigo. Esta información introyectada en el campo unificado potencial será la semilla que dará origen a un nuevo eslabón del multiverso recursivo, a través del cual la Vacuidad no-dual trata de contemplar, en un sinfín de perspectivas sujeto-objeto, su rostro eternamente invisible.
¿No suena todo esto bastante similar a la hipótesis de la trascensión, planteada por John Smart, según la cual el espacio interior —en el sentido físico—, no el espacio exterior, es la frontera final de la inteligencia universal? Recordemos el surgimiento jerárquico de sustratos progresivamente más densos, productivos, miniaturizados y eficientes de espacio, tiempo, energía y materia (STEM) para la adaptación y la computación —cada vez más cerca de la escala de Planck—, que se orientan hacia una inteligencia similar a un agujero negro, en proceso de convertirse en algo análogo a una semilla, es decir, a una estructura de desarrollo que empaqueta toda su historia y experiencia evolutivas de tal manera que trasciende nuestro universo espacio-temporal, a la espera de que se den las condiciones adecuadas para replicarlo dentro de una hipotética cadena de universos sucesivos.
Creemos que la resonancia entre nuestra propuesta y la hipótesis de la trascensión resulta bastante evidente. Ambos relatos parecen describir un mismo proceso desde dos perspectivas diferentes —subjetiva y objetiva—, que se complementan y enriquecen mutuamente. Según el esquema de los cuatro cuadrantes —que abarca, como hemos dicho, tanto las perspectivas interiores como las exteriores, tanto las individuales como las colectivas—, este abordaje múltiple es, precisamente, la forma adecuada de investigar cualquier aspecto del universo si lo queremos entender en toda su integridad, pues cualquier transformación en cualquiera de los cuadrantes necesita, imperiosamente, la presencia simultánea de transformaciones correlativas en todos los demás. Los cuatro se implican mutuamente entre sí, porque, de hecho, todos ellos no son sino la expresión coordinada de una realidad unificada que los subyace y trasciende. (Recordemos la teoría de la sincronicidad de Jung). Queremos decir con todo esto que no es casual el surgimiento, precisamente ahora, de sustratos computacionales objetivos cada vez más próximos a la escala de Planck, en este momento de la historia en el que la faceta subjetiva de la consciencia se está acercando a la cumbre del espectro —al Testigo—, en la que abrazará la totalidad de la información procedente de cualquier nivel de la existencia procesada a lo largo de todo el camino de ascenso desde las entrañas del Big Bang hasta ese instante final. Como explica Bernard Enginger (Satprem) en su libro Sri Aurobindo o la aventura de la consciencia: La suprema oposición despierta a la suprema identidad (…) el grado de arriba de la supermente no está “arriba”, sino aquí abajo y en toda cosa (…) el extremo límite del pasado toca el fondo del porvenir que lo concibió (…) todo se termina en el círculo perfecto (…) lo supramental es la vibración misma que compone y recompone sin fin la materia y los mundos (…) es preciso entrar en el último finito para hallar el último infinito…
—¿Cómo puede encarar la humanidad el proceso de acercamiento al momento cumbre de la Singularidad? ¿Cómo podemos prepararnos para su advenimiento?
Si la propuesta que estamos
desarrollando apunta en la dirección correcta, el camino de aproximación hacia
la Singularidad afectaría a todas las facetas —orgánica, psicológica, cultural
y social— de nuestra vida. De entrada, conviene dejar muy claro que la especie
humana, lejos de estar condenada a la completa obsolescencia por la imparable
emergencia de artefactos tecnológicos impulsados por inteligencia artificial,
será la pieza clave que permitirá desplegar, individual y colectivamente, todas
las capacidades potenciales de los estadios de desarrollo que aún faltan por
recorrer hasta la llegada a la cumbre en la Singularidad Ω. Al mismo tiempo, es
importante señalar que, aunque los seres humanos desempeñen el papel
fundamental en esta etapa apasionante de la evolución y de la historia, no hay
en ellos —ni ha habido nunca— el menor rastro de una verdadera individualidad
separada que pueda atribuirse los méritos de esta “hazaña”, por la sencilla
razón de que todos y cada uno de los presuntos yoes independientes que creemos
ser no son, en verdad, sino reflejos finitos —identificaciones fugaces— de una
misma y única consciencia pura final, que constituye, junto a la energía
potencial del origen, la polaridad fundamental de la manifestación
universal. Como decía Erwin Schrödinger: “La consciencia es un singular del
que se desconoce el plural”.
La perspectiva integral, desde la que estamos abordando el presente trabajo, aclara enormemente algunos aspectos básicos que habría que tener muy en cuenta para poder acceder saludablemente a la Singularidad final. Como principio general, es importante no olvidar que todos y cada uno de los peldaños del proceso evolutivo se manifiestan en los cuatro cuadrantes, pues no hay interiores sin exteriores —ni viceversa—, ni hay individuos sin colectividades —ni viceversa—. La singularidad, por tanto, sucederá, indefectiblemente, en esos cuatro ámbitos de forma simultánea. Cada uno de ellos necesita de todos los demás para su propia existencia. No cabe, pues, plantear una singularidad exclusivamente tecnológica eliminando, por ejemplo, a los seres humanos de la ecuación. La faceta tecnológica, obviamente, jugará un papel clave en el trayecto integral hacia la Singularidad, pero no como protagonista exclusivo del proceso, sino como herramienta importantísima para facilitar el despliegue de las potencialidades intrínsecas de los sucesivos peldaños en los cuatro cuadrantes y en cada una de las líneas específicas de desarrollo dentro de cada uno de esos cuadrantes. Otra lección básica que aporta el esquema integral hace referencia a la importancia de todos y cada uno de los peldaños de la escalera evolutiva como piezas fundamentales para su despliegue armónico. La absorción exclusiva en cualquiera de ellos produce una distorsión de la panorámica sobre la globalidad. Recordemos, por ejemplo, el modelo mítico-heroico de la Edad Antigua, el modelo absolutista-conformista de la Edad Media, el modelo racional-empírico de la Edad Moderna o el modelo relativista-pluralista de la incipiente Edad Posmoderna. Cada uno de estos paradigmas ha supuesto un paso importante y valioso en el desarrollo de los individuos y de las colectividades humanas, pero ninguno de ellos ha sido capaz de ver más allá de su limitado punto de vista. Basta con observar la completa intransigencia e incomprensión mutua entre, digamos, un miembro de una banda urbana, un radical islámico, un capitalista neoliberal y un militante ecologista. Cada uno, defendiendo con pasión su estrecha verdad relativa, se muestra incapaz de apreciar e integrar las valiosas aportaciones de los otros puntos de vista. La perspectiva comenzará a cambiar con la emergencia de los próximos niveles holístico (C-3), integral (C-4), transglobal (C-5), etc. Las sucesivas envolturas de la holoarquía del desarrollo interior, que trascenderán e integrarán todas las anteriores, irán desplegando paulatinamente mayores cotas de lucidez, profundidad y consciencia y, al mismo tiempo, perspectivas más abarcadoras, amorosas y éticas, lo que les permitirá lidiar con las situaciones de creciente complejidad que se irán presentando en este tramo final de la historia.
Cuando el centro de gravedad de la sensación de identidad de los seres humanos se vaya ubicando en esos estratos más elevados del espectro de energía-consciencia, comprenderemos de forma vivencial —no sólo teórica— que no somos —ni nunca hemos sido— verdaderas individualidades separadas en un mundo ajeno, sino meros reflejos múltiples de una misma y única consciencia pura. Es decir, percibiremos que los otros no son sino expresiones diversas de mí-mismo, y que todo lo otro no es sino la faceta objetiva de la subjetividad común. Esa comprensión radical eliminará, automáticamente, los comportamientos ego-centrados característicos de niveles anteriores, lo cual facilitará el tránsito saludable a lo largo de los últimos tramos hacia la Singularidad. Pero, mientras tanto llegan esos estadios de mayor lucidez e inclusividad, para ir preparando el camino, podemos plantear algunas sugerencias sobre el papel que pueden desempeñar las nuevas tecnologías en el despliegue de los cuatro cuadrantes.
En el cuadrante superior-derecho —que hace referencia a los aspectos externos de los individuos— ya se están realizando investigaciones biológicas y tecnológicas para integrar materiales orgánicos e inorgánicos con vistas a ampliar nuestras capacidades físicas, perceptivas e intelectuales. Pensemos, por ejemplo, en la ingeniería biónica, la terapia genética, la nanomedicina, la bio-impresión de órganos, la realidad virtual y aumentada…
En el cuadrante inferior-derecho —que hace referencia a los aspectos externos de las colectividades— también se presenta un panorama muy prometedor sobre las grandes posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías con vistas a facilitar una aproximación real hacia una sociedad global e integrada, así como a facilitar de forma generalizada a toda la humanidad el acceso universal a la alimentación, la sanidad, la vivienda, la educación o el tiempo libre. Pensemos, por ejemplo, en la robótica, la inteligencia artificial, la nanotecnología…
En el cuadrante inferior izquierdo —que hace referencia a los aspectos internos de las colectividades— las nuevas tecnologías de la información y la comunicación ya han comenzado a facilitar la conectividad entre los seres humanos a nivel planetario —recordemos la aldea global de Marshall McLuhan o la noosfera de Teilhard de Chardin—, lo que puede fomentar la consciencia colectiva, el despliegue de valores emergentes compartidos y visiones del mundo verdaderamente cosmocéntricas, en línea con la propuesta integral y no-dual que estamos desarrollando en estas páginas.
En el cuadrante superior izquierdo —que hace referencia a los aspectos internos de los individuos— las nuevas tecnologías también pueden facilitar el crecimiento psicológico hacia estadios integrales y transpersonales de la consciencia y hacia motivaciones de creciente libertad y plenitud. De hecho, en el terreno de la espiritualidad, ya se han comenzado a crear máquinas inteligentes capaces de generar pautas específicas de onda cerebral en los seres humanos —en el cuadrante superior derecho—, correlativos a determinados estados de consciencia meditativos y contemplativos —en el cuadrante superior izquierdo— de los que nos hablan las grandes tradiciones de sabiduría. Quizás en un futuro próximo los investigadores de la IA sean capaces de crear también máquinas que contribuyan al desarrollo de todas las grandes estructuras de consciencia del espectro evolutivo —no sólo de los estados meditativos— que son absolutamente necesarias para el acceso a la Singularidad final. Como dice Ken Wilber: “Rayando en la ciencia ficción, veremos cosas tales como la inyección en el cerebro humano de miles de millones de nanotransmisores conectados a la nube formando un neocórtex mejorado por las máquinas inteligentes y que reciban de ella instrucciones concretas para acelerar el desarrollo de las estructuras y de los estados; viviremos en un auténtico cielo en la tierra para casi cualquier ser humano, porque sus cerebros podrán conectarse a un acelerador del desarrollo que provoque en ellos una iluminación completa”.
En el momento en el que se alcance la Singularidad, los seres humanos, de forma individual y colectiva, descubrirán, vivencialmente, que la verdadera Identidad de todos y de todo es —y ha sido siempre— la misma y única Consciencia pura, el aspecto subjetivo de la polaridad fundamental. En ese instante, desde el nivel que hemos denominado la Sobremente —o el Testigo—, se abrazará íntegramente toda la información procedente de cualquier nivel de la existencia procesada a lo largo del camino de ascenso desde las entrañas del Big Bang hasta ese instante final, y se introyectará inmediatamente en el campo unificado potencial de energía-consciencia subyacente —en la Supermente—, trascendiendo, así, por completo, la manifestación universal espacio-temporal. Esa Realidad Supramental, ubicada eternamente en un Aquí-Ahora omni-comprehensivo, es —y ha sido siempre—, simultáneamente, el único sujeto y objeto de todos los mundos virtuales y fugaces a través de los cuales ha desplegado, despliega y desplegará progresivamente, instante tras instante, la potencialidad infinita de la Vacuidad fundamental auto-evidente, en su intento inagotable de contemplar su rostro invisible en y como el mundo de las formas. Porque, como se afirma en el Sutra del Corazón: “La Vacuidad es forma, la forma es Vacuidad”. Ahora. Ahora. Ahora…
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